ReHuSo: Revista de Ciencias Humanísticas y Sociales ISSN 2550-6587
PERSPECTIVAS DE GÉNERO EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR
© Facultad de Ciencias Humanísticas y Sociales. Universidad Técnica de Manabí. Portoviejo, Ecuador.
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PERSPECTIVAS DE GÉNERO EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR: POLÍTICAS Y
LINEAMIENTOS A PARTIR DE UN ENFOQUE ACADÉMICO
AUTOR: Jorge Daniel Menéndez López
1
Laura Ximena Venegas Cadena
2
Fabricio Gabriel Bermeo Macías
3
Francisco Eloy Peñafiel Pincay
4
DIRECCIÓN PARA CORRESPONDENCIA: jdemenedezlopez@hotmail.com
Fecha de recepción: 1 de septiembre 2017
Fecha de aceptación: 30 de octubre 2017
Resumen
Uno de los retos más importantes que enfrentan las instituciones
de educación superior es el de erradicar la desigualdad de género
que todavía se manifiesta y reproduce a su interior. Desde sus
orígenes, las universidades e institutos han sido espacios
históricamente desfavorables para las mujeres, quienes durante
siglos ni siquiera tuvieron derecho a acceder a este nivel
educativo. Por medio de exigencias y luchas continuas, a partir
del siglo XIX, las mujeres lograron ingresar a la educación
superior, incrementando de forma progresiva su presencia. Sin
embargo, muchas desigualdades aún persisten; son notables en el
ámbito de la profesión académica (nombramientos y promociones),
en las evaluaciones y en el otorgamiento de reconocimientos, en
el acceso y la permanencia por áreas y disciplinas, así como en
algunos países latinoamericanos, Ecuador incluido. Tampoco es
posible olvidar que lamentablemente existen situaciones de acoso,
hostigamiento y violencia de género en las instituciones de
educación superior. Este trabajo tiene como propósito reflexionar
acerca de la manera en que se teje, en el ámbito de la educación
superior, la dimensión social del género como elemento que
participa de manera fundamental en las relaciones de poder.
Palabras clave: Perspectivas, género, equidad, desigualdades,
educación superior.
PERSPECTIVES OF GENDER IN THE HIGHER EDUCATION: POLITICS AND
LIMITS FROM AN EQUITABLE ACADEMIC
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Instituto Tecnológico Superior Paulo Emilio Macías
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Instituto Tecnológico Superior Paulo Emilio Macías
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Instituto Tecnológico Superior Paulo Emilio Macías
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Instituto Tecnológico Superior Paulo Emilio Macías
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Abstract
One of the most important challenges that face the institutions
of top education is of eradicating the inequality of kind that
still it demonstrates and reproduces to his interior. From his
origins, the universities and institutes have been historically
unfavorable spaces for the women, who for centuries did not even
have right to accede to this educational level. By means of
requirements and constant fights, from the 19th century, the
women managed to enter to the top education, increasing of
progressive form his presence. Nevertheless, many desigualdades
still persist; they are notable in the area of the academic
profession (appointments and promotions), in the evaluations and
in the grant of recognitions, in the access and the permanency
for areas and disciplines, as well as in some Latin-American
countries, included Ecuador. It is not also possible to forget
that lamentably there exist situations of harassment, harassment
and violence of kind in the institutions of top education. This
work has as intention think brings over of the way in which the
social dimension of the kind is woven, in the area of the top
education, as element that takes part in a fundamental way in the
relations of power.
Keywords: Perspectives, gender, equity, inequality, higher
education.
Introducción
Se concibe al género como ese principio ordenador de las
relaciones sociales basado en la diferencia sexual, que produce
distintos efectos tales como jerarquías, distinciones y
categorías diferenciales para las personas.
De esta manera, el género y el poder están íntimamente
relacionados, en la medida en que participan en el mismo proceso
organizador de las relaciones sociales, atravesando todos los
niveles de la vida social y concretizándose en diversas prácticas
sociales entre las cuales se encuentran discursos de género
específicos en los que cristalizan las representaciones
imaginarias de los hombres y las mujeres en una comunidad
determinada y donde se puede observar al poder en su doble
dimensión de dar sentido y de crear sentido.
