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Violencia intrafamiliar de pareja y su repercusión en la salud
mental de mujeres. Estudio de caso en Manabí, Ecuador
Domestic partner violence and its impact on women’s mental
health. Case study in Manabí province, Ecuador.
DOI: https://doi.org/10.33936/psidial.v2i1.5586
Lilibeth Barreto Rivero
1
0000-0002-0205-0998
Enrique Antonio Santos Jara
2
0000-0003-4592-3290
Universidad Técnica de Manabí, Portoviejo, Ecuador.
1
mbarreto9398@utm.edu.ec
Universidad Técnica de Manabí, Portoviejo, Ecuador.
2
enrique.santos@utm.edu.ec
Recepción: 26 de febrero de 2023 / Aceptación: 02 de abril de 2023 / Publicación: 02 de mayo de 2023
Citación/cómo citar este artículo:
Barreto, R. Santos, E. (2023). La violencia Intrafamiliar de pareja y su repercusión en la salud
mental de las mujeres. Un estudio de caso en Manabí. PSIDIAL: Psicología y Diálogo de
Saberes,2(1) 18-39 DOI: https://doi.org/10.33936/psidial.v2i1.5586
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PSIDIAL: Psicología y Diálogo de Saberes
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Vol. 2 Núm. 1 (18-39) enero - junio de 2023
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Universidad Técnica de Manabí
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Resumen
La violencia contra las mujeres, ocasionada por sus parejas, es un problema de salud pública
y de vulneración de derechos, que ocurre en diferentes sociedades, culturas y estratos
socioeconómicos. Estos actos de violencia se manifiestan, usualmente, como maltrato
psicológico, físico, sexual, económico y patrimonial. En la mayoría de los casos estudiados,
el estar expuestas a acciones de violencia genera afectaciones en su salud mental. En el
presente artículo se analiza la ansiedad, como una de las expresiones del estado de salud
mental de las mujeres víctimas de violencia de pareja, tomando como caso para ilustrar
nuestro enfoque teórico e hipotético a las madres de familia de instituciones educativas del
circuito C04 del distrito de educación de Portoviejo, provincia de Manabí. Existen
evidencias empíricas que indican que, por la violencia vivida, las víctimas desarrollan
algunos trastornos psicológicos, como la indefensión aprendida, ansiedad, depresión,
pánico, entre otras, lo cual disminuye su capacidad para tomar decisiones, y coadyuva a
generar dependencia emocional con la pareja agresiva. El presente artículo es tributario de
una investigación más amplia, de carácter no experimental, de corte transversal y desde un
enfoque mixto cuali-cuantitativo. Como instrumentos empíricos se utilizaron el inventario
de ansiedad de Hamilton, una entrevista semiestructurada y una encuesta a 20 mujeres, para
analizar sus niveles de ansiedad en relación con otras variables contextuales y psicológicas.
Palabras clave: Violencia, pareja, entorno familiar, ansiedad.
Abstract
Violence against women, caused by their partners, is a public health issue, and a violation
of their rights, which occurs in different societies, cultures, and socioeconomic strata. This
violence is usually manifested as psychological, physical, sexual, economic, and patrimonial
abuse. In most of the cases studied, the expose to acts of violence affects the mental health
of women. In this article, anxiety is analyzed as one of the expressions of the mental health
status of women victims of intimate partner violence, taking as a case to illustrate our
theoretical and hypothetical approach the mothers belonging to educational institutions of
the C04 circuit of the district of education of Portoviejo, province of Manabí. This article is
tributary to a broader investigation, non-experimental, cross-sectional and from a mixed
qualitative-quantitative approach. As empirical instruments, there was used the Hamilton
Anxiety Inventory. There were use, as well, a semi-structured interview and a survey to 20
women, to analyze their levels of anxiety in relation to other contextual and psychological
variables. There is empirical evidence that indicates that, due to the violence experienced,
the victims develop some psychological disorders, such as learned helplessness, anxiety,
depression, panic, among others, which decreases their ability to make decisions, and
contributes to generating emotional dependence with their violence aggressive couple.
