
L. Ochoa Gómez, F. Torres Ortiz, A. Pinto Casas, H. Nova Garavito, T. Fernández Guayana, Y. Díaz Galindo
Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias de la Educación. Universidad Técnica de Manabí. ECUADOR.
permite dar valor a su quehacer y este, a su vez, conlleva a la satisfacción y
convicción de que lo que se hace, posibilitando así fortalecerse como persona y
como maestro en su hacer en el mundo.
Mis sueños, la realidad y mi recompensa:
Transcurría el año 1991, llevaba 2 años de haberme graduado como Licenciada
en básica primaria, conseguir empleo era absolutamente complicado y los
contratos que podía aceptar, eran muy mal pagos o no cumplían mis
expectativas, por tal motivo, siempre busqué entrar al Magisterio en propiedad.
Después de tocar una y otra puerta, hubo una que se abrió. Yo, soy de un
municipio del sur del Tolima, Colombia y cuando salí de allí en búsqueda de
fortalecer mi proyecto de vida, siempre tuve en la mente el poder regresar y
contribuir a su desarrollo de alguna forma… La vida me estaba dando esta
oportunidad.
En ese momento, ya era mamá de dos hijos y tenía un hogar estable en la ciudad
de Ibagué, la decisión no fue fácil. Tenía que irme con mis dos retoños para un
pueblo que si bien, era mi cuna y deseaba hacer algo por él, mis hijos y mi
esposo eran la prioridad. Sin embargo y gracias a la infinita comprensión de
Jorge, mi esposo, partí en búsqueda de lograr mis metas. Al llegar al municipio,
donde fui nombrada en propiedad, tuve la fortuna de contar con el total apoyo de
mi mamá y de mi familia, quienes cuidaban a mis hijos de 6 y 2 años mientras
yo, madrugaba a las 4 de la mañana para tratar de dejar todo listo para ellos, y
así salir a buscar el UAZ que partía del casco urbano del municipio hasta la
vereda el Diamante. Recuerdo que pensaba que de diamante sólo tenía el
nombre.
Ya en la vereda y viendo la realidad de muchos niños de este país, como el difícil
acceso a la educación, dificultades a nivel nutricional, familiar y emocional, daba
lo mejor de mí, siempre pensando en que ellos podrían ser mis hijos y que
merecían todo mi cariño, amor y vocación. Recuerdo sorprenderme por observar
que a pesar de las dificultades y de las pocas oportunidades que se viven en la
zona rural, mis estudiantes, siempre tenían una frase motivadora, una sonrisa,
un juego, un abrazo que me fortalecía para llegar a mi hogar y seguir dando lo
mejor de mi existir.
Así, transcurrieron dos años de haber empezado a cumplir mis metas a nivel
profesional y personal, estar nombrada en propiedad, contribuir al mejoramiento
de la calidad de vida y educativa de los niños de mi amado municipio y tratar de
darle una mejor calidad de vida a mis hijos. Exactamente, a los dos años,
lamentablemente, tuve que regresar a Ibagué, pero se quedaron en mí, todos los
aprendizajes obtenidos con esta experiencia, las sonrisas, los abrazos, las
alegrías, dificultades y agradecimientos que diariamente me mostraban los
estudiantes y sus familias.
Como menciona Bisquerra (2005) la finalidad del proceso de la docencia es
“potenciar el crecimiento personal y social para la vida de los maestros en
formación” (p.25), sin embargo, este se construye con base en tener y mantener