Según Castillo (2004), las instituciones sociales forman parte de
dichas comunidades, y la expresión del vínculo entre género y
poder cobra particularidades cuando se analizan en el ámbito
académico, derivadas de la naturaleza de este ámbito específico y
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condensadas en lo que se denomina la cultura institucional en el
contexto de la educación superior.
Sin duda una de las problemáticas de mayor peso para lograr la
igualdad de género en el ámbito científico, en Ecuador y América
Latina, es la carencia de estrategias para conciliar el binomio
trabajo y familia. Por un lado, en la mayor parte de las
universidades latinoamericanas la falta de apoyos institucionales
detiene el ascenso profesional de las mujeres, habida cuenta de
que ellas siguen teniendo la mayor responsabilidad del hogar y la
familia. Por otro lado, los procesos identitario-subjetivos
permiten explicar este y otros aspectos que detienen la carrera
laboral de las mujeres como en el caso de la investigación.
A criterio de Borja (2008), cuando se tiene una visión clara del
lugar que mujeres y hombres ocupan en una institución de
educación superior a partir de evidencias como los datos
estadísticos, la propia voz del personal académico y
administrativo, así como del estudiantado, se genera la imperiosa
necesidad de sugerir, proponer, y más allá llevar a cabo acciones
para favorecer la igualdad, que a cambio genera mayor
productividad, desarrollo y armonía.
A partir de ello se considera que se tiene la plataforma que
justifica la implementación de una política transversal de
equidad de género entre personal administrativo, profesores y
estudiantes. De esta forma se trata de responder aspectos
esenciales como los siguientes: ¿Cuáles son los retos que
enfrenta el organismo al que se le encomienda la incorporación de
la perspectiva de género? ¿Cómo opera el contexto patriarcal para
obstaculizar la incorporación de la perspectiva de género? Para
responder a estas cuestiones se indaga en los principales
procesos relativos a esta problemática.
La perspectiva de género en educación superior
Para poder comprender el alcance y trascendencia de la
perspectiva de género en el quehacer universitario, es importante
atender en un primer momento al significado de género. El término
ha sido utilizado para hacer referencia a las desigualdades entre
hombres y mujeres desde un enfoque social. Mientras que el sexo
implica diferencias biológicas entre un varón y una mujer
(hormonales, genitales y fenotípicas), el género tiene que ver
con aquellas diferencias socioculturales construidas sobre la
base biológica (Espinar, 2007).
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Lo anterior permite identificar al género con construcciones
culturales al seno de las diversas sociedades, es decir, con
identidades, pautas de conducta, estereotipos y estigmas sociales
que determinan el actuar de los individuos en el contexto de la
masculinidad y la feminidad. El género “es el sexo socialmente
construido” (De Barbieri 1993), lo que significa que el término
si bien se vincula al aspecto biológico, éste no es el
determinante de las diferencias entre varones y mujeres, sino que
son las asignaciones sociales las que marcan esquemas de
jerarquía, de desigualdades y de subordinación.
Se trata entonces, según González (2015), del conjunto de
prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales
que las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual
anátomo-fisiológica. Entonces en el tenor de lo social, por
género debe entenderse el conjunto de ideas, creencias y
atribuciones sociales construidas en cada cultura y momento
histórico, tomando como base la diferencia sexual; a partir de
ello se construyen los conceptos de masculinidad y feminidad, los
cuales determinan el comportamiento, las funciones,
oportunidades, valoración y relaciones entre hombres y mujeres.
Son construcciones socioculturales que pueden modificarse, dado
que han sido aprendidas.
Álvarez (2002) explica que hablar de género es referirse a
aquellos roles, funciones, actitudes, comportamientos,
identidades, expectativas, etc. que las distintas sociedades
adjudican a cada uno de los sexos, y que los seres humanos
aprenden e interiorizan, convirtiendo tales diferencias en
desigualdades.
En esta concepción se toca un punto muy relevante, el aprender e
interiorizar, y que ha permitido transmitir relaciones
jerárquicas de generación en generación socialmente aceptadas, y
que es precisamente el continuo que debe destruirse, pugnándose
por un trato igualitario, por igualdad de oportunidades entre
hombres y mujeres, una equidad de género en cada esfera de
actuación del ser humano, en un plano individual y colectivo.
