1. Introducción
La revisión de múltiples fuentes bibliográficas permite definir a Jara
(1994) como el principal estudioso de la sistematización de experiencias,
a la que define como la interpretación crítica de una o varias experiencias
que, a partir de su ordenamiento y reconstrucción, explicita la lógica del
proceso vivido. Reconoce su esencia facilitadora en la observación de un
proceso continuo e integrado de la práctica (Jara, 1998), a partir de la
convergencia entre sus dimensiones y de la definición, como eje central
de todo proceso a sistematizar, del conocimiento teórico desde la acción
práctica.
Por su parte, Coppens & Van de Velde (2005), la presentan como un
proceso reflexivo en el que, protagonistas de una experiencia (institución,
técnicos y beneficiarios), rescatan en forma participativa, los procesos y
los productos validados durante la ejecución de un proyecto,
generalizables en otras situaciones semejantes.
Resulta interesante la traducción de la sistematización de Expósito &
González (2017), que la asumen a través del momento de detenerse, mirar
hacia atrás, ver de dónde venimos, qué es lo que hemos hecho, qué errores
se han cometido, cómo los corregimos para encontrar el rumbo, y luego
gestar nuevos conocimientos, como resultado de la crítica y la autocrítica,
expresión dialéctica para transformar la realidad. Es por ello por lo que
Bermúdez (2018) la caracteriza como “una práctica emancipadora”.
Al respecto, Rolón & Sánchez (2005) sugieren el uso de un marco
teórico, luego de reconstruir y analizar la experiencia, que parte de los ejes
de la sistematización, con lo que realizan un acercamiento a la dialéctica
y a las teorías de críticas liberadoras de educación popular de Paulo Freire
(Freire, 1980).
La metodología de la sistematización permite el ordenamiento, la
construcción, el análisis de la experiencia y la divulgación de los
aprendizajes. Si la sistematización constituye una alternativa al paradigma
positivista dominante, entonces se adecua a la metodología cualitativa con
aproximación al paradigma alternativo.
Las experiencias, según Jara (2010), deben entenderse como procesos
individuales y colectivos, en lugar de acciones o hechos puntuales.
Considera su carácter dinámico y complejo, y la influencia que sobre ellas
ejercen las condiciones del contexto, las situaciones particulares, las
acciones, las percepciones y las emociones. Las concibe como apuesta que
trasciende el programa o proyecto que les da origen por su aporte a la
interpretación de la realidad y sus problemáticas, como antesala de
generación de un modo de enfoque hacia su transformación.
En cuanto a la comprensión básica de los proyectos de
sistematización, Ghiso (1998) identifica, como planteamientos básicos, el
ser antecedido por la práctica, la acción y el saber sobre la acción, los que
constituyen el punto de partida y le otorgan al proceso un carácter
eminentemente emancipador y transformador, en el que tanto el proceso
como el producto, se constituyen como objetos de gran interés.
Sistematizar experiencias, es un viaje desde la práctica hasta el
conocimiento teórico, con las lecciones de aprendizaje aportadas por las
propias experiencias como boleto de ida. El regreso se emprende con
experiencias enriquecidas por los nuevos conocimientos, listas para
reinsertarse nuevamente en la práctica y ser generalizadas en otros
contextos afines.
2. Materiales y Métodos
Desde la consideración de la sistematización como actividad de
producción de conocimiento, coexisten dos concepciones teóricas, según
Jara (1994). La primera de ellas es la concepción dialéctica, en la que se
interrelacionan las diferentes vertientes teórico-prácticas en la manera de
concebir la realidad. A su vez, la sistematización de experiencias también
puede ser comprendida como parte del movimiento de la gestión del
conocimiento con un amplio debate internacional en la capitalización de
experiencias, con lo que coinciden Rolón & Sánchez (2005); FAO (2013);
da Silva, Le Borgne, Dickinson & De Jong (2011); Tapella & Rodríguez
(2014) y Chávez-Tafur (2014), al considerar que la acción colectiva se
dirige a la generación de contradicciones, a partir de la experiencia de los
actores involucrados, con la consiguiente gestación de propuestas para la
superación de las mismas.
Como segundo planteamiento teórico está la referencia a las teorías de
Paulo Freire, quien asume de manera también dialéctica, el imperativo de
pensar desde las realidades concretas (Freire, 1980). En la sistematización
de experiencias, la teoría está precisamente en la práctica, es decir, en esas
realidades concretas, con lo que coincide Morgan (1988).
La práctica más que productora de conocimiento es productora de
saber; sin embargo, se constituye en una fuente potencial de
conocimiento. Este es, como acertadamente asevera Bermúdez (2018), un
aspecto potencial para pensar la sistematización de experiencias en los
procesos pedagógicos. La atención estaría puesta en lo incuestionable, en
ese escenario en el que se desarrollan batallas en las que lo trascendente
no es el discurso científico, sino la participación de los actores y los
aportes de sus interrelaciones.
Antillón (1991) sintetiza lo complejo del debate actual en torno a la
sistematización, en el que como principales interrogantes emergen el no
tener claridad de la definición de la sistematización y, por ende, de sus
diferencias con la evaluación o la investigación, sus alcances y límites, y
su utilidad; la selección de las experiencias a sistematizar; la insuficiente
incorporación de la sistematización en proyectos globales; el manejo de
lo participativo y el diseño de instrumentos.
La representación de la Unesco en Perú asume una plataforma
(Unesco, 2016), con criterios para la selección de experiencias a
sistematizar, considerando el requisito de partida aportado por Mena
(2018), de que sólo se puede sistematizar una experiencia que ya haya
ocurrido o esté ocurriendo, con la salvedad de que se puede planificar su
sistematización antes de que se inicie la experiencia. En fin, como criterios
de selección se asumen:
• Relevancia: ¿Es importante esta experiencia?, ¿para quién o
quiénes?, ¿por qué? ¿cuál es su riqueza?
• Pertinencia: ¿ha sido útil? ¿por qué queremos sistematizar esta
experiencia y no otra?
• Validez: ¿respondió a alguna necesidad o problema? ¿se
modificó nuestro quehacer docente? ¿facilitó el aprendizaje?
• ¿Cuál es la motivación del grupo de actores de la experiencia?
Oportuno resulta aclarar que la metodología de sistematización de
experiencias ha mantenido un débil vínculo con la teoría de la evaluación,
en lo que ha incidido la limitación del diálogo y la interacción, según Jara
(1994); Francke & Morgan, (1995) y Chávez (2006), con otros enfoques
de evaluación. Como resultado de la revisión de varias metodologías,
entre las que se encuentran la de Rolón & Sánchez (2005), la metodología