ReHuSo: Revista de Ciencias Humanísticas y Sociales ISSN 2550-6587
AGROFORESTERIA ABORIGEN Y DOMESTICACIÓN
© Facultad de Ciencias Humanísticas y Sociales. Universidad Técnica de Manabí. Portoviejo, Ecuador.
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AGROFORESTERÍA ABORIGEN Y DOMESTICACION DEL BOSQUE
ECUATORIAL. LAS TIERRAS EQUINOCCIALES DE MANABÍ Y SU
ECOLOGÍA CULTURAL.
AUTOR: Manuel Eduardo Andrade Palma
1
DIRECCIÓN PARA CORRESPONDENCIA: nandrade.palma.manuel@gmail.com
Fecha de recepción: 8/09/2017
Fecha de aceptación: 18/11/2017
RESUMEN
Anteriores y recientes estudios de prospección arqueológica y
etnobotánica, muestran que
los
pueblos indígenas abogenes de
la territorialidad del Manabí actual, desarrollaron
sociedades
complejas, con poblaciones densas para la época; las mismas
que domesticaron un sin número
de
plantas, aplicaron
técnicas avanzadas en el manejo de la tierra cultivable con
tecnologías de
ingeniería hidráulica, evolucionadas para la
época; permitiendo una modificación del bosque tropical-
seco y
húmedo-
primario, logrando l a supervivencia en su
cotidianidad. Las evidencias sobre la domesticación y
conservación de la naturaleza, no se cimentan en la generación
de
áreas de protección excluyentes de actividad humana, si no en
el
empobrecimiento de los suelos, el avance de la
desertización y la fragilidad de
un
ecosistema sujeto a
los cambios climáticos, producto del encuentro de las
corrientes de Humboldt y
del
Niño. Las evidencias encontradas,
sobre la fertilización
de
suelos producidos por los antiguos
habitantes de esta zona costera establecen un desarrollo
sostenible, en cuanto a
reproducción y conservación de la
naturaleza en
la región
PALABRAS CLAVE: Agroforesteria, domesticación de bosques,
sociedades complejas, estados iniciales
1
Universidad Técnica de Manabí. Ecuador. Facultad de Ciencias Humanísticas y Sociales.
Manuel Eduardo Andrade Palma
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AGROFORESTRY ABORIGINAL AND DOMESTICATION OF THE EQUATORIAL
FOREST. THE EQUINOCTIAL LANDS OF MANABÍ AND HIS CULTURAL ECOLOGY.
ABSTRACT
Previous and recent archaeological survey and ethnobotany,
studies show that Aboriginal indigenous peoples of the territory
of the current Manabi, developed complex societies, with dense
populations for the period; the same that domesticated a number
of plants, applied advanced techniques in the management of
arable land with hydraulic engineering technologies, advanced for
the era; allowing a modification of the tropical-seco and humedo-
primario forest, making survival in their daily lives. Evidence
on the domestication and conservation of nature, not will
underpin the generation of mutually exclusive protected areas of
human activity, if not in the impoverishment of the soils, the
advance of desertification and the fragility of an ecosystem
subject to climatic changes, product of the encounter of the
streams of Humboldt and the child. Found evidence, on the
fertilization of soil produced by the ancient inhabitants of this
coastal area established a sustainable development, reproduction
and conservation of nature in the region
KEYWORDS: agroforestry, domestication forests, complex companies,
initial states
INTRODUCCIÓN
El marco interpretativo del trabajo se basa en una perspectiva
arqueológica, antropológica y etnográfica
dialéctica-
interpretativa de los contextos y procesos de la evolución
humana, del desarrollo material e
histórico
del hombre y las
sociedades. Así, la interpretación de la historia
costera del
actual Ecuador
, implica un proceso que
circunscribe hacia una
visión lineal-positivista sobre determinados elementos del
contexto,
a través de un compromiso
coherente,
deductivo,
procesual e interpretativo, en tiempo específico, que explique
una a una sus
fracciones
.
Para los estudiosos no es desconocido que las tierras
ecuatoriales estuvieron densamente
pobladas,
antes de la
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colonización y sujeción a la monarquía española, en la
que
florecieron sociedades complejas en estados iniciales,
t o m a n d o c o m o base las crecientes
evidencias
materiales e
interpretacn de las mismas, los centros poblacionales
urbano-arquitectónicos, su
estructura socio-económica y
jerarquico-sociales, la división del trabajo en
tecno-
especializaciones
, que regían la vida comunal, la
transformación
y
adaptación al entorno de conformidad a sus
requerimientos, por ende la domesticacn del
paisaje
ecuatorial costanero.
Factor último que desafía la conceptuación del pensamiento
ecológico cultural
y
de los conservacionistas, quienes
sostienen la idea de un equilibrio de la naturaleza para con
el
modo
de vida y subsistencia de las sociedades aborígenes;
basada, en
la
adaptabilidad a los límites naturales, como el
empobrecimiento de los suelos agrícolas y
la
abundancia de
animales de caza y pastoreo
.
El pensamiento ecológico cultural, preceptúa la relación
armónica entre la población y las
tierras
agrícolas secas
y/o húmedas boscosas, donde prima una baja tasa
o
casi nula
densidad humana, en centros urbanísticos anteriormente
poblados, con tierras
cultivables
sustentables -tres cosechas
anuales-, sistemas de irrigación a través del cultivo del agua,
con
agricultura
de roza y quema, fertilizándolos con tierras
negras, lo gran do la adaptabilidad de nuevas especies
vegetales e implementación de
una
domesticación de la
naturaleza, de los animales; así como, la interpretación
y
aplicación de complejos rituales para controlar la extinción o
carencia de la caza de animales de monte
o
grandes y la captura
de peces a las que tenían acceso, en sus os o en el mar.