Y es en ese sentido que se estructura la perspectiva de género
partiendo de dos premisas: atender a las diferencias y
desigualdades entre hombres y mujeres; y el reconocimiento del
fundamento sociocultural de dichas diferencias (Martínez, 2007).
Lo que significa que es necesario reconocer el problema y
atenderlo desde sus raí- ces, situación que no es sencilla, pues
implica romper con estigmas sociales construidos a lo largo de la
historia, presentándose el ámbito educativo como un espacio de
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grandes oportunidades para la modificación de estructuras
culturales, para iniciar un verdadero cambio social a partir de
acciones y esquemas para abatir la desigualdad y las jerarquías
en función del género.
Según Ramírez (2015), la perspectiva de género implica pues
reconocer las diferencias entre hombres y mujeres: por un lado
las diferencias sexuales y por otro lado las atribuciones, ideas
o representaciones sociales construidas a partir de la diferencia
sexual, y a partir de ello diseñar acciones para contrarrestar la
desigualdad y las consecuencias que ésta trae consigo. Se trata
de una nueva forma de ver e interpretar los fenómenos sociales
que se refieren a las relaciones entre hombres y mujeres, y que
plantea la necesidad de solucionar los desequilibrios entre éstos
a través de acciones como la modificación de las estructuras
sociales, los mecanismos, reglas, prácticas y valores que
reproducen la desigualdad.
Una perspectiva de género identifica y se propone eliminar las
discriminaciones reales de que son objeto las mujeres y los
hombres, así como la formulación de políticas para cambiar
costumbres e ideas estereotipadas de género.
En el ámbito educativo, que es precisamente el objeto de estudio
del presente trabajo, la perspectiva de género puede abarcar
diversos ámbitos: desde el diseño de libros de texto hasta la
construcción de políticas institucionales y programas que
fomenten la igualdad de trato y de oportunidades. Acciones con
las que se pretende eliminar las representaciones y los discursos
que reafirman los estereotipos de género (González, 2015). Y es
así que las instituciones de educación superior públicas en el
Ecuador se han preocupado por incluir dentro de su política
institucional la perspectiva de género, implementando diversas
acciones que buscan frenar las desigualdades y crear una cultura
de cero tolerancia a la violencia de género.
Educación superior y género
Las universidades y las instituciones de educación superior,
consecuentes con los principios y normativas nacionales e
internacionales están comprometidas a promover, en sus reglas de
operación internas, la igualdad de oportunidades entre hombres y
mujeres así como a impulsarla en la sociedad, en consecuencia, el
conjunto de instituciones que imparten educación superior deben
interesarse en transversalizar la perspectiva de género en los
distintos organismos, proyectos y programas que la componen.
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Sin duda las instituciones públicas de educación superior en el
Ecuador representan un eje central para el desarrollo humano del
cual la igualdad de oportunidades para mujeres y hombres es un
factor esencial.
A criterio de Gómez (2002), se requiere de una incorporación de
la perspectiva de género, pues su ausencia se refleja en
elementos concretos tales como la inserción laboral, en cuanto a
puestos de alta jerarquía, así como los horarios, los sueldos, la
asignación de bonos, y en general, se puede decir, que las
oportunidades de desarrollo y proyección profesional para las
mujeres son menores que para muchos hombres debido a que cumplen
con otra jornada laboral, la jornada familiar.
Sin embargo, en los últimos años, se ha venido presenciando que
género, ciencia y tecnología son temas que se entrecruzan en los
recintos universitarios. Por un lado se asoman las
discriminaciones hacia las mujeres en el acceso a recursos y a
los puestos claves en la toma de decisiones académico-científicas
y laborales, y por el otro se observan procesos de feminización
de algunas áreas del conocimiento.
Narváez (2010) sostiene que la perspectiva de género ambos
abordajes permite cuestionar las relaciones de poder construidas
en las estructuras sociales del conocimiento científico y de las
humanidades. Estas relaciones de poder impiden o no reconocen que
dentro de los procesos de la producción o generación, formación,
difusión y aplicación de conocimientos existen marcadas
diferencias en la participación, usos y demandas entre mujeres y
hombres.
