
ReHuSo: Revista de Ciencias Humanísticas y Sociales ISSN 2550-6587
Jorge Menéndez, Laura Venegas, Fabricio Bermeo, Francisco Peñafiel
ReHuSo. Publicación cuatrimestral. Vol. 2, Año 2017, No. 4 (Diciembre 2017)
Lo anterior permite identificar al género con construcciones
culturales al seno de las diversas sociedades, es decir, con
identidades, pautas de conducta, estereotipos y estigmas sociales
que determinan el actuar de los individuos en el contexto de la
masculinidad y la feminidad. El género “es el sexo socialmente
construido” (De Barbieri 1993), lo que significa que el término
si bien se vincula al aspecto biológico, éste no es el
determinante de las diferencias entre varones y mujeres, sino que
son las asignaciones sociales las que marcan esquemas de
jerarquía, de desigualdades y de subordinación.
Se trata entonces, según González (2015), del conjunto de
prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales
que las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual
anátomo-fisiológica. Entonces en el tenor de lo social, por
género debe entenderse el conjunto de ideas, creencias y
atribuciones sociales construidas en cada cultura y momento
histórico, tomando como base la diferencia sexual; a partir de
ello se construyen los conceptos de masculinidad y feminidad, los
cuales determinan el comportamiento, las funciones,
oportunidades, valoración y relaciones entre hombres y mujeres.
Son construcciones socioculturales que pueden modificarse, dado
que han sido aprendidas.
Álvarez (2002) explica que hablar de género es referirse a
aquellos roles, funciones, actitudes, comportamientos,
identidades, expectativas, etc. que las distintas sociedades
adjudican a cada uno de los sexos, y que los seres humanos
aprenden e interiorizan, convirtiendo tales diferencias en
desigualdades.
En esta concepción se toca un punto muy relevante, el aprender e
interiorizar, y que ha permitido transmitir relaciones
jerárquicas de generación en generación socialmente aceptadas, y
que es precisamente el continuo que debe destruirse, pugnándose
por un trato igualitario, por igualdad de oportunidades entre
hombres y mujeres, una equidad de género en cada esfera de
actuación del ser humano, en un plano individual y colectivo.
Y es en ese sentido que se estructura la perspectiva de género
partiendo de dos premisas: atender a las diferencias y
desigualdades entre hombres y mujeres; y el reconocimiento del
fundamento sociocultural de dichas diferencias (Martínez, 2007).
Lo que significa que es necesario reconocer el problema y
atenderlo desde sus raí- ces, situación que no es sencilla, pues
implica romper con estigmas sociales construidos a lo largo de la
historia, presentándose el ámbito educativo como un espacio de