1. Introducción
Cuando la naturaleza se manifiesta en su máxima expresión, muchas
debilidades y fortalezas se evidencian en los individuos, comunidades, en
las políticas existentes, así como en la capacidad de afrontamiento. En el
año 2016, la población ecuatoriana, especialmente de las provincias de
Manabí y Esmeraldas tuvo que hacer frente a la reconstrucción no solo de
infraestructura física, sino también de la salud mental e interacción social,
surgidos como estragos del desastre natural denominado 16A (terremoto
del 16 de abril de 2016 de 7.8 en la escala Richter ocurrido al noreste de
Ecuador) que tomó por sorpresa a todo un país, y que, a pesar de las
acciones desarrolladas aún siguen latentes. El abordaje de los efectos
psicológicos dejados por este terremoto no ha tenido mayor interés y
relevancia, pese a sus derivaciones psicopatológicas y efectos duraderos
que deja en la salud mental de los sobrevivientes (Reyna et al., 2017).
En este contexto Silvela (2020) afirma que las crisis humanitarias
crean diversos problemas a nivel de la persona, de la familia, de las
comunidades y de la sociedad. Las emergencias, además de destrozos
físicos y ecológicos, generan desplazamientos forzosos, pérdidas del hogar,
de la gente querida, de los medios de vida, de los lazos afectivos y de las
redes de apoyo; también manifiesta que quienes son afectados por una
catástrofe no tienen por qué ser víctimas pasivas, que es necesario entender
que la gente tiene una experiencia previa, un pasado, una identidad, por lo
que hay quienes reaccionan aumentando la cohesión, poniendo de
manifiesto recursos insospechados, por lo que quienes desplieguen algún
tipo de ayuda, deben comprenderlo para desarrollar una intervención
efectiva, atendiendo sobre todo la dignidad humana, para lo cual se resalta
la promoción de la resiliencia, ya que el desarrollo de esta fomenta las
soluciones y el mejoramiento de las situaciones adversas.
Paralelamente, obtiene importancia la Psicología de la Emergencia,
como campo del saber especializado en el estudio del comportamiento
humano frente a eventos traumáticos, que permitirá la aplicación de los
Primeros Auxilios Psicológicos (PAP) y la intervención en crisis,
resaltando la importancia del apoyo social y la promoción de comunidades
resilientes, como estrategias de afrontamiento eficaces en el abordaje de
estos eventos, para lo cual los equipos de emergencia que se despliegan
deben estar preparados para atender oportunamente a la población
disminuyendo así el riesgo de aparición de estrés postraumático, entre otras
patologías que inciden en la salud mental al corto, mediano y largo plazo
(Sandoval, O. y Sandoval, D., 2020).
Por lo general, los eventos de gran magnitud involucran una
perturbación psicosocial que en la mayoría de los casos excede la capacidad
de manejo y afrontamiento. Por tal razón, se pronostica incremento de la
incidencia de manifestaciones emocionales y trastornos mentales
(Organización Panamericana de la Salud, 2002). Es necesario resaltar que
no todos los signos y síntomas presentes se transformarán en un trastorno
de salud mental; muchos serán reacciones normales ante una situación
excepcional y ante la que aún existe mucha incertidumbre respecto a su
abordaje y tratamiento (Sandoval, O. y Sandoval, D., 2020). Frente a estas
circunstancias, ciertos países, como es el caso de Ecuador, cuando este tipo
de eventos no se han presentado en mucho tiempo, los profesionales, de
manera concreta, los psicólogos, requieren contar con ciertas competencias
personales y profesionales que se pongan de manifiesto en acciones y
estrategias que emprendan, cuyas repercusiones se verán en el futuro, ya
que, en cierta medida, experimentarán lo aprendido en la teoría, en otros
casos, recién sentirán la necesidad de capacitarse en este campo, lo que no
ocurre en países como Chile, donde la población y los profesionales están
experimentados en este campo, siendo esto una necesidad para Ecuador.
En este ámbito, existen numerosas aportaciones, así, la Universidad
del País Vasco, manifiesta que el psicólogo para desarrollar la resiliencia
en contextos desfavorables se debe centrar en el fortalecimiento de las
partes sanas de las relaciones interpersonales, como es la familia y amigos
o cualquier grupo inmediato; se deben generar experiencias educativas que
cuiden y estimulen habilidades de afrontamiento frente a lo desmesurado
(Uriarte, 2005). En torno a lo descrito, Tarazona et al. (2018) en su artículo
“La resiliencia ante los efectos de un terremoto”, determinan que la
ocurrencia de los desastres naturales puede anular años de desarrollo en
pocas horas o incluso segundos, ya que una catástrofe es capaz de modificar
la vida de un individuo de forma drástica. De la misma manera Figueroa et
al. (2010) en un estudio relacionado con el apoyo psicológico ante
desastres, aseveran que el psicólogo debe integrarse en el sistema global de
respuesta ante catástrofes, regulado por las instituciones competentes, y
debe hacerlo desde distintos ámbitos profesionales, ya que el impacto
puede variar tanto en función de la capacidad de las víctimas para
reaccionar de manera adecuada, como de la capacidad técnica, y por los
recursos que se tengan para compensar la crisis.
En relación con las competencias que deben evidenciar los
profesionales que directa e indirectamente intervienen en estos escenarios,
desde siempre la universidad ha manifestado preocupación; así, la Unión
Europea en 1998 propuso que todas las universidades presenten un mismo
modelo de titulación en las carreras que oferten, esto ayudó a que los
profesionales cuenten con competencias óptimas para sus profesiones y las
necesidades específicas de la sociedad (Amador et al., 2018). Por su parte,
en México, con el propósito de analizar el ajuste entre las competencias del
psicólogo y las necesidades de sus perfiles en cuatro grandes áreas: salud,
educación, justicia y trabajo, plantean que, para evitar las grandes tasas de
desempleo, se deben valorar las necesidades de la comunidad que pueden
dar pautas para una especialidad y el desarrollo de competencias y
capacidades que ofertaran a los profesionales, sumado al enfoque en
investigación y resolución de problemas, priorizado en las últimas décadas
en la oferta universitaria de estas carreras (Zanatta y Camarena, 2012).
En Ecuador, el enfoque social del psicólogo para el desarrollo de la
resiliencia proviene esencialmente del Plan Nacional del Buen Vivir (CNP,
2017), expresando este tipo de guía el generar capacidades que promuevan
una población resiliente, que den paso a entornos comunitarios y seguros.
Estas capacidades se promueven y fortalecen en el ámbito educativo, donde
los encargados de impartir dicha educación se vuelven figuras que influyen
en el comportamiento de las personas y modelos de sintonía afectiva
significativa (Pinargote et al., 2018). El ambiente social es otro aspecto que
se debe considerar en los perfiles de los psicólogos, su aprendizaje,
promoción y educación en lo referente a la resiliencia frente a desastres
naturales (Moreira y Muñoz, 2018).
Los antecedentes descritos demostraron la necesidad de llevar a cabo
este estudio, en el que se definió como objetivo identificar las acciones que
desarrolla el psicólogo clínico en la intervención psicológica y promoción
de la resiliencia en sectores vulnerables por catástrofes naturales en el
contexto ecuatoriano.
1.1 El psicólogo clínico en la promoción de la
resiliencia
Para llegar a la identificación de las acciones que desarrolla el
psicólogo en situaciones de emergencia, de acuerdo al criterio de las