Estas diferencias no se dan en las capacidades intelectuales ni
en las habilidades científicas y tecnológicas entre los sexos
sino en las asignaciones de roles sociales que se le atribuyen a
cada género (femenino y masculino) según su sexo (varón o mujer)
en la sociedad.
La cobertura de la educación superior: estadísticas
Según un informe de la Unesco (2012), el índice de paridad de
género en la matrícula de educación terciaria a nivel mundial
pasó de 0.74 a favor de los hombres en 1970, a 1.08 que está en
el rango de paridad, aunque favorece ligeramente a las mujeres
en 2009. En 1970 sólo en Europa central y del Este había más
mujeres que hombres en la educación superior.
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Para 2009, en cuatro regiones (Norteamérica y Europa occidental,
Europa central y del Este, América Latina y el Caribe, y Asia
central) el índice de paridad de género fue favorable a las
mujeres. La mayor parte de Asia, los países árabes y el África
sub-sahariana todavía se mantenían por debajo de la paridad en
2009. Hay más mujeres entre los estudiantes de educación superior
en la mayoría de los países; los datos de población global, sin
embargo, no son tan alentadores, ya que en 2009 el 54% de la
juventud habitaba en países en los que había una distribución de
la matrícula más favorable a los hombres y el 43% en países que
favorecen a las mujeres. A pesar de ello, la representación
femenina en la educación terciara es mayor que la alcanzada en el
nivel básico y en secundaria (Unesco, 2012).
Finalmente, también existe disparidad en la distribución de la
matrícula por disciplina académica o profesión. La Unesco reporta
que en 2009 el porcentaje de mujeres matriculadas de América
Latina por disciplina era de 41% en ciencias (67% de la salud y
de la vida, 51% en físicas, 53% en matemáticas y estadística y
31% en computación), y 57% en ciencias sociales, negocios y leyes
(70% ciencias sociales y del comportamiento, 61% periodismo e
información, 56% administración y negocios, y 52% leyes). En esta
distribución no están contenidas las ingenierías, manufactura y
construcción, ampliamente dominadas por los hombres en todos los
países.
No hay correspondencia entre el incremento en la participación de
mujeres académicas en las universidades y la baja representación
de las mismas en los máximos cargos y órganos de toma de
decisiones. La ausencia de mujeres en los principales espacios de
decisión ha sido señalado y criticado en casi todos los estudios
e informes que analizan la situación de las mujeres en las
universidades (Burton, 2009).
En Estados Unidos hay muy pocas mujeres presidentas en colegios
superiores o en universidades. A principios de 2014, sólo 26% de
las presidencias eran ocupadas por mujeres, en contraste con el
57% de mujeres estudiantes (Lapovsky, 2014). En América Latina,
la presencia de mujeres en cargos directivos es aún más limitada.
En Chile, por ejemplo, sólo había cuatro rectoras en el año 2000
(6.25%) y cinco (8%) en 2005. En ese mismo país, la presencia de
mujeres en jefaturas de carrera era sólo de 33% (Saracostti,
2006).
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Planteamiento de la perspectiva de
género en el ámbito formativo superior
El objetivo que persiguen las instancias educativas oficiales al
plantear la introducción de la perspectiva de género en la
educación superior, es promover un cambio ético en las
instituciones para que éstas incorporen en sus sistemas
axiológicos el respeto a la diversidad y la búsqueda de la
equidad, particularmente la equidad de género. Sin embargo, esta
propuesta enfrenta un reto de alta complejidad, derivado del
hecho de que el dictado de una política nunca es suficiente para
producir cambios culturales.
En la cultura de las instituciones académicas en donde se anida
la mayor dificultad para el logro del objetivo propuesto. En
términos amplios, sostiene Ruiz (2013), hablar de nero en
relación con las instituciones de educación superior puede tener,
por lo menos, los siguientes significados visibles:
1. El demográfico, con temas como la presencia de los dos sexos
en el contexto universitario en los aspectos de matrícula, de la
distribución por carreras, de eficiencia, de oportunidades y de
representación en los distintos espacios dentro del sistema de
educación superior.
2. El de la producción de nuevas áreas académicas, a partir del
desarrollo de los estudios de género y de la mujer en el seno de
las instituciones de educación superior. Éstos pueden ser tanto
como materias impartidas, como áreas específicas dedicadas a la
investigación y la docencia o como programas más amplios.