Keywords: cervical cancer, prevention, risk perception, intervention.
La violencia intrafamiliar de pareja y su repercusión en la salud mental de las mujeres. Un estudio de caso en
Manabí, Ecuador.
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Introducción
En las relaciones de pareja es donde se más visibiliza la violencia contra las mujeres, pues
es allí donde la experimenta gran parte de la población femenina en todo el mundo, de
todos los pueblos y sin distinción de clases sociales (OMS, 2016). Es decir, esta
problemática tiene diversas causas y determinaciones, no estando condicionada únicamente
por la clase social, la identidad étnica, la religión, el estado civil, o el nivel instruccional o
económico (Fonseca- Machado, et al., 2015).
La violencia contra las mujeres es una de las principales formas de violación a sus derechos
humanos, a su salud e, inclusive, a sus vidas. Los tratos violentos llevan a sus víctimas a
un deterioro en su salud física y mental (Fonseca-Machado, et al., 2015).
Las prácticas de violencia dentro de los hogares han estado presentes desde la antigüedad,
no es solo una problemática actual. Los análisis históricos revelan que ha sido una
característica y una práctica de la vida familiar, tolerada y aceptada desde tiempos
ancestrales en la mayor parte de culturas (Vieyra, et al., 2009). Los malos tratos hacia la
mujer por parte de su pareja sentimental no son un fenómeno aislado, como durante mucho
tiempo grandes sectores de la sociedad contemporánea se ha empeñado en postular; se trata
de un comportamiento aprendido, transmitido de generación en generación (Vieyra, et al.,
2009). De acuerdo con estudios históricos y antropológicos, se corresponden con relaciones
de desigualdad y dominación masculina en los niveles macro y micro de la mayoría de
sociedades y culturas (Rich, 1986).
Algunos estudios realizados con mujeres ecuatorianas han permitido conocer que la
violencia sobre ellas interfiere en su normal desenvolvimiento dentro de la familia y la
sociedad (Consejo Nacional para la Igualdad de Género, 2014). Además de los costos
derivados del tratamiento de víctimas y agresores, las mujeres que la sufren pueden llegar
a verse incapacitadas para trabajar, perder sus ingresos económicos, dejar de participar en
actividades sociales y ver agotadas sus fuerzas para cuidar de sí mismas y de sus hijos.
La pregunta central que orientó la investigación para este artículo fue analizar: ¿Cómo la
ansiedad, dimensión clave o (eje de relevancia) de la salud mental de las mujeres, está
asociada a la violencia intrafamiliar de pareja (VIP)? A partir de esta se trabajó con las
siguientes preguntas complementarias, que la desagregan:
Conocer las características de la población estudiada.
Describir las formas de violencia intrafamiliar de pareja.
Analizar la percepción femenina de sus agresores.
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Relacionar los niveles de ansiedad de mujeres agredidas, con la VIP y su contexto.
Se realizó un estudio de caso con 20 madres de familia de instituciones educativas del
circuito C04, del distrito de educación de Portoviejo, ubicado en la parroquia urbana
Andrés de Vera, provincia de Manabí. Mediante la utilización de una encuesta, entrevistas
y del Inventario de Ansiedad de Hamilton (IAH) se generaron datos que permiten conocer
las situaciones de violencia sufridas por las mujeres estudiadas, en su contexto
sociodemográfico y familiar, así como los niveles de ansiedad que se le asocian.
Marco referencial
Violencia de pareja, salud mental y ansiedad
La VIP es definida como el acto abusivo de poder u omisión intencional, dirigido a dominar,
someter, controlar o agredir de manera física, verbal, psicológica, patrimonial, económica y
sexual a la víctima (Vieyra, et al., 2009). Este tipo de violencia se caracteriza por actos de
ataque físico, abuso psicológico, así como por conductas de control, coacción sexual, manejo
de dinero y apropiación o destrucción de bienes, perpetrados por parejas actuales o anteriores
(Fonseca-Machado, et al., 2015).