Deducción que viabiliza
la
repuesta de adaptabilidad de
nuestros aborígenes a una biodiversidad presente, pero
frágil. S
in
embargo, el eco de precepto ecológico
cultural, esgrimido por
Meggers (1971-/1981),
permitieron
concebir las áreas protegidas, precautelando a los
pueblos
indígenas amenazados por el avance civilizatorio; caso,
que
no
se asumió en los pueblos costeños sujetos a
las
reducciones españolas, al replegamiento
a
tierras comunales,
poco aptas para la
actividades
agrícolas, algunas de las cuales
aún perduran para los
pueblos
de la costa sur
.
Estas sociedades nativas, diezmadas en su conjunto, mutaron
y reestructuraron sus comunidades,
re
componiéndolas, con
Manuel Eduardo Andrade Palma
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los sobrevivientes étnicos. Los conocimientos ancestrales que
ostentaban se desvanecieron, como acontec con sus viviendas y
campos
de cultivo. Los saberes encarnados por múltiples
rituales, que sostenían su cosmovisión,
se
desarticularon
progresivamente.
Inicios de la agroforesteria aborigen
La presencia de los cazadores y recolectores como
representantes
del modelo antiguo de adaptación se presuponen en
el territorio, aunque hay investigadores i n di c a n d o q u e la
escases de alimentos llevarían
a
que la ocupación permanente
de las tierras ecuatoriales, costeras y bajas
tropicales
boscosas, fue posible únicamente después de haberse
desarrollado la agricultura.
Bajo este enfoque es innegable la existencia de múltiples y
diversos sistemas de
agroforestería
que posibilitaron a las
sociedades ecuatoriales generar excedentes alimentarios
para su subsistencia facilitando la manutención de su
creciente población, lo que permit la modificación del
paisaje,
fruto
de su domesticación.
Los suelos agcolas ecuatoriales tuvieron un uso intensivo,
se
presume de tres cosechas anuales, en cultivos de ciclo corto,
bajo el control
de
los pobladores sedentarios que implementaron
cnicas de labranza, irrigación y control de sembríos,
junto
o
alrededor de sus cleos residenciales, casi siempre
de carácter familiar.
Vale destacar que al
mismo
tiempo, hubo la necesidad de la caza
de especies de montaña y por ende la aplicación
de
sistemas de agroforestería con el objetivo de acrecentar los
bosques
con
especies comestibles, lo que genera la selección de
vegetación perteneciente a la zona, con sus tipos de clima,
facilitando su inicial
domesticación.
Es inevitable recrear a la luz de las evidencias arqueológicas
la utilidad de
las
tierras cultivables en tiempos anteriores al
proceso colonizador. El hallazgo de suelos antropogénicos,
permite deducir que debían su fertilidad al enriquecimiento
paulatino
con
material orgánico e inorgánico, suelos a los que
se conoce como terra petra (tierra negra) u
suelos
aptos para
los cultivos.
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Conviene aclarar que la práctica de roza y quema, como sistema
agrícola
utilizado con
frecuencia, resulta poco factible en
tiempos aborígenes, debido a los rudimentarios instrumentos de
labranza. Es decir, se requiere de cierta cantidad de tiempo y
energía
para
desbrozar o descuajar un bosque natural con
instrumentos ticos (hachas de piedra) o azadas
de
spondylus princes; c, se considera, que los bosques cercanos a
las comunidades
ya
no eran originarios, ya que su contexto
había sido modificado por la intervención del hombre, con
la
inclusión de especies agrícolas comestibles y de aplicabilidad
humana.
Claro está, que transcurridos tantos milenios de
manipulación de la agroforesta, resulta oneroso no aceptar
el concepto de bosque domesticado y desechar el de bosque
natural. Mucho menos, el manejo genético primigenio para elevar
la productividad de las plantas destinadas a la agricultura de
sustento. Estamos hablando de floras silvestres que fueron
domesticadas e introducidas a las parcelas comunales, para que
sirvieran de base alimenticia. Aunque según -(Mann, 2005; Posey,
2001; e.g. Clement, 1999)- este proceso de selectividad
y experimentación se truncó con la incursión del
avieso invasor “conquistador”.
Las tierras pródigas
Como es lógico suponer, las tierras aborígenes ecuatoriales
guardan en su seno, la fertilidad primigenia y cuando se
desgastaban eran regenerados por la tecnología del
saber ancestral para su explotación consciente y
consecuente, cuyo objetivo era el logro de una producción
asumible, evitando, -en lo posible- la migración hacia otras
tierras y el desgaste de la foresta (descuaje del bosque) con
la instalación de otras fincas o granjas. Históricamente en lo
que respecta a Manabí, se percibe un manejo equilibrado,
decurrente y permisivo del manejo sustentable de los suelos a
través del tiempo.
