la comunidad valenciana española, en el año 2010, siendo esta, la
anomalía congénita cromosómica más frecuente (67%) (Gimeno-Martos,
Cavero-Carbonell, López-Maside, Bosch-Sánchez, Martos-Jiménez &
Zurriaga, 2016).
Las anomalías congénitas con relación a la edad gestacional no han
sido ampliamente descritas, por lo que se dificulta la comparación de los
resultados de la figura 1. No obstante, un estudio descriptivo de
malformaciones congénitas en pacientes pediátricos del Hospital José
Carrasco Arteaga arrojó que las más frecuentes fueron las
gastrointestinales y polimalformaciones con el 20,94% (Matovelle et al.,
2015). En su mayoría (90%), en ambos casos, se presentaron en niños a
término coincidiendo con los resultados de este trabajo. Sin embargo,
diagnosticaron criptoquidia al 10,32% de los casos, y en el presente
estudio no se presentó ningún caso.
Dentro de los factores de riesgo materno (figura 2), la edad avanzada
de la madre desempeña un papel importante en la aparición de
malformaciones congénitas. Por el contrario, algunos autores demostraron
que es dos veces más probable la aparición de malformaciones congénitas
en niños de madres adolescentes, así como, que los antecedentes de
enfermedad crónica materna aumentan la probabilidad dos veces más que
en las madres sanas (Santos, Vázquez, Torres, Torres, Aguiar &
Hernández, 2016).
Por otra parte, la desnutrición y anemia presentadas por las
embarazadas se relacionan con la carencia de yodo y folato, lo que
aumenta el riesgo de defectos del tubo neural (Estrán, Iniesta, Ruiz-Tagle
& Cornide, 2018).
Como se observa en la figura 3, los factores de riesgo infecciosos son
los que con mayor frecuencia se han presentado en esta investigación. Se
ha demostrado que algunos procesos infecciosos pueden causar
malformaciones congénitas en el recién nacido si la madre los contrae
durante el embarazo. Entre ellos se encuentran la rubeola, varicela,
citomegalovirus y toxoplasma.
La presencia de episodios febriles en el primer trimestre de gestación
duplicó la aparición de malformaciones congénitas en los neonatos. A su
vez, las enfermedades infecciosas que afectaron a las gestantes durante el
primer trimestre del embarazo triplicaron el riesgo de desarrollar
malformaciones congénitas (Santos et al., 2016). También el estudio de
Bravo-Gallego, Teherán-Bravo, Pantoja-Chamorro, Díaz-Castro &
Acosta-Aragón (2012) reportó 20 casos de neonatos malformados cuyas
madres presentaron fiebre durante el embarazo.
Resultado similar al de este trabajo se obtuvo en el estudio de Guzmán
(2016) donde se informó que el factor de riesgo más frecuente fue la
presencia de infecciones agudas durante el embarazo con un 56%.
Se registró la exposición de las madres al alcohol, tabaco y otras
sustancias químicas, como los medicamentos y plaguicidas. Se conoce
que estos últimos desarrollan un efecto teratogénico, demostrándose en el
8% de malformados reportados por Guzmán (2016), cifras superiores a
los casos encontrados en nuestro estudio.
Criollo & Velecela (2016) también reportaron resultados similares a
los de este trabajo, donde las malformaciones congénitas por exposición
al tabaco, alcohol y plaguicidas se correspondieron con 5,3; 4,8 y 3,03%,
respectivamente.
Las malformaciones, especialmente las que poseen base genética, se
observan con mayor frecuencia en ciertos grupos familiares, relacionado
fundamentalmente con la existencia de matrimonios con algún grado de
consanguinidad. Según Santos et al. (2016) en su estudio predominaron
las malformaciones del sistema cardiovascular con 94 casos (19,5%),
relacionadas con alteraciones cromosómicas, seguidas de las
malformaciones del sistema nervioso central con 63 (13,9%), en cuyo
caso, el 30% tenía el antecedente de un hijo anterior malformado,
resultado similar al de este trabajo.
Se ha relacionado las malformaciones congénitas neonatales con la
mortalidad, reportándose 0,53% (Zarante, García & Zarante, 2012), en el
total de nacimientos vigilados, valor similar a los resultados encontrados
en Chile (0,63%) (Nazer, Aravena & Cifuentes, 2001). Por otro lado,
Bravo-Gallego et al. (2012) informaron el mayor valor de mortalidad
asociado a anomalías congénitas, entre ellas, defectos congénitos
múltiples (34,5%), los del sistema nervioso central (19,5%), sistema
genitourinario y renal (17,2%) y cromosomopatías (13,8%). Las
malformaciones congénitas constituyeron la segunda causa de muerte en
los niños menores de un año con 118 fallecidos y la tercera entre los de 1
a 4 años de edad (Santos et al., 2016).
Se observó que las malformaciones del sistema nervioso central
constituyeron las anomalías congénitas estructurales presentadas en
neonatos a término con mayor frecuencia. Mientras que los factores de
riesgo más comúnmente asociados a malformaciones congénitas fueron
infecciones durante la gestación, edad materna superior a 35 años, anemia
y desnutrición de la madre, obesidad; además del consumo de tabaco y
presencia de un hijo anterior con anomalías congénitas. La mortalidad
neonatal se asoció a las anomalías congénitas estructurales mayores.
Con este trabajo se demostró la contribución positiva de la relación
universidad-sociedad mediante una intervención comunitaria, que
permitió esclarecer los factores de riesgo asociados con las
malformaciones congénitas en recién nacidos en Manabí.
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