La VIP tiene diversas manifestaciones, se perpetua en distintas modalidades y produce,
también, variadas consecuencias, comprendiendo no solo golpes y perjuicios materiales. Al
tomar en cuenta la naturaleza del daño ocasionado y los medios empleados, la violencia puede
clasificarse de acuerdo con lo expuesto en esta sección (Vieyra, et al., 2009).
La violencia física es la más evidente, ya que el daño se marca en el cuerpo de la víctima. Esta
incluye golpes de cualquier tipo, heridas, mutilaciones y puede llegar hasta a femicidios
(Vieyra, et al., 2009).
La violencia psicológica es aquella que vulnera la integridad mental y emocional de la víctima,
donde sólo esta asume sus sensaciones y malestares. Las mujeres que la sufren reducen su
autoestima y estabilidad emocional, en la medida en que experimentan insultos, rechazos,
desprecio y ridiculización por parte de sus compañeros sentimentales (Vieyra, et al., 2009).
Todos estos malos tratos, en muchas ocasiones, provocan alteraciones físicas en las víctimas,
como respuestas fisiológicas al malestar emocional. El hombre que ejerce violencia psicológica
actúa con la intención de debilitar, humillar o insultar, buscando que su pareja se sienta mal
(Vieyra, et al., 2009).
La violencia intrafamiliar de pareja y su repercusión en la salud mental de las mujeres. Un estudio de caso en
Manabí, Ecuador.
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La violencia sexual, dentro de una relación de pareja, comprende diversas manifestaciones,
aunque la más irreparable es la violación, que consiste en mantener relaciones sexuales no
consentidas usando fuerza física. También incluye los acosos de índole sexual, o el obligar a
realizar prácticas sexuales que la mujer rechaza, tomándola como objeto sexual, desprovista de
autonomía y deseo propios (Vieyra, et al., 2009).
La violencia económica y patrimonial se refiere a la apropiación y al manejo de los recursos
materiales, como dinero o bienes. Se ejerce por parte de la pareja para controlar y someter a la
víctima o, también, en otros casos consiste en la privación de los medios para satisfacer sus
necesidades básicas personales o del resto del hogar, en el ámbito de la alimentación,
vestimenta, recreación, vivienda, educación y salud (Vieyra, et al., 2009).
La violencia contra las mujeres, dentro de la relación de pareja, varía según los contextos donde
se ejerce. A nivel mundial, oscila entre el 29% y el 62%, dependiendo del país (OMS, 2016).
En territorio ecuatoriano, de acuerdo con el INEC (2019), 65 de cada 100 mujeres han vivido
algún tipo de violencia. El 32,7% ha experimentado violencia sexual, el 56,9% violencia
psicológica, el 35,4% violencia física y el 16,4% económica y patrimonial.
Labrador y colaboradores (2010) señalan que las consecuencias psicológicas de la violencia
son más frecuentes y duraderas que las físicas, salvo en casos extremos como los femicidios o
lesiones graves.
Estar expuesta a actos violentos, generalmente, implica una combinación de acciones abusivas
de tipo físico, psicológico y/o sexual, que suelen tener un carácter progresivo y crónico (Patró,
et al., 2007). Se produce de forma repetitiva e intermitente y ocurre dentro del propio hogar,
ejercida por aquella persona con quien se convive, ocasionando una serie de secuelas
emocionales y dificultades que generan disminución en la calidad de vida y afectación a la
salud de la víctima (Patró, et al., 2007).
Según la OMS (2016), algunas mujeres víctimas de violencia de pareja podrían haber estado
expuestas a estos actos en su hogar de origen, por parte de sus progenitores, lo que podría ser
causa de normalizar en sus vidas los tratos violentos. Ellas han sido objeto de malos tratos
durante su infancia, y han vivido en entornos en los que se aceptaba la violencia, los privilegios
masculinos y la condición de subordinación de la mujer, corriendo un mayor riesgo de ser
víctimas de la violencia de pareja.