El pasado no es espejismo del presente
Las sociedades de cazadores y recolectores que en la actualidad
ocupan las selvas tropicales sudamericanas -por ejemplo-, se
encuentran en áreas que están siendo usurpadas por colonos
armados con nuevas herramientas e impulsados por las presiones
sociales, económicas y políticas (apertura de vías y
comunicación), surgidas en los territorios más densamente
poblados, quienes ejercen una importante presión sobre la tierra
que no hace mucho ocupaban los cazadores recolectores,
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pretendiendo expandirse y apropiarse de territorios
ancestralmente indígenas y hasta hace muy poco, considerados
marginales. Esta proximidad entre unos y otros, evidentemente,
resulta en contactos y por ende en el intercambio de los bienes
y los conocimientos que cada conjunto posee. Esto genera
conflictos por el control de estos territorios. Hoy, el tema es
de indagación antropológica; los investigadores ven las aristas
de las colectividades nacionales como poderíos que aportan a
desmembrar y a renovar nuevos entes en regiones que algunos
llaman “zona tribal” (Ferguson y Whitehead 2001).
Bajo estas consideraciones subyacen diferentes concepciones
del paisaje y de su uso. Este escenario y coyuntura, tiene
particularidades únicas; sin embargo, es un proceso repetido y
variado a lo largo de la historia de las tierras ecuatoriales;
lo que posibilito la existencia de un mundo paralelo al
“supuestamente civilizado”, en cuya entraña hemos depositado
toda clase de permisibilidades contenidas en naturaleza
(flora y fauna), recursos técnicos y humanos; política y
“desarrollo”. Como es lógico, estos mundos, igual que los
humanos, a medida que pasa el tiempo, se transforman; de tanto
en tanto retornamos a ellos para mostrarnos y etiquetarnos
con nuestros nuevos intereses. Así de esta manera, hemos
erigido un cosmos industrioso e ilusorio, pero discontinuo, como
lo son las utopías y las entelequias.
Domesticación de la Foresta
Preceptuar sobre la modificación antropogénica del boscaje
ecuatorial, seria sumergirnos en multivariables dependientes
de la incidencia humana y del factor situacional geográfico y
climático de la tierra de ocupación y de labranza.
Pero, lo más prudente es concebir que un buen porcentual de la
tierras tropicales que han sido y son habitables,
mantienen en su seno floras selectivizadas por la acción
humana y re-generadas in situ por su utilidad; ya que las que
no cumplían con estos estándares eran desechadas, cortadas o
expulsadas de estos sembríos, según percepción de William
Balée, 1989.
Otros estudiosos conciben que la mayoría de bosques primarios
fueron alterados por la mano aborigen, quienes no solo
desbrozaron los bosques, sino que los reemplazaron con otras
especies de supuesta mejor utilidad o en su defecto despoblaron
la espesura y dedicaron las tierras labrantías en de pastoreo -
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(caso Manabí)-. Es decir, se domesticaron los árboles, la
flora alimenticia y fueron resembrados para obtener su
frugal fertilidad en la cosecha. Transcurridos los años,
se concluye, que luego de esta maniobra de sustentabilidad
de las especies forestales, ya no es dable hablar de bosques
primigenios- naturales, sino de parajes boscosos
domesticados. Es presumible que esta manipulación del
saber ancestral sobre el manejo de los cultivos, genere una
biodiversidad genética en las especies nativas -(maíz, cacao,
yuca y otros)-, dando por resultado, nuevas variedades.
Estas evidencias asumidas por la etnobotánica, también permite
a los arqueólogos y antropólogos desentrañar en el curso de las
investigaciones, del como nuestros indígenas plantaban y
transportaban las especies potencialmente adaptables y
mejoradas hacia otras zonas ecológicas, lo que permitía
manipular o implementar nuevos ecosistemas con la finalidad
de optimizar la productividad, haciéndose eco de su
cognoscibilidad ancestral sobre fertilidad de suelos,
mejoramiento de cultivos, aprovechamiento de fuentes de
irrigación, saneamiento de los sembríos en sus parcelas agro
forasteras establecidas en las laderas de los cerros u montañas,
en los bosque seco-húmedos tropicales o en los hábitat
naturales, donde satisfacían o generaban la cumplimentación de
sus necesidades cotidianas de caza, recolección o producción
de frutos de la madre tierra.
El paisaje de costa y sus tierras altas se convirtió en
antropogénico -(metamorfoseado por el hombre y/o transformado
o adaptado para beneficio propio)-; es decir, el hombre no
sostuvo su adaptabilidad con el medio ambiente y más bien
implemento un sistema de agroforestería de excedentes,
generador de un comercio estable de intercambio y
consolidación de sociedades jerárquicas basadas en la
especialización de actividades.
La sustentabilidad de los suelos y el desarrollo
El proceso de la conquista nos desheredó de
nuestras
posesiones
ancestrales, nos estigmatizo tanto, que pretendió
invisibilizar nuestra identidad.
Nos
convirten excluidos, en
nuestra propia tierra. Tal es el punto, que tuvimos que
recluirnos
montaña
adentro, obligándonos a reconstruirnos,
a involucionar en nuestros logros, en nuestras
relaciones
sociales y de producción establecidas, dejando
arquitecturas urbanas y modos de vida
establecidos;
Manuel Eduardo Andrade Palma
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perdiendo cuasi la memoria y el conocimiento ancestral,
felizmente rescatados por la acuciosidad de
los
arqueólogos,
antropólogos y etnobotánicos, quienes, prestos han estado para
rescatarnos del
olvido.