3. El institucional, con referencia a la incorporación de una
perspectiva crítica respecto a las jerarquías inequitativas y la
desigualdad que entre los sexos se encuentra en el plano de las
instituciones educativas, del diseño de las políticas educativas
y de la toma de decisiones.
4. El epistemológico, mediante el cuestionamiento académico de
fondo a la transmisión acrítica de visiones patriarcales y
androcéntricas implícitas en los conocimientos y las formas
tradicionales de enseñanza-aprendizaje.
Estos distintos aspectos o niveles en el tema del género en las
instituciones de educación superior son compartidos en todos los
lugares en los que se ha comenzado a analizar la cuestión del
desarrollo de los estudios de género en la educación superior,
aunque los distintos contextos en los que éstos se han
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desarrollado producen panoramas diferentes ligados a sus
especificidades.
Explica Barrios (2003) que el proceso por el cual las mujeres han
conquistado espacios académicos en las universidades, ha
permitido ver las dificultades que enfrentaron dichas mujeres
para, primero, entrar en y luego transformar las estructuras del
mundo universitario; este proceso que, si bien derivó a largo
plazo en una suerte de legitimación del feminismo académico en el
mundo universitario, fue muy difícil y largo, ya que significó un
reto no solamente a las relaciones de poder académicas basadas en
cuestiones de género sino también porque cuestionaba las
perspectivas teóricas tradicionales. De aquí se desprende la
importante observación de que el mundo científico,
pretendidamente neutral, no es tal: el campo de las ciencias está
esencialmente cruzado por las determinaciones del mundo político,
dentro del cual las diferencias de género son fundamentales.
El fenómeno de que a pesar de que el feminismo académico ha
mostrado desarrollos teóricos fundamentales, la mayor parte de
los académicos han seguido ignorando los productos del feminismo.
Una razón fue que éste adquirió carácter de ghetto académico
porque las académicas feministas se negaban a aceptar los marcos
de trabajo de los estudios de los hombres y esto las aislaba. No
obstante, este proceso respondía también a las realidades de las
jerarquías de poder de la academia, donde los paradigmas
establecidos ocupaban los lugares de representación.
Evidentemente, la academia ha resentido seriamente los efectos de
las nuevas ideas y propuestas del feminismo, ya que éstos han
representado serios cuestionamientos a algunos de sus
fundamentos; además, se formularon también diversas críticas
sobre las tradiciones y los paradigmas establecidos.
Para Gutiérrez (2012), el feminismo académico ha tenido serias
dificultades cuando han intentado cruzar el llamado cinturón
protector de los programas científicos y atacar el núcleo de
éstos, poniendo en juego mucho más que un simple cuestionamiento
acerca de la fundación de un campo de trabajo: lo medular era el
señalamiento de que el conflicto entre las ideas científicas
abstractas reflejaba una concreta lucha social por el poder entre
mujeres y hombres, y la exigencia de aceptar que asumir las
conclusiones de la investigación social feminista implicaba
también cuestionamientos serios relativos a la ética de la vida
cotidiana.
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El género afecta frecuentemente la valoración profesional dentro
del mundo académico. Las experiencias de mujeres académicas
organizadas muestra que al mismo tiempo que desafían y trastocan
las reglas institucionales, criticando la constitución de las
disciplinas y las condiciones de su producción de conocimiento,
su presencia pone en tela de juicio la naturaleza y efectos de un
cuerpo uniforme e inviolable de pautas profesionales y de una
figura única, la masculina, como representación del profesional.
Desde la perspectiva de Martínez (2002), la oposición entre
“profesionalismo” y “política” no existe, y debe encararse el
conjunto de cuestiones que tienen que ver con las jerarquías,
fundamentos y supuestos que dominan el funcionamiento del mundo
académico. Por lo tanto, que las instancias estatales de la
educación superior hablen de la incorporación de la perspectiva
de género en las instituciones de educación superior, plantea de
entrada una serie de preguntas: ¿Qué entienden por tal
incorporación? ¿En qué términos es posible hablar de la
experiencia en la incorporación de la perspectiva de género? ¿Qué
es lo que permitiría afirmar que dicha perspectiva se ha
incorporado en una institución de educación superior? ¿Cómo
“medir” o evaluar dicha incorporación?