Investigaciones realizadas en México por García y Matud (2015) señalan que las mujeres con
bajo nivel de instrucción escolar tienen dos veces más probabilidades de ser violentadas y de
no buscar ayuda legal y psicológica. Al contrario, las mujeres con más alto nivel educativo
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tienen mayor conciencia de sus derechos, más acceso a recursos del medio y mayor posibilidad
de enfrentar y buscar ayuda en servicios de salud, ante la presencia de síntomas ansiosos
(Larraín, 1993, citado por García y Matud, 2015). Esto último, posiblemente, se relaciona con
la mayor autonomía de la mujer y el acceso a recursos que le faciliten, eventualmente, salir de
la situación de violencia.
El experienciar actos violentos y conductas amenazantes por parte de su agresor hace que el
miedo se instaure en las mujeres. Ante el temor a más violencia, la víctima suele generar
síntomas de ansiedad, que pueden convertirse en ansiedad de tipo severo. El miedo adquiere
un papel central y podría inhibir la ruptura del vínculo con el agresor (Rivas-Rivero y Bonilla-
Algovia, 2020). Otros estudios similares al presente indican que la ansiedad es un cuadro
clínico frecuentemente reportado por quienes padecen la violencia. Por lo tanto, estar expuesta
a cualquier tipo de violencia puede generar problemas de salud psicológica que interfieren de
forma negativa en la vida cotidiana de las mujeres que la sufren (Belén, et al., 2007).
La ansiedad en mujeres víctimas de violencia es explicada como un proceso psicológico básico
que incide en el área emocional. Quienes la padecen sienten que han perdido la capacidad de
adaptarse a las situaciones corrientes de la vida cotidiana y esta inestabilidad puede desatar
diferentes trastornos o psicopatologías (Ovando, 2018).
Según el Diccionario de la Real Academia Española (Real Academia Española, 2001), el
término ansiedad proviene del latín anxietas, referido a un estado de agitación, inquietud o
zozobra del ánimo, siendo una de las sensaciones más frecuentes del ser humano. Se trata de
una emoción compleja y displacentera, que se manifiesta mediante una tensión emocional
acompañada de un correlato somático.
La ansiedad, en esta población de mujeres, se manifiesta, usualmente, a través de un estado
emocional tenso, caracterizado por una diversidad de indicios involuntarios, como dolor del
cuerpo, palpitaciones aceleradas, nerviosismo, sudoración, sensación de debilidad y cansancio
(Ovando, 2018). Estas experimentan síntomas de ansiedad, se preocupan de manera excesiva
por situaciones de su vida diaria como, por ejemplo, su relación de pareja, los hijos, el trabajo,
la salud, la situación económica, desarrollando una idea pesimista de la vida, lo que les
ocasiona, en varios casos, dificultad para concentrarse, relajarse o dormir.
Como se indicó antes, la violencia de pareja genera, en algunos casos, una relación de
dependencia y sumisión de la mujer con respecto a su pareja, lo que conduce a una baja en su
autoestima. Además de dejar a la víctima en indefensión, la ansiedad produce trastornos del
sueño, pérdida de apetito, miedo, ideación suicida, confusión y tristeza (García y Matud, 2015).
La violencia intrafamiliar de pareja y su repercusión en la salud mental de las mujeres. Un estudio de caso en
Manabí, Ecuador.
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Si existen condiciones de vulnerabilidad, la ansiedad las refuerza (Hirigoyen, 2006, citado por
Cuervo y Martínez, 2013).
La ansiedad en féminas violentadas alude a la combinación de distintas manifestaciones físicas
y mentales que son atribuibles a peligros reales que se expresan en forma de crisis, o como un
trastorno persistente y difuso, pudiendo desembocar en un cuadro de pánico (García y Matud,
2015).
La teoría del ciclo de la violencia, desarrollada por Leonore Walker (citada por ILERNA
online, 2019), plantea que esta ocurre en tres fases, que son: la acumulación de tensión, el
incidente de maltrato grave y el arrepentimiento cariñoso. Dicha teoría sustenta, también, que
como consecuencia de esta las mujeres desarrollan un patrón de síntomas denominado el
“Síndrome de la Mujer Maltratada”. La victimización puede generar consecuencias negativas
en la estabilidad emocional (Delara, et al., 2015, citado por Cuervo y Martínez, 2013). Los
problemas psicológicos de la mujer maltratada pueden ir desde moderados hasta graves (Pérez,
2011, citado por García y Martínez, 2015).