Hace más de doscientos años se formularon preguntas en
relación con la densidad
demográfica
en las sociedades,
considerando el crecimiento poblacional como un proceso que
llevaba a
las
colectividades a someterse a graduales ciclos de
progreso y miseria, que a su vez, sistematizaban
y
expresaban las relaciones entre la población y los recursos
disponibles. Exceder el límite natural” de
los
caudales
aprovechables, conllevaba a la miseria. El mundo
enfrentado a un cambio profundo
erigió
una gran pregunta:
¿Si los humanos se han trazado la ruta de una
acelerada evolución hacia
un
desmedido, y por tanto
pasmoso progreso; o si están expiados
a
una perenne
oscilación entre el bienestar y la desventura,
y
ulteriormente
de cada esfuerzo, no obstante, se encuentra a
una
distancia
inmensurable de aquello que tienen como
objetivo?.
Malthus
1998:2-3.
El ntoma que revelaba el progreso o
la
indigencia
no es otro que la conducta de la población.
La
elucidación propuesta, en aquel tiempo, admitía que
concurrían
componentes naturales, que mantenían a las
poblaciones más
o
menos en equilibrio con los patrimonios
adecuados.
Considerando el tema medular de este trabajo,
estimamos
que, si bien, pertenecer a una sociedad con base agrícola
de
manutención, significa que la mayor parte de los
productos
provienen de esa actividad; pero aun así, son
permisibles
diversas combinaciones con otras estrategias
económicas
para el logro del bienestar
común.
La población, su bienestar y
el desarrollo de la agricultura
Sabemos qué hace 8000 - 3200 os ya
existían
algunas plantas
cultivadas en sitios como Real Alto y/o Valdivia y otros en
Ecuador. Es razonable
suponer
que con mucha anterioridad a
esta época ya se estuvieran manipulando las floras. La
adopcn de
la
agricultura o la creación de la misma es un
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proceso continuo de cambio gradual, no una revolución
como
se
pensara en el pasado. gico es decir, que la agricultura, es
la que nos ha permitido vivir en
pequeñas
y complejas
ciudades. Sin la agricultura como proveedora de alimentos,
nunca hubiéramos
podido
construir la sociedad actual, ni
hubiésemos logrado el grado de desarrollo de la mente
humana,
hasta
llegar al logro de los sistemas informáticos que
operan y con los que conducimos al mundo, y aún
menos
iniciar
la exploración espacial. Concluyentemente es inconcebible
nuestra vida presente sin
plantas
domésticas, su producción
fue uno de los iniciales pasos en un largo trayecto que
coligamos, de una
u
otra manera, con la palabra
desarrollo.
A pesar de que el concepto progreso o desarrollo no es claro,
al menos no tiene el mismo
significado,
cuando intentamos
contrastarla con aquello que estamos al tanto de los
cazadores y recolectores
del
pasado y del presente. Los datos
compilados de las primeras sociedades que ingresaron por el
camino
de esta transformación, estiman, que la salud de sus
miembros
fue
inferior a aquella de sus antecesores cazadores
y recolectores.
Los
padecimientos coligados a una mala
manutención, así como,
un
sustancial ascenso de
condiciones” generadas por
parasitismo,
que pudieron causar
desnutrición, parecen
acrecentarse
exponencialmente en los
inicios de la agricultura (Cohen 2002, p.
17).
Esto sin
mencionar problemas como aumento de caries y
abscesos
dentales
propios de la dieta de los agricultores, reducción
del
tamaño de la dentadura, y desarrollo de deformaciones
como
secuela del cambio en las prontitudes de
manutención
(Larsen,
1995).
Las condiciones de salud de estos primeros agricultores
parecen ser, a todas luces, muy inferiores inclusive a
aquellas de los modernos cazadores y recolectores.
Aparentemente este nuevo modo de vida no ofrecía ninguna
ventaja evidente a quienes la practicaban, según sugieren los
datos con los que se cuenta. Entonces, la pregunta es: ¿Si
la vida iba a ser más difícil como agricultor, por qué siguieron
ese camino?
Varios ensayos han sido ejecutados para concebir un patrón
que cuenta de tan asombrosa innovación. La inferencia
subyacente en los mismos, es que las condiciones de vida de los
cazadores y recolectores que tomaron el camino de la
agricultura, debían ser tan absurdamente desesperadas, que la
mejor iniciativa para subsistir, resultaba ser la agricultura.
Manuel Eduardo Andrade Palma
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Hipotéticamente, ésta, de ningún modo era la respuesta óptima,
sólo era el mal menor, de los muchos que aquejaban a estos
aborígenes.
Historia, sociedad y
naturaleza
Algunos académicos realizaron importantes esfuerzos en este
sentido
(ver por ejemplo Wolf, 1982). Pronto los señalamientos
de
los
descendientes de quienes en otro tiempo no tenían voces
se
hicieron
sentir. Los mismos no lo acusaban a exploradores
y
conquistadores,
sino que señalaban a algunos antropólogos
por haber
perpetuado
imágenes que soportaban una relacn en
la cual el europeo y
sus
descendientes eran superiores al
nativo y su
descendencia.
La tendencia analógica en las historias de sociedades
dimiles (Marshall Sahlins, 1964), no lo
se
personifica
en los valores que se hacían de estas sociedades únicas, sino
por su exterior, que para el
caso
era simbolizado por su
contexto ambiental; creando un espacio que accedía a
generar
nuevas
definiciones. De esta manera, repasar las
historias patrimoniales comunes, nos faculta la
interpretación
evaluativa dialéctica o una lectura diferente que parte
de los significativos fragmentos que
ellas
mantienen en
su seno y que son pertenencia sine qua non de unas cuantas
manifestaciones
culturales.