Una mirada particular a la comprensión de la vida social
La perspectiva de género puede definirse como la introducción de
una mirada particular en la comprensión de la vida social, a
partir de la idea de que ser hombre o ser mujer es un dato
cultural y no biológico, y que la forma que adoptan las
desigualdades sociales basadas en el sexo de las personas se
relaciona con la manera como se construye la oposición
hombre/mujer en el imaginario social.
Sostiene Osorio (2014), que si se estudia la manera particular
que adopta el género en las IES y en cada una en particular
estaremos en condiciones de entender que lo que ahí vemos no
representa la asignación funcional de papeles sociales
biológicamente prescritos, sino una forma particular de
conceptualización cultural de la diferencia sexual y de la
organización social que se deriva de ésta, que no es de ninguna
manera ajena al contexto en el que existen las instituciones de
educación superior, sino más bien su prolongación, aunque toma
formas específicas acordes con las variables que definen el mundo
académico.
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El poder y el significado de las oposiciones binarias que
conlleva el género se derivan de la complejidad de los procesos
culturales y sociales que implican y que hacen que las
diferencias entre hombres y mujeres no sean ni aparentes ni
claramente definidas.
Como explica acertadamente Bourdieu (2000), las desigualdades de
género están tan naturalizadas en el mundo social que forman
parte de nuestras estructuras mentales y de todo proceso de
significación de manera prácticamente inadvertida, por lo que
operan de manera velada, garantizándose, por esto mismo, su
eficacia.
Es a partir de aquí que se debe incorporar la perspectiva de
género en los análisis sociales es el resultado de un esfuerzo
teórico conceptual que implica introducir el dato de la
diferencia sexual para comprender la manera en que se construye,
a partir de ésta, la desigualdad social en ámbitos específicos.
De esta forma concebir de la incorporación de la perspectiva de
género en las instituciones de educación superior se basa tanto
en el análisis de lo que ocurre con éstas como al interior de
dichas instituciones. Se ha puesto en práctica esa manera de
entender las relaciones sociales presentes en el ámbito
institucional, y no solamente considerar si se realiza o no el
estudio del género como objeto teórico en las universidades. Es
decir, que en el particular contexto del mundo académico se ha
asumido que hay desigualdades y desequilibrios producidos
culturalmente entre las mujeres y los hombres que componen sus
instituciones, y que se ha hecho un esfuerzo por, racionalmente,
remontar esa gica binaria naturalizada según la cual se
reparten privilegios, oportunidades, ventajas, posiciones y
recursos de manera desigual, según el sexo de las personas.
Sin embargo, sostiene Mann (2001), que es importante señalar que
estas desigualdades cobran formas específicas en el contexto de
las IES, que habría que perfilar todavía. Parece tratarse de
formas sofisticadas y encubiertas que no son tan fácilmente
aprehensibles a primera vista, ya que el mundo académico es un
universo particular definido a partir del hecho de que, a
diferencia de lo que ocurre en otros campos sociales, lo que está
en juego en el mundo de las instituciones de educación superior,
como parte del universo académico, no puede comprenderse
solamente a partir de la distribución de recursos y bienes
materiales o económicos, sino que hay que visualizar una
dimensión simbólica que produce un tipo específico de capital que
es el que le da su particularidad a las relaciones de poder en
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este contexto y a los efectos de dichas relaciones en los sujetos
y las instituciones.
A criterio de Hernández (2009) importa también saber si no hay
una diferencia sustantiva en la manera en que, a partir del sexo
de las personas y de todo un esquema de género, puede accederse
al prestigio y la notoriedad en los mismos términos y con las
mismas oportunidades, hombres y mujeres de las instituciones de
educación superior; y también importa calibrar el valor simbólico
que tienen las tareas que desempeñan los sujetos en su seno,
dependiendo de si son éstas realizadas por varones o por mujeres;
o qué sofisticadas formas toman la discriminación de género, el
sexismo y la homofobia en el mundo académico.
Se ha visto ya que las causas de las iniquidades de género
específicas de las universidades son múltiples y complejas, y que
están vinculadas a diversos factores estructurales y de contexto
(García Guevara, 2004), por lo que es fundamental ubicar dichas
iniquidades, documentarlas y buscar mecanismos que combatan su
continuidad, al mismo tiempo que se aseguren mecanismos para la
conquista de una verdadera equidad de género.
