1. Introducción
Desde la existencia del ser humano en nuestro planeta, a lo largo de la
historia ha demostrado especial interés en la conservación de su especie.
En la época primitiva, el hombre no tenía un lugar estable para realizar
sus acciones, poco a poco y a medida de su asentamiento, su conducta
empezó a cambiar debido a las normas de convivencia del entorno social
donde se desenvolvía. Esta necesidad de adaptarse a normas
subsecuentemente provocó el desarrollo de hábitos sociales, entre ellos
los que favorecen la salud y la conservación.
Según Batalla y Ramírez (como se citó en Tacuri, 2016, p.15), la
higiene del entorno y el aseo personal son temas fundamentales en la
educación infantil, pues esta última no es solamente académica; también
lo es formar seres humanos saludables y responsables de su espacio y su
cuerpo; es también necesario recalcar que estos hábitos se han ajustado
según las generaciones, los cambios sociales, las necesidades y evolución
humanas.
Hay que resaltar entonces, que los hábitos higiénicos culturales son un
tema recurrente no solo en el sistema educativo si no en la sociedad en
general, incluyendo a la familia como agente protagónico en la formación
integral del individuo, desventajosamente no han sido alcanzados en su
totalidad, convirtiéndose así en un problema social que persiste. Al
respecto la Organización de las Naciones Unidas (2020) asegura que un
tercio de la población en el mundo no puede acceder a los servicios ni
posee las circunstancias que le permita la higiene básica, y que en este
caótico escenario son los niños los de mayor vulnerabilidad y riesgos.
Concomitante con ello, la Organización Mundial de la Salud (2020)
promueve diversos programas en donde tiene como misión mejorar los
ambientes donde viven y se desarrollan los niños, pues según esta misma
entidad internacional una cantidad superior a cinco millones (entre 0 y 14
años) pierden la vida cada año como producto de enfermedades y
afecciones que contraen en los ambientes que viven, estudian o juegan.
Actualmente, los hábitos higiénicos culturales ya sean personales o
comunitarios, son promovidos con énfasis dadas las circunstancias
pandémicas, más que como eje de desarrollo humano como un modo de
preservación de la vida.
La higiene es considerada un acto, por lo general autónomo, que una
persona ejecuta para estar y sentirse limpio externamente (Martín y
Ocaña, 2011, p. 32), manteniendo una presencia física aceptable así como
de su entorno (Mello, 2013).
Para Dueñas (2010), la higiene personal no se basa exclusivamente en
la limpieza, abarca también la alimentación, el ejercicio físico y el sueño.
Al hablar de higiene, se debe ampliar además al entorno o espacio en el
que el niño se desenvuelve, en la cultura de enseñar desde las primeras
edades el dar las gracias, pedir permiso, desde el sexo masculino ceder la
silla, ceder el paso, el saber disculparse y el uso correcto de los utensilios
de mesa.
León y Pacheco (2010) en su manual de práctica de higiene,
mencionan que las enfermedades que se adquieren como carencia de dicha
práctica son diarrea, cólera, parasitosis, rasca rasca o sarna. Sin embargo,
la lista es mucho más amplia. Muñoz y Pérez (2013) afirman que la falta
de higiene ya sea por ignorancia, desconocimiento o desinterés, ha
favorecido, en la historia de la humanidad, el aparecimiento y
perpetuación de infecciones ocasionadas por microorganismos
biológicos, es decir virus, bacterias, hongos y parásitos que se proliferan
cuando no existe la limpieza debida en el ámbito personal y social,
produciendo enfermedades en la piel, cabeza (ojos, boca, nariz…),
intestinales (Sánchez, 2014) e incluso orgánicas, sistémicas y la muerte.
La higiene brinda las normas para mantener la salud del cuerpo, y
mantener la salud, es gozar de la vida y hacerla más hermosa (Parada,
2011, p. 8). Para fomentar la salud, los niños deben estar en contacto con
las normas de higiene desde muy pequeños, la práctica recurrente es lo
que las convierte en hábito (Unicef, 2001). Empezar a conocer su cuerpo,
y saber lo que hace bien y lo que no, es un punto de partida valioso.
Los hábitos higiénicos culturales basan su accionar en acciones
inculcadas a niños y adultos con el fin de mejorar sus condiciones de vida,
referente principalmente a la prevención de enfermedades y práctica de
buenas costumbres y valores. Según Tierra (2016), los hábitos de higiene
que se deben potenciar en los niños de educación inicial son: higiene de
la piel, ojos, oídos, nariz, higiene oral, higiene de las manos, higiene del
cabello, higiene de la ropa, de los pies, higiene íntima. Parada (2011)
amplía el campo de acción de la profilaxis e incluye los relacionados con
la higiene de la recreación, deporte, descanso y de los alimentos.
Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (2020) sostiene que
los hábitos de higiene a enfatizar en los niños en merced de su salud,
bienestar y a la vez mejor modo de vida radican en hábitos relacionados
con el agua, el aire, el suelo, hábitos para protegerse de gripes estacionales
y epidemiales.
Los beneficios que un niño obtiene al momento de habituar los hábitos
higiénicos culturales, al igual que en un adulto, contemplan dos planos o
tipos: el individual y el social.
En el plano individual se reflejará un crecimiento de valores, entre
ellos, autoestima, confianza, autonomía, responsabilidad; el manejo de las
decisiones y la autorregulación personal de sus acciones son también parte
de los logros. La salud propia en todas sus formas se verá reflejada. En la
esfera social se suscita una conciencia preventiva, salud comunitaria y
modo de vida digna y la formación de valores.
Sin embargo, pese a todos los beneficios promovidos de los hábitos
higiénicos culturales, los niños en su mayoría tienen dificultades para
aprenderlos, aunque no son los únicos, los relacionados con las
manifestaciones culturales son también una debilidad, por lo que es difícil
manejar esta situación dentro del aula, por ello, los hábitos deben ser
tratados como un aprendizaje constante que empieza desde los primeros
meses de existencia y que por esas circunstancias dependen inicialmente
del aporte familiar, no obstante, es a lo largo de su vida que el ser humano
los va puliendo, transformando, adaptando según sus necesidades y los va
incorporando a su forma de vivir para crear un ambiente efectivo que
beneficie el cuerpo, la mente y el espíritu.
Para Massini (1995), el jardín de infantes es el medio con que cuenta
una sociedad para que las familias puedan seguir desarrollando y
cultivando sus costumbres, riqueza cultural y a través de esto formar
capacidades en los niños para determinar actitudes y valores nuevos que