este sector al presupuesto del estado hasta el año 2018 ha crecido por
encima del 38 %, resultado que muestra correspondencia con las
previsiones realizadas en la proyección de expansión y crecimiento del
sector, y los objetivos por el cual fue aprobado su desarrollo.
El desempeño en el comercio internacional de los sectores productivos
de un país es una medida del nivel de competitividad efectivamente
alcanzado por las empresas en los diferentes sectores de una economía. A
su vez, el nivel de competitividad efectivamente logrado, refleja el
desarrollo de la productividad y la calidad de su aparato productivo, y en
última instancia, la efectividad de las políticas de fomento a la
competitividad.
El modelo de Porter se configura como el paradigma más completo
para explicar el fenómeno competitivo y se inserta dentro de la teoría de la
competitividad estructural, la cual considera, por consiguiente, que la
competitividad internacional es un fenómeno complejo, en el que
interaccionan gobiernos y empresas, donde las dotaciones de factores
productivos pueden llegar a ser irrelevantes (CEPAL, 2015), el centro de
atención pasa de considerar los factores productivos heredados -básicos- a
considerar aquellos factores productivos adquiridos -avanzados-.
Siguiendo a Porter (2003), la prosperidad nacional se crea, no se hereda.
Lo que hace próspero a un país es la capacidad de los negocios para
alcanzar elevados niveles de productividad, es decir, la capacidad para
usar con eficiencia la mano de obra, los recursos naturales, el capital, e
innovar permanentemente. En el enfoque de Porter no es relevante qué y
cuántos recursos se posee, sino qué se hace con lo que se tiene.
Siguiendo a Alonso (1992), citado en Díaz (2010), la teoría de la
competencia estructural parte de que las empresas no sólo compiten en
precios, también lo hacen en calidad de los productos, servicios de post
venta y en general, utilizando diversos mecanismos para la diferenciación
de sus productos y servicios; se incluyen los procesos de creación,
difusión y adaptación tecnológica, considerando de gran importancia las
innovaciones tecnológicas, tanto radicales como incrementales. Por
último, plantea, que la competitividad no es el resultado únicamente de la
competitividad de sus empresas, sino que factores organizativos,
institucionales y supra empresariales -configuración del aparato
productivo nacional, interconexiones entre sectores y actividades
económicas, la calidad de las relaciones entre agentes, la infraestructura
física y tecnológica, etc.-, también influyen de forma significativa.
El enfoque estructural entiende la competitividad como un fenómeno
más amplio, en cuya determinación está presente un complejo conjunto de
aspectos, no necesariamente ligados a los precios y los costos, de probada
relevancia en la proyección y actividad de las empresas en los mercados.
No es, por tanto, que no se considere la influencia de estos, sino que esta
se juzga parcial. Tres son las consideraciones básicas de las que parte este
enfoque; todas ellas referidas a factores excluidos, o indebidamente
incorporados, en la visión estricta de la competitividad vía precios.
Expuestos muy brevemente serían los siguientes: capta la mayor
complejidad que revelan los mecanismos a través de los que se ejerce la
competencia en los mercados. Es posible pensar en momentos o productos
donde los costos constituyen el elemento de referencia básico, en la
actualidad y en buena parte de los mercados, las estrategias empresariales
responden a una más amplia gama de resortes, entre los que se encuentran
la calidad del producto, su nivel de adecuación a la demanda, los servicios
de post-venta, en general, todas las prácticas de diferenciación técnica y
comercial del bien.
La competitividad estructural responde al protagonismo adquirido en
la competencia por los procesos de creación, difusión y adaptación
tecnológica; integra no solo las innovaciones que inciden sobre la
producción material de bienes, sino aquellas que afectan a cualquiera de
los eslabones de la cadena de valor de la empresa, no solo a las
innovaciones radicales, que desplazan la frontera de conocimientos, sino
también a las innovaciones de carácter incremental sobre los procesos ya
conocidos.
El concepto de competitividad estructural supone el intento de hacer
explícito el papel de fenómenos ajenos al ámbito interno de la empresa –y
relacionados con el conjunto de la Economía Nacional- e influyen en los
resultados que estas obtienen en los mercados. Se destaca la importancia
que tiene en la determinación de la competitividad factores de tipo
organizativo e institucional, ligados a la configuración del aparato
productivo nacional, o las interconexiones entre los sectores y actividades
económicas, y la calidad de las relaciones entre los agentes y la
infraestructura física y tecnológica sobre la que estos operan.
En resumen, la posición competitiva de una empresa aparece, por
tanto, como la resultante de una gama muy diversa de variables, referidas
unas a la propia unidad empresarial y su comportamiento estratégico, y
otras a la estructura económica e institucional del país en que opera y/o
del que proviene.
Este enfoque que entiende la competitividad como un fenómeno
amplio, agrupa diferentes indicadores que miden el efecto o consecuencia,
e incorporan otros que pudieran explicar las causas. Los indicadores de
resultados muestran la situación de una empresa en términos de
competitividad a través de variables asociadas a sus consecuencias y los
indicadores de factores causales, que apuntan hacia los elementos
inductores o determinantes de dicha competitividad.
Lo expuesto hasta el momento muestra lo difícil que resulta medir la
competitividad y lleva a los autores a considerar para la construcción de
las formas de medición, el ensamble entre variables propias de la teoría
económica de la firma, tales como tecnología, productividad, estructura de
la industria, condiciones de la demanda, insumos y costos, con otras
propias de la teoría de los negocios, tales como la calidad del producto,
los canales de distribución y las alianzas estratégicas.
La dimensión social e infraestructura muestra el resultado del esfuerzo
del Estado para garantizar las condiciones indispensables referidas a la
reproducción y desarrollo del factor humano y su calidad de vida, además
de mostrar el conjunto de factores físicos y económicos que apoyan la
gestión empresarial.
Siguiendo estos razonamientos, el proceso de mundialización
económica, con una revolución tecnológica sin precedentes y los
importantes cambios en los patrones de consumo familiar, dibujan una
nueva realidad económica, que puede agruparse bajo el denominador
común de “nueva economía”.
Desde el punto de vista empresarial, la masiva incorporación del
conocimiento a la actividad viene a transformar las interpretaciones
tradicionales de la economía de la empresa, con la aparición de dos