En algunos países se han tomado ya una serie de medidas de
discriminación positiva o acciones afirmativas, que posibilitan
remontar las desventajas históricas con las que las mujeres han
enfrentado su incorporación al mundo universitario. En Estados
Unidos, por ejemplo, en toda la educación que depende del
gobierno federal, desde la década de los setenta hay diversas
medidas como las mencionadas que impiden y sancionan cualquier
acto de discriminación. No obstante, estas medidas están
actualmente siendo sometidas a revisión por parte de los sectores
conservadores, al igual que otras conquistas democráticas
norteamericanas.
En el Ecuador no se ha llegado aún al punto en el que se exija a
las universidades ni a ninguna otra institución, por cierto,
salvo a los partidos políticos que han tenido que asumir el
sistema de cuotas contar con políticas y mecanismos que aseguren
equidad de género en todos los niveles institucionales, y que
cuenten con instancias y normatividades específicas que vigilen y
sancionen cualquier acto de discriminación y/o de violencia de
género. Según López (2009), el mayor logro que se ha conseguido
en algunas de las universidades estatales, y también en algunas
públicas, es abrir espacios académicos para desarrollar los
estudios de género.
Institucionalización de los estudios de género
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Autores como Barrios (2003) aseguran que en el Ecuador se
confunde la existencia de instancias específicas para los
estudios de género con la puesta en práctica de la perspectiva de
género en la educación superior. Esta confusión tiene que ver, al
parecer, con una visión de la educación que supone que los
mecanismos objetivos de transmisión, distribución y evaluación
del conocimiento garantizarán una transformación de los sujetos
que participan en el proceso educativo, ignorando que los
intercambios por los que fluyen fragmentos de información
correspondientes a la cultura disciplinar en modo alguno
garantiza su incorporación relevante al pensamiento y a la
conducta de los aprendices.
Este panorama hace surgir la pregunta respecto a la función que
cumplen en las instituciones de educación superior las instancias
supuestamente especializadas en estudios de género, más allá de
la docencia y la difusión. Por ello, estas instancias también
cumplen una función simbólica precisa: ser la evidencia que la
institución necesita para mostrar la importancia que se le
concede a la perspectiva de género, ya que la asunción de una
retórica institucional que pretende mostrar una actitud
“políticamente correcta” y acorde con los discursos actuales de
la modernidad requieren un dato concreto qué mostrar cuando hay
que probar que se tiene incorporada la perspectiva de género en
las estructuras universitarias, deteniendo casi en ese único
hecho la aplicación amplia y verdadera de dicha perspectiva.
Así como el gobierno ha tenido que entender que una democracia
moderna no puede negar los derechos ciudadanos a las mujeres,
igualmente las instituciones han tomado ahora la bandera de la
equidad de género para entenderse como instituciones democráticas
y modernas. Por otra parte, ningún universitario serio y con una
formación académica de calidad podría actualmente negar la
probada legitimidad académica de los estudios de género y su
solidez teórica, lo cual deriva en la conclusión institucional de
que contar con instancias especializadas en este campo forma
parte de lo que “debe tener” una buena universidad.
En este sentido, habría más bien que hablar de la “generalización
de los estudios de género” en el sistema de educación superior
más que de una real incorporación de la perspectiva de género. Al
parecer, otorgar a los estudios de género un espacio específico
en las instituciones de educación y, así, reconocer su
legitimidad y valor, tiene también efectos sobre la calidad misma
de la investigación científica en este campo.
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Scott (2011) ha señalado ya que, en la actualidad, las académicas
dedicadas a los estudios de mujeres parecen haber perdido su
pasión por la labor crítica que venían desempeñando y muestran
haberse “acomodado” en las universidades, encontrándose ahora
frente a la fragmentación de los grupos de mujeres académicas y a
su atrapamiento en un lenguaje tan erudito que han terminado
aisladas.