Resultaba evidente para muchos que las relaciones
entre
los
europeos y aquellas otras sociedades que habitan
el planeta
habían
generado imágenes que debían ser
reexaminadas
cuidadosamente.
Por ello, para poder entender su
historia o historias, es necesario considerar la diversidad
que
intenta
negar como movimiento económico, cultural y
ecológico, la cual al fin y al cabo lo fundamenta.
Como
dice
Sahlins uno no puede hacer buena investigacn histórica,
siquiera en historia contemponea,
sin
considerar las ideas,
acciones y ontoloas que no son y nunca fueron nuestras”
(1995:14). Es en
este
espacio donde se conjugan los problemas
del presente, como lo son los síntomas de la crisis ecológica
y
social -pérdida de biodiversidad, calentamiento global,
insostenibilidad, pérdida de saberes
ancestrales,
cambios en
los patrones de consumo, y una redefinicn de las
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relaciones sociales, entre otros- y
las
representaciones
asociadas y generadas por estos procesos como parte de la
historia. Es aq donde
la
antropología ha ofrecido y puede
seguir ofreciendo un interesante campo para la reflexión. Un
espacio
para
pensar.
Los trabajos en Ciudad de los Cerros de hojas y Jaboncillo,
realizados por Saville 1906; pez y
Delgado
1910; equipo
multidisciplinario del proyecto Ciudad de los Cerros 2010-
2011, y otros; nos presentan
una
sociedad organizada y
planificada arquitectónicamente, con una densidad
poblacional
sorprendente,
con un ecosistema manejado
responsable, rigurosa y tecnológicamente adelantado a la
época,
con
terrazas agrícolas antropogénicas, sistemas de
cultivo y captación del agua, pozos artesianos,
albarradas,
farallones, camellones, estructuras habitacionales,
recintos sacros, sistemas de acumulación
de
excedentes
alimentarios (silos), observatorios astrales, canteras y
talleres con los que
confeccionaban
sus estelas, sillas de
piedra, columnas, incenciarios, bases de sus construcciones
y demás
elementos
propios de constructos urbanísticos únicos y
altamente desarrollados, diferentes a los que nos
muestran
otras civilizaciones, estructura arquitectónicas que se
encuentran prospectadas en un área de
3.500
hectáreas
patrimoniales iniciales. Se estima que las múltiples
ciudadelas” encontradas y que
están
siendo puestas en
valor, estaban unidas material, sacra y físicamente por su
ecosistema, sus vías
de
conexión terrestre (camineras de
piedra), sus canales de agua, sus accesos entre las
viviendas y
los
centros de producción, por su agricultura
intensiva sostenida, sustentable e interrelacionadora entre
los
espacios geográficos ocupados -habitacional, productiva,
religiosa y poticamente-, por un
febril
comercio local y
foráneo, que en definitiva tenía la finalidad de abastecer
las necesidades locales
de
toda índole y mantener-fusionar
el poder potico jerárquico local, mediante alianzas
regionales
políticas,
comerciales y por qué no, bajo elementos
coercitivos de poder mediático. En tal virtud, el paisaje al
que
hacemos alusión, tenía hilvanado, una secuencia de
poblados, tierras agrícolas y bosques de
sustento
vegetal
regenerado y de caza adaptativa (fauna local), vías de
comunicación y comercio,
sacralidad
iconográfica y contactos
especializados con otros pueblos del entorno y más allá de sus
fronteras.
Para el tema de la agroforestería, en tiempos casi actuales,
los conservacionistas y desarrollistas
han
esgrimido
Manuel Eduardo Andrade Palma
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presupuestos y prejuicios, que es necesario
desvirtuarlos:
1.- Se ha estimado que los sistemas naturales y la
biodiversidad han estado desligados de la
actividad
humana,
por lo que se concibió el concepto de áreas protegidas
excluidas de la acción humana. Pero a
la
luz de los factos se
concibe que la mayoría de las florestas responden al
ejercicio de manipulación
y
trasplante de especies
requeridas para la supervivencia humana. El manejo de los
recursos naturales
y
protección de la biodiversidad no responde
a poticas expresas de preservación de los ecosistemas,
sino
se considera la participación e injerencia del ser
humano.
2.- Las tierras ecuatoriales, en especial las de la costa,
no responde al concepto de poseer
recursos
ilimitados para
su explotación; pero, tampoco su área territorial goza
de una fragilidad
extrema.
Probado esta, que la misma puede
abastecer con sostenibilidad y sustentabilidad una gran
población,
conservando su fronda y su biodiversidad. Por lo
que urge rescatar los conocimientos ancestrales en
la
maniobrabilidad del manejo de los sistemas agrícolas y
forestales en regeneración de especies de flora
y
fauna,
paradigmas de una domesticación del recurso ambiente en
pro de los requerimientos de
la
población. En este
contexto se podría establecer modelos alternativos para
evitar la desertización
e
inutilización de los suelos
agrícolas costeros, tanto como la reimplantación de especies
-flora y
fauna-
útiles al ser humano, en bosques -secundario y
primarios- aún existentes, (estableciendo una
forestería
análoga, aunque se considere una excomunión para los
conservacionistas), ya que los
patrocinios
sociales de
preservación de zonas boscosas es condición prioritaria para la
preservación del
planeta.