En Ecuador, pensamos que existe una deuda social del Estado que, al momento, no garantiza,
ni protege la salud mental de manera integral, tanto de las víctimas, como de su núcleo cercano.
Metodología (Materiales y Métodos)
El estudio se ejecutó como una investigación no experimental y de corte transversal. La
población de estudio la formaron madres de familia de instituciones educativas del distrito de
educación 13D01 Portoviejo, circuito educativo C04, ubicado en la parroquia urbana Andrés
de Vera. Esta población se restringe a quienes han denunciado su situación de violencia, a la
vez que aceptaron participar en la investigación y firmaron el consentimiento informado. Por
ello, estos resultados no pueden generalizarse a todas las mujeres violentadas, pues es muy
probable que quienes no denuncian la VIP tengan rasgos y contextos diferentes a quienes sí lo
hacen. Se trata de un estudio de caso a través del cual, se busca alcanzar un conocimiento a
profundidad de un grupo de personas vulnerables, a la vez que sus resultados constituyen una
ilustración de las relaciones teóricas y empíricas abordadas, es decir, la relación entre la VIP y
la ansiedad de las mujeres involucradas.
Nos focalizamos en esta población identificada a través del seguimiento a las familias a las que
pertenecen quienes realizaron denuncias dentro de las instituciones educativas, seguimiento a
cargo de funcionarios del Departamento de Consejería Estudiantil (DECE). Estos son los
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organismos que deben velar por el bienestar de los niños, niñas, adolescentes y jóvenes (NNAJ)
de estos establecimientos escolares.
Se usó un enfoque cuali-cuantitativo. Así, se utilizó el IAH (Lobo, et al., 2002), instrumento
de evaluación clínica para medir el grado de ansiedad de las personas. Cabe indicar que este
reactivo psicológico no es un instrumento de diagnóstico, sino un recurso útil y eficaz para
valorar en qué estado se encuentra el paciente, cuáles son sus síntomas psicosomáticos, sus
miedos y procesos cognitivos (Lobo, et al., 2002).
Se realizó también una encuesta a las 20 mujeres estudiadas. Esta contenía preguntas para
determinar los tipos de violencia que cada una de ellas ha padecido (psicológica, física, sexual
y económica/patrimonial), habiendo sido aplicada y validada por los autores de la
investigación, utilizando el consentimiento informado.
De igual manera, con todas las participantes se desarrolló una entrevista semiestructurada
individual, cuyo objetivo fue sistematizar información sociodemográfica, antecedentes y
contextos familiares, así como detalles en profundidad sobre el estado emocional, percepciones
y síntomas psicológicos ocasionados por la violencia vivida. Estas respuestas fueron
compiladas en matrices, siguiendo las pautas de análisis temático (Gareth y Hayfeld, 2021);
más adelante, para hacer referencia a ellas se utilizará un código alfanumérico (“E” de
entrevistada y el número único asignado a cada una de ellas), a fin de salvaguardar su
anonimato (American Psychological Association, (APA), 2020). Esta dimensión cualitativa de
la investigación es clave para captar los detalles y subjetividades de las experiencias humanas
desde la mirada psicológica (White y Epston, 1993), sin los cuales los datos numéricos no
podrían ser contextualizados y comprendidos:
Vivimos inmersos en relatos. O más bien habría que decir sumergidos; sumergidos en los
relatos de los otros y sumergiéndonos (e implicando) a los otros en nuestros relatos. Porque un
relato no es solo dar cuenta a otro de algo que él no sabía (si el relato es, o pretende ser, verídico)
o no imaginaba (si el relato es, o pretender ser, ficticio). Es una experiencia participativa
(Ramos, 2001, pág. 19).