El orden discursivo y el acoso y violencia de género
El orden discursivo, según algunos autores, construye las
identidades de los individuos en su confrontación cotidiana con
las exigencias sociales, y puede ser también entendido como un
sitio de poder que produce subjetividad (identidad) en una manera
particular. Las prácticas discursivas de género, por lo tanto, no
solamente proveen un contexto para el ejercicio de poder basado
en la diferencia en el seno de las instituciones de educación
superior, sino que también funcionan como una forma de disciplina
que, con un particular régimen de poder y de saber, constituyen a
los miembros de la comunidad de una manera particular.
Según Samaniego (2008), el discurso y las reglas que lo conforman
funcionan para establecer un particular régimen de verdad
institucional con el cual los miembros de la comunidad son
simultáneamente objetivados y reconocidos por mismos como
sujetos. Esta perspectiva es interesante para pensar lo que
ocurre con el género en la cultura institucional de las
instituciones de educación superior.
Es fundamental insistir en el hecho de que la discriminación de
género se produce en las instituciones tanto de manera individual
como colectiva, deliberada e inconsciente, en la medida en que
está entramada con las costumbres y la tradición, y hay que
insistir también en que es injusto tratar con igualdad a personas
en situaciones diferentes. En el mundo académico, cada vez más
basado en un sistema de méritos “individuales” y, por lo mismo,
convertido cada vez más en un medio extraordinariamente
competitivo, es fácil negar que existe la discriminación de
género: se habla de capacidades, de trayectorias, de méritos
acumulados, de niveles adquiridos, de puntos reunidos, como si
fuera solamente una cuestión de responsabilidad personal llegar a
donde se llega, ignorando el dato de que los sujetos que componen
este universo no están en una situación de igualdad tal que les
permita competir como iguales.
Por otro lado, el hostigamiento y el acoso sexual son formas de
violencia de género. En general se tiende a suponer que en las
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universidades y en otras Instituciones de Educación Superior la
discriminación y la agresión contra mujeres se presentan de forma
poco frecuente. El tema es tan incómodo que durante muchos años
ha sido considerado tabú y los estudios que hacen evidente la
violencia de género en la educación terciaria, son duramente
criticados (López, 2009).
A pesar de ello hay estudios que exploran los problemas de
violencia de género en la educación superior, los cuales señalan
que se trata de un problema que acontece en diferentes regiones
del mundo, sin condición de nacionalidad, edad, clase social o
nivel académico, una forma de agresión física, sexual y
psicológica perpetrada en contra de las mujeres, según Burton
(2009), en función de su género y que se presenta al interior de
la comunidad universitaria, tanto dentro como fuera del espacio
físico de la universidad.
Por lo general, se considera el mundo académico como neutral en
términos de política de género y, sin embargo, como hemos visto,
muchas cosas nos indican que esto no es así. En las instituciones
universitarias y académicas prevalecen situaciones que tienen que
ver con una desigualdad real de género, por ejemplo, la bajísima
proporción de mujeres en puestos de decisión, la segregación
ocupacional de género, la discriminación abierta o encubierta, el
acoso sexual y la ausencia de acciones positivas que permitieran
disminuir la brecha de desigualdad que se establece entre hombres
y mujeres del mundo académico debido a la persistente
distribución inequitativa de tareas y responsabilidades, que
sigue asignando a las mujeres el peso completo del funcionamiento
del mundo privado.
Conclusiones
En suma, la perspectiva de género impacta a mujeres y a
hombres, y beneficia al conjunto de la sociedad, al levantar
obstáculos y discriminaciones, al establecer condiciones más
equitativas.
La incorporación de la perspectiva de género en las
instituciones de educación superior tiene muchos ángulos que
hay que considerar y evaluar con cuidado para que realmente
pueda entenderse como la producción de una estrategia
inteligente que permita garantizar la equidad entre hombres
y mujeres en el mundo de la educación superior.
La puesta en práctica de una perspectiva de género en las
instituciones de educación superior no puede quedarse en el
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ámbito de la retórica, sino en una serie de expresiones
concretas que permita evaluar si dicha perspectiva se ha
incorporado institucionalmente al mundo universitario.
La manifestación más explícita de la incorporación de la
perspectiva de género es la implantación de análisis
institucionales serios con este tipo de enfoque y la puesta
en práctica de una serie de estrategias para buscar una
verdadera cultura de género que asegure una igualdad de
oportunidades en el ámbito académico para mujeres y hombres;
es decir, una “cultura de equidad de género” institucional.
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