Las sociedades con características “especiales” en el área
ecuatorial costera; a la luz de las evidencias
y
nuevos
hallazgos, requieren una urgente explicación sobre su
surgimiento y desarrollo. Estimamos
que
lo abordando el
tema desde un punto de vista teórico e interpretativo
dial
é
ctico, podríamos definir
y
confrontar sus componentes,
para aclarar hipótesis e interrogantes, tales como: ¿Cuáles
serían
las
peculiaridades específicas y concretas de estas
sociedades complejas, que puedan generar
conjeturas
para
estimar su desarrollo
socio-económico/urbano,
como estados
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iniciales aborígenes y semejanzas
con
otras sociedades situadas
en otros territorios? ¿Cómo podríamos definir estas
sociedades?
A mediados del siglo XX, resurgió renovada la teoa de
la evolución en antropología, la misma
que
proponía la
utilizacn de métodos adecuados para evidenciar las
generalizaciones que se
podrían
acometer en la
interpretación del desarrollo de las sociedades (Boas 1938;
2001). En cierto modo,
esto
provo el retomar de las
interrogantes del pasado. Esta intencionalidad, podemos
asumirla de
esta
manera: Si la teoría evolutiva era
adaptable a las sociedades, la misma viabilizaría la
dilucidacn
de
diferentes
organizaciones-sociedades
en un
continuar histórico con valor evolutivo. Lo que
determinaría
una trayectoria de mutación, cuantitativa y cualitativa,
detectada para el proceso de surgimiento
de
sociedades
complejas”, itinerario que no necesariamente debía emplearse a
casos específicos.
Este criterio de evolución social o formas históricas de la
comunidad de los hombres, conlleva de por
sí,
elementos
colaterales constitutivos de la morfología de las sociedades -
estructura y supra estructura-;
lo
que, para ciertos
estudiosos, no precisamente esto demanda de
una
progresión
inmutable, sino que asumían las variaciones
-colapsos,
retrocesos, empoderamientos, permisibles y posibles- facultados
en
teoría,
por el desarrollo histórico de las sociedades.
Pero esta teoría
requería
definir módulos con los cuales
poder constatar y confrontar los
cambios
previsibles. Ante
este axioma, los
antropólogos/arqueólogos evolucionistas
establecieron categoas instituidas en variables y
definiciones
etnocéntricas que suprimían el carácter dinámico de
la evolución,
mientras
circunscribían los temas estudiados en
categoas de autos contenidos
y
carentes de sentido.
Lo antropogico y lo arqueogico
Tylor (1871), estimaba que los contenidos estudiados por
los
naturalistas -plantas, animales, paisajes, que definían- tenían
un mismo valor mediático, igual que para
el
etnógrafo,
clasificar lo que él consideraba contenidos o rasgos de una
cultura”/factos de una sociedad
-
cotidianidad y artefactos,
mitos, cnicas, especialización de trabajo y otros elementos
coadyuvantes-,
permitían englobar geográfica e históricamente
las relaciones sociales y de producción, en
la
convergencia de
Manuel Eduardo Andrade Palma
60
las apreciaciones. A diferencia, la nueva concepción de la
teoría evolutiva, destacaba
los
procesos, trascendiendo las
categorías. El criterio era, concebir la evolución social como
un proceso
de
reorganización en disímiles niveles de
complejidad (Flannery 2002). La intencionalidad busca revelar
los
dispositivos que integran los procesos adaptativos, en
espacio y
tiempo-contemporalidad, configurando
las diversas
formaciones humanas. Este diseño ponderaba que las
categorías interpuestas,
tendrían
sentido cuando se
ejecutaran balances entre disímiles trayectos; siendo esta
interconexión el
nexo
validante del método
contrastante-
comparativo
propuesto como antinomia para regenerar una
realidad antropo-arqueológica.
Vale destacar que antropólogos y por qué no los
arqueólogos, han creído auscultar en el
registro
etnográfico y etnohistórico, una categorización organizativa
inicial, la de los cacicazgos;
conceptuación
jerárquica
prevalente en medio de las sociedades iniciales y
comunitarias. Sin embargo, estimo,
que
siendo esta forma de
organizacn muy usual en las comunidades abogenes de la
costa, no
destacan
aun, estudios a profundidad sobre tal
singularizacn de manejo socio-potico; por lo que se
evidencia
que su
categorización/contenido,
tenga innúmeras y
variables conceptualizaciones. Es tal, la
percepción
de los
estudiosos, que algunos prefieren omitir o invisibilizar el
término (p.e., Feinman y Neitzel
1984;
Upham 1987). Las
caracterizaciones conceptuales actúan cuando se especifica una
delineación
abreviada
del contexto, bajo discernimientos o
por inferencias definidas, pero no son tan lucrativas
cuando
se
aspira utilizarlas para explicar mo las
dimiles manifestaciones, socioculturales, se
transmutan.
Estimando que muchas de estas categoas manifiestas se
fundamentaban en el uso de
analogías
ejecutadas a partir
del registro etnográfico. Aunque no es ocioso pensar que
pretéritamente
coexistieran
formas organizativas y adaptativas
desprovistos de contrapartes en el actual registro etnográfico.
De
ser
verdad, realmente no nos agradaría obnubilarnos en
un pasado desconocido, o nos forzaríamos
a
interpretar el
mismo utilizando un presente impropio, como hipotético
básico de lo propuesto.
