De la Cruz-Piña Jéssica, Ferrero-Ronda Reynold, Rivas-Nuila José, Cruz-Aguilera Nolberto. Turismo de
bienestar como segmento en crecimiento: una mirada desde los estudios bibliométricos
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(…) el siglo XXI abre muchos retos a los bienes culturales patrimoniales y su relación
con la sociedad; pero también abre posibilidades para una visión plural del patrimonio,
con sus oportunidades y peligros. En lo económico es una fuente de ingreso importante,
pero genera grandes presiones. En lo social los ciudadanos se enfrentan al
reconocimiento de los bienes culturales locales como un capital que se debe reafirmar
y aumentar. De esta manera, la protección del patrimonio va más allá del bien en sí,
abarcando un complejo sistema de valores que lo rodea y le dan sentido. (p. 278)
Uribe y Osorio (2017, p. 47), expresan que los bienes “tienen, han tenido y tendrán un gran
impacto en distintos niveles de las estructuras sociales (…), lo cual es incluso más importante
que el bien mismo, ya que este último depende del valor que le confiera la sociedad (…)”.
Infieren de forma explícita la relevancia de los bienes culturales materiales en relación con las
identidades comunitarias.
Estos criterios sustentan la necesidad del trabajo mancomunado. De este modo, se propicia lo
intersectorial con el objetivo de que todos los actores sociales se ajusten a los acuerdos
establecidos. Es por ello que, el valor que se les atribuye a los bienes culturales materiales va
más allá de su antigüedad o su estética, puesto que se consideran de carácter histórico y
artístico, pero también de carácter archivístico, documental, bibliográfico, material y
etnográfico, junto con las creaciones y aportaciones del momento presente y el denominado
legado inmaterial. La función referencial de los bienes culturales materiales influye en la
percepción del destino histórico de cada comunidad, en sus sentimientos de identidad nacional,
en sus potencialidades de desarrollo, en el sentido de sus relaciones sociales, y en el modo en
que interacciona con el medio ambiente. Ello demuestra la necesidad de que la gestión de los
bienes parta de un amplio consenso de las comunidades.
En el orden de estas ideas Bautista (2018, p. 163) apunta que “(…) la apropiación colectiva de
los bienes culturales, configuran relaciones de solidaridad y distinción, (…) dan satisfacciones
biológicas, simbólicas y sirven para enviar y recibir mensajes, como un momento del ciclo de
producción y reproducción social”. Igualmente, Pérez-Reverte y Cerezo (2020, p, 19)
reflexiona sobre la necesario de “conocer y comprender las especificidades de estos bienes y
la problemática asociada, es fundamental a la hora de plantear los objetivos y estrategias para
desarrollar su investigación, garantizar su conservación y promover su difusión”.
Los valores culturales intrínsecos de los bienes culturales materiales derivan, por una parte, de
su dimensión material (los procesos de trabajo y las técnicas, las habilidades, el diseño y el
marco contextual); y de otra, de los usos y las funciones, así como de los significados. De tal
suerte tan sólo operativamente se puede desligar lo material de lo inmaterial; pues los bienes
culturales deben valorarse de una manera interrelacionada. De hecho, los bienes culturales
materiales refieren en sí mismos todo un conjunto de formas de vida, creencias, valores,
emociones y significados que proporcionan sentimiento de identidad y de pertenencia.
Los criterios expuestos sustentan la importancia de los bienes culturales materiales, ya que su
estudio ha ido evolucionando en el tiempo. En ellos existe una interacción indisoluble en torno
a lo material desde el espíritu inmaterial. Igualmente, ha sido demostrado mediante las diversas
prácticas del manejo, la gestión y la planificación que los bienes son un recurso para el
desarrollo de las identidades. Estos temas se respaldan a partir de diversas disciplinas donde lo
holístico transversaliza criterios teóricos y prácticos. De esta forma, se puede mostrar con