obras de la historia del arte occidental, en su mayoría retratos (desde Hans Holbein o Jean-
Antoine Houdon, hasta Vito Acconci, pasando por Manet, Munch o Picasso). Por su parte,
buena parte de estas imágenes estaban intervenidas con textos -o más bien frases- que,
recortadas y sobreimpresas en la imagen a modo de un collage, lejos de describirlas o
informarlas, entablaban relaciones de diálogo y resemantización de lo visual.
El libro, como objeto visual y textual, expresaba algunas de las características discursivas que
han sido identificadas como típicamente posmodernas, entre ellas, cierta difuminación de las
distinciones tajantes entre la cultura popular y masiva y las zonas otrora superiores de la cultura,
la mezcla de géneros y estilos, como también así el pastiche y la poética del fragmento (Foster
et al (1985 [1983]); Lyotard (1991 [1984]); Jameson (1999 [1998]). Asimismo, mantenía así
cierta autonomía respecto de la muestra y, de alguna forma, resultaba superador, en tanto no se
limitaba a reunir el registro de las obras de arte sino que ampliaba su indagación para señalar
los indicios de lo post-humano en toda la cultura visual.
El lugar de los medios, la ciencia y la tecnología
Si los medios y la medicalización, la energía nuclear o las computadoras aparecen en Post
Human, es principalmente como tema de las obras, y fundamentalmente como eje articulador
de la propuesta curatorial en tanto lectura específica de las obras en su puesta en relación en el
espacio. Vale decir, las producciones seleccionadas en su mayoría no exploraban de forma
matérica y/o procedimental las propiedades de estos campos científico-tecnológicos que, según
afirmaba el propio curador, abrirían las puertas del despliegue histórico hacia lo post humano.
En todo caso, se trataba de obras con formatos más bien canónicos para la época (instalaciones,
esculturas, collages, etc), en cuyos niveles temáticos o conceptuales Deitch leía las fantasías
auspiciosas y atemorizantes de cuerpos y subjetividades medicalizados, operados, deformados,
fragmentados, potenciados, transformados por el avance tecno-científico.
Así pues, si la ciencia y la tecnología eran convocadas a dialogar en el plano conceptual, lo que
no logró ingresar a la exposición es la puesta en discusión de los valores estéticos, la indagación
en los potenciales poéticos concretos de los nuevos soportes. Hubo escasos casos donde se
practicaban, en efecto, algunos acercamientos a los soportes tecnológicos muy modestos, como
el de Radial Drill (1991) de Matthew Barney (que exponía un fotograma en una pantalla); el
de Date Machine (1991) del japonés Kodai (una instalación que incorporaba algunos
televisores de rayos catódicos); o el de 311.B, 331-8, 332-B, 354-B 355-P (1991/1992) de Taro
Chiezo (que usaba cochecitos robóticos para mover, cual espectros, una instalación de
vestidos); aun así, en tales casos, la tecnología no era problematizada como centro de su
propuesta expresiva.
Vale mencionar, en este sentido, que en el ’92, si bien aún no había acontecido el boom digital,
ya existían desarrollos importantes en artes robóticas, telemáticas, computaciones y,
fundamentalmente, en videoarte (basta con mencionar el trabajo de algunos afamados como
Nam June Paik, Bill Viola, entre otros). Incluso por aquellos años, artistas como ORLAN y
Stelarc ya estaban produciendo indagaciones específicas sobre el cuerpo intervenido, ampliado
y modificado de forma concreta por la ciencia y la tecnología (incluso se encontraban en el
preciso momento de despliegue de su reconocimiento global: ORLAN realiza entre 1990 y
1993 sus afamadas performances quirúrgicas y ya desde los ‘80 Stelarc realizaba sus
performances con su tercera mano robótica); sin embargo, estos dos y otros artistas afines no
son incluidos en esta exposición.
Desde ya, nada obliga al curador a incluir obras artístico-tecnológicas en su muestra; aún así,
considerando que se proponía problematizar los medios, la ciencia y la tecnología como