No
obstante, al contextualizar esta
categoría, se nos facultara rastrear hipótesis e inquietudes que
son
fundamentales en la historia erigida por antropólogos y
arqueólogos en la costa ecuatorial y
estimar
aseveraciones
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sobre los procesos de cambio. Desde la óptica arqueológica, se
ha esgrimido una
enérgica
ctica a la sistematización
clasificatoria y estratificante, para la comprensión pretérita de
las
organizaciones humanas. Reconocidas las limitaciones de
estas metodologías sistémicas, (Yoffee.
1993),
no es de
dudar, que sin ellas, tampoco obtendríamos datos
fidedignos, comparaciones
significativas,
selectivizaciones
factuales, entre disímiles trayectos históricos y menos
aún concebir los
procesos
mediáticos que virtualmente las
conciben.
Conclusiones
Existen diferentes graas de ver el pasado. Ciencias
como la antropología, etnografía, etnología y
la
arqueología son considerablemente complejas; las mismas que
transponen sus derroteros por solas
o
en mixtura aportan
a una mejor comprensión de las sociedades aborígenes. De
manera
equivalente
generan y construyen espacios e
interrogantes, patrones e ilustraciones” de la
maniobrabilidad
y
tratativa de los cosmos recreados” por
antropólogos y arqueólogos. Antropólogos evolucionistas
-(hace
una centuria)- y sus precedentes, percibían a los aborígenes,
específicamente a los que vivían en la
costa
ecuatorial y
amazonia, como elementos fantasmagóricos de tiempos
pretéritos o simplemente
no
existían. Los mismos que,
invisibilizados como estaban -de la historiografía y de los
textos-, gestores
de
una heredad patrimonial irreconocida,
representaban una realidad pasada innegable, pero
desconocida
por la racionalidad cientista, visión que venía manteniéndose
por más de quinientos os a través de
la
colonización del
pensamiento impuesto por la agresiva imposición de los
conquistadores, (Mora
2005).
La aplicación del método comparativo, al dato etnográfico,
gene en el particularismo histórico
nuevas
posibilidades de
expresión; el mismo que preveía la preexistencia de un cosmos
pretérito, revelado
por
los miles entre los desemejantes
materiales culturales, tangibles e intangibles, que los
etnógrafos
hallaban y reportaban. Este universo, aunque
permisible, trascendía por esquivo y hermético; entre
otras
vicisitudes, el debate entre la presencia de ejes de
creacn y áreas de dispersión de las
tipologías
culturales concebidas en dichos centros lo aportaba a
establecer cartografías con rutas, que poco
o
nada
explicaban. Estos mapas se dibujarían de nuevo cuando la
Manuel Eduardo Andrade Palma
62
idea de adaptabilidad, propuesta
por
Julián Steward (1973)
tuviera eficacia como artífice de los dispositivos para concebir
el cambio cultural.
El
pensamiento de Philip Phillips (1955),
convergiría en un suceso perceptivo del mundo pretérito, de
la
arqueología como antropología y su objetivacn como un
proceso de adaptacn dinámico y
complejo.
Estábamos forzados
a admitir que la etnografía no era capaz de revelar por si
misma el pasado.
No
obstante, esta permuta en lo
preestablecido permit inferir partes” del mismo. Surg la
posibilidad
de
transformar las cnicas y descripciones de los
intrusos conquistadores y etnógrafos, en documentos
de
lectura
interpretativa para la construcción de analogías y teorías
sobre el comportamiento humano; a
su
vez, adicionalmente era
posible hacer una lectura de los objetos, simultáneamente con
la realización
de
una experimentacn controlada, para inferir
las actividades en los cuales éstos habían participado.
De
este modo la insurrección iniciada en el cuestionamiento
de la posición de la arqueología en
la
antropología, y
por tanto su filosofía (Binford 1989; Preucel 1991), daría
origen a la
etnoarqueología:
etnografía practicada con métodos
de etnógrafos para delimitar e interpretar las preguntas de
los
arqueólogos. Un espacio para futuras performances sobre el
valor simbólico de los factos, pueblos y
sus
naturalezas
(Arnold. 2003). Un espacio pugnado por diferentes tendencias de
la arqueología del siglo
XXI.
Una nueva concepción de la historia y de las relaciones
ecogicas, como parte de la misma, va
tomando
forma, desde la
antropología. Los antropólogos abordaban el ámbito
ocupado por las
comunidades
estudiadas, como derivación de
una evolución, o mejor, de una co-evolución. Estos dos
componentes
-ámbito
y sociedad- que a pretérito habían
sido conocidos como dulos analíticos disímiles, ligados
por
relaciones causales, deterministas, concebidos a partir de
una apariencia concurrente o de una
exigua
sima transitoria,
hoy en día se entretejen en la historia a través de sus
misceneos
interactuantes.
Expresados en el paisaje, memoria
taxativa de las prácticas sociales,
de
las acciones asumidas en
las
diversas
comunidades humanas y las cosmos-ideas
gestadas en la línea del tiempo. Perceptiblemente,
estos
contextos de espacio geogfico, sólo puede ser vistos y
definidos, como resultado de una historia social
y
ecológica,
que es una misma. Esta forma de ver la historia, para autores
como Carole Crumley (1994),
se
concibe y fundamenta, en
la indagación de las sempiternas relaciones dialécticas
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entre los
eventos
humanos y los sucesos de la naturaleza, que
se exteriorizan en el paisaje. Obviamente hemos entrado
en
la
dimensión de lo imaginario, pero como estos sitios
existen en la realidad como componentes
del
paisaje, y
son señalados por los indígenas como componentes de su
concepción de la
naturaleza
(Reichel-Dolmatoff 1996a: 45-
48), nos hemos cimentados en su realidad, para desde
allí
generar
propuestas
hipotéticas.