Vivimos inmersos en relatos. O más bien habría que decir sumergidos; sumergidos en
los relatos de los otros y sumergiéndonos (e implicando) a los otros en nuestros relatos.
Porque un relato no es solo dar cuenta a otro de algo que él no sabía (si el relato es, o
pretende ser, verídico) o no imaginaba (si el relato es, o pretender ser, ficticio). Es una
experiencia participativa (Ramos, 2001, p. 19).
La violencia intrafamiliar de pareja y su repercusión en la salud mental de las mujeres. Un estudio de caso en
Manabí, Ecuador.
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Dada la extensa cantidad de datos generados, hemos optado por referirnos a ellos dentro de la
presentación narrativa, no pudiendo presentar tablas y gráficos que llevarían a una extensión
de este artículo más allá de lo que establece la normativa para su publicación.
Cabe mencionar que el acceso a esta población no fue fácil: varias mujeres, pese a aceptar que
viven en situaciones de VIP, se rehusaron a recibir ayuda; otras mencionaron que no deseaban
participar en este tipo de investigaciones por vergüenza, o por miedo a exponer sus temas
familiares. Las participantes que decidieron colaborar en este estudio solicitaron absoluta
discreción y, en su totalidad, son madres de familia cuyos hijos estudian en instituciones
educativas atendidas por la autora principal de la investigación. El empleo de los instrumentos
de investigación, en gran parte durante el periodo de confinamiento y restricción de la
movilidad por la pandemia, se hizo combinando medios telemáticos con sesiones individuales
presenciales, precautelando un espacio de privacidad. Los autores declaran que en esta
investigación no existen conflictos de interés y que se respeta la confidencialidad de la
información y el anonimato de las participantes.
Resultados
En esta sección describiremos, en primer lugar, las características sociodemográficas de las
mujeres estudiadas, que guardan relación con el objeto de estudio. A continuación, se presentan
los resultados sobre las situaciones de violencia que viven estas. En tercer lugar, se describe la
percepción de las mujeres violentadas, sobre sus parejas agresores. Al final, se analizan los
niveles de ansiedad y de sus manifestaciones subjetivas, con relación a la VIP y a las variables
contextuales que se le asocian.
Características de la población estudiada
El 65% de las 20 mujeres alcanzó estudios de bachillerato, el 30% llegó a la educación superior
y en un caso (5%) solo tuvo estudios de primaria. Considerando el tipo de ingresos, la mayoría
de las mujeres estudiadas (40%) tienen ingresos bajos, mientras tanto las de ingresos estables,
como las de intermitentes, representan el 30%.
Las mujeres víctimas de VIP de nuestro caso se dividen en un 30% de hasta 25 años, 40% de
26 a 32 años y un 30%, de las adultas menos jóvenes en esta población, de 33 a 40 años. Esta
segmentación guarda relación con el nivel de experiencia y temporalidad de la vida en pareja,
con distintos grados de maduración emocional y con el número de hijos.
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En cuanto a la relación formal con sus parejas agresoras, la mayoría vive en unión de hecho
(50%), excluida una que se separó del agresor. Siguen en importancia las casadas que conviven
con su pareja (35%), existiendo, además, una separada y otra que llevó a término el trámite de
divorcio. Así, una mayoría de víctimas de VIP siguen viviendo con sus parejas (85%).
Finalmente, la mayoría de ellas tiene dos hijos (40%), seguida por el 30% con un hijo, 20%
con tres hijos y 10% con cuatro.
Violencia intrafamiliar de pareja
Las formas más extendidas de violencia son la psicológica y la económica familiar (100% de
las mujeres estudiadas), seguida por la violencia física (75%) y la violencia sexual (45%).
La violencia psicológica es la más observada en este estudio. El 60% de las entrevistadas afirmó
sufrirla “siempre”. Se expresa básicamente como humillación, como burla en privado, o delante
de los hijos, sobre los rasgos físico de la mujer, o sobre sus supuestas deficiencias de criterio y
capacidad. Así, encontramos expresiones como: “me humilla, me dice fea