
Facultad de Ciencias Administrativas y Económicas. Universidad Técnica de Manabí. Portoviejo, Ecuador.
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INTRODUCCIÓN
Los estudios direccionados hacia el liderazgo han ganado su espacio dentro del área de la investigación,
pues en el sector empresarial resulta tentador los benecios que otorga a la gerencia, puesto que radica
en un mejor manejo de las capacidades del personal y gozo de credibilidad y aceptación por parte de
quien lo práctica o como mencionan Vásquez, Bernal y Lieza (2014) es una “visión extendida del
líder como dinamizador o movilizador de personas y/o grupos”, que “incide de sobremanera en el
desarrollo organizacional, así como el ambiente laboral e individual” (Coca, 2017).
Sin embargo, se hace muy común en la alta y media gerencia que los profesionales no saben
qué hacer con el poder de dirección que deben ejercer sobre los miembros de una organización;
de igual forma, existen líderes que no tienen las herramientas administrativas sucientes como
para conducir a sus equipos en la dirección correcta (Ramírez, 2012), cobrando relevancia en estas
circunstancias el criterio de Vásquez, Bernal y Lieza (2014), al mencionar que el liderazgo no es
una cualidad innata, los líderes aprenden a serlo; por tanto queda abierto el abanico para denir
quienes manejan mejor el proceso de adaptación, si los hombres o las mujeres o si existen otros
elementos internos que impiden o facilitan el desarrollo de estas habilidades.
Es por ello que, asumir la diversidad implica reconocer que existen diferencias de carácter
psicológico, biológico, social y cultural que inuyen ineludiblemente en el comportamiento de
hombres y mujeres (Contreras, Pedraza y Mejía 2012) y por tanto tales atributos, se ven reejados en
el ambiente propio del liderazgo, donde Rubiola (2013) Magaña, Aguilar, Avendaño y Karla (2016),
señalan que a pesar de ser estudiado de diferentes ángulos, son escasos aquellos que consideran el
análisis de la variable género dentro de este campo, soliéndolo olvidar o dedicar espacios residuales.
El conicto entre género y liderazgo ha empezado a ser estudiado apenas a partir de las
últimas dos décadas, poniendo en relieve el sesgo masculino del liderazgo organizacional (Moncayo
y Zuluaga, 2015), y aunque las bases legales y normativas ya se han determinado, la realidad es que
la práctica diaria representada en elementos discriminantes como la utilización discrecional de la
diferencia de género, o el llamado “techo de cristal”, constituyen signicativos impedimentos para
que las mujeres obtengan una mayor representación (Cáceres y López, 2009) en un ambiente que
tradicionalmente se ha asociado al género masculino (Lupuano y Castro, 2011).
Hay que tener en cuenta que, en muchas sociedades, la denición de un buen líder tiene
marcados rasgos masculinos, que van en contravía con las características asociadas a las mujeres,
explicando el por qué, en ocasiones, algunas mujeres que alcanzan altos cargos directivos pueden
comportarse de manera más ruda, controladora y menos sensible que lo que harían sus contrapartes
masculinas (Contreras et al., 2012); generándose una incongruencia entre el género y el liderazgo que
indica, se les han atribuido a la gura de líder características masculinas y no femeninas, por lo que
es muy complejo que las mujeres adopten el mencionado papel (García, Salas y Gaviria, 2017).
Analizar el liderazgo y los estereotipos existentes, permite dirigir la mirada hacia la brecha
existente entre la participación de género en el mercado laboral, puesto que, raramente ha sido tomado
en consideración como un componente en su explicación (Sánchez, López y Altopiedi 2014), además,
existe poca información de estudios de género en Latinoamérica (García et al., 2017).
En Ecuador según Chávez (2013), se hace evidente la falta de investigación en el tema
y se genera la necesidad para la creación de un proyecto de investigación que tenga como misión
el desarrollo integral de las PYME y en este caso las organizaciones educativas, considerando al
liderazgo como factor estratégico en el logro de los objetivos y metas. Además, Muñoz (2015) hace
una alusión a esta problemática, señalando que en el País los estereotipos sociales y de género están
muy marcados y a pesar de ser representaciones falsas, son ampliamente aceptadas en la sociedad.