Nuestra proposicn, aunque muy escueta, ha sido resaltar
la importancia que la foresta y los
suelos
antrópicos -
(Cerros de Hojas y Jaboncillo)-, cultivados, utilizados,
habitados y domesticados por
nuestras
comunidades abogenes,
han tenido para la relación hombre-naturaleza y proyección
de su vida
en
sociedad. Esto ha generado expectativas e
interrogantes para podernos explicar con mayor diversidad
de
conocimiento las formas organizativas de las sociedades que
habitaron en la costa ecuatorial, de
estos
territorios
equinocciales, en el pasado, esperando con posteridad,
seguir auscultando, interpretando
e
investigando sobre su
cotidianidad, sus técnicas y especialidades de producción,
manejo del agua y
de
suelos, su estratificación y
jerarquización social, sus saberes ancestrales, sus
eventos
antrópicos,
geológicos y naturales, el manejo
político, económico y sus relaciones intermodales con otros
poblados, los
mismos que por el momento, no son suficientes
para explicar las razones y los procesos que
pudieron
dar
origen al surgimiento de sociedades políticas complejas; ya que
la complejización es mucho más
que
una simple respuesta a
la abundancia en la producción, a la especialización del
trabajo, al
comercio
multi- espacial, a la jerarquización en
castas sociales, a liderazgos o cacicazgos y otros factores,
propuestos
por Gordon Childe, que serían el prmbulo de
nacientes estados iniciales abogenes. Tampoco
lo
esquematizado, es, como muchos lo piensan, «un paso
gico» en la historia de las
sociedades.
Estimamos, que
es ante todo, una respuesta a la dinámica interna de
cada sociedad. Por ello
su
evaluación exclusivamente desde
una perspectiva socio-económica no resulta ser nunca una
explicación apropiada.
A pesar de lo expresado, hay algo en el ámbito o entorno físico
que promueve estas reacciones, ya que
la
naturaleza juega un rol
primordial en el desenvolvimiento y desarrollo de las
sociedades. Estos lugares
o
espacios -(Cerro de hojas y
Jaboncillo)-, tanto como lugares, productivos, sacros,
poblacional
demográfico, de construcciones arquitectónicas y
Manuel Eduardo Andrade Palma
64
otras expectativas naturales-antrópicas, no
constituyen
necesariamente ecosistemas, pero los ingenas los mencionan y
los enumeran como
subdivisiones
ecológicas, como partes
esenciales de su hábitat y cosmovisión. Son puntos liminares
en los cuales
se
pueden dar transformaciones; pero así mismo,
lugares en los cuales muchos valores son abolidos
y
reemplazados
por otros, territorios que quedan fuera de tiempo, pero que
necesariamente se articulan
con
la voluntad de supervivencia y
creación del
hombre.
En torno al planteamiento ecológico, William Balée (1998),
ha expresado en cuatro postulados
la
exteriorización de
este
concepto:
1.- La biosfera ha sido afectada por
las actividades
humanas.
2.- La degradación de la biosfera y la extinción de
especies, no necesariamente es fruto de
actividad humana.
3.- Tampoco, se crean condiciones favorables, en la
biosfera, para los humanos y para otras
especies,
aumentando
el número y la cantidad de las
mismas.
4.- Los diferentes sistemas sociopolíticos y económicos, en
contextos regionales específicos, tienden a
generar
efectos
disímiles en la biosfera a nivel cualitativo, los cuales
afectan las formas de vida no humanas en
su
abundancia y mero
de especies y por tanto afectan las subsecuentes
trayectorias del entorno
en
las mismas
regiones.
Con estas premisas, Balée (1985) destaca los trayectos locales,
pretendiendo percibir la integralidad de la
historia.
Admitiendo
que ningún ecosistema puede ser entendido de forma separada
de los impactos
humanos
pasados y presentes (Russell 1997,
p.17). Indubitablemente este punto de vista implanta un
ignorado
espacio
para la performance de antropólogos y
arqulogos, oblindolos a deliberar sobre el porvenir,
accionar
considerado como ran y baluarte de este enfoque y
trabajo
. Bajo esta inferencia, concebir las relaciones entre
la ecología cultural y las comunidades abogenes
y
presentes, nos resulta significativo como objetivo final del
presente trabajo.
Estamos conscientes que
la
irracionalidad de lo considerado como
espacio intocado -la visibilización de nuestros
antecesores
indígenas y la heredad patrimonial (paisajista y
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humana)-, es cada día más y s parte de la historia,
que
debemos asumir urgentemente. Es necesario abstraernos, para ver
a los humanos transformando el
paisaje
y cambiando con él,
alimentándose mutuamente, gestando su cotidianidad de
supervivencia y
creación
de su cosmología y saber ancestral; es
percepción que debemos ponderar y poner en valor,
como
responsabilidad fundamental por perennizar los constructos
que nos heredaron para enarbolar
nuestra
identidad y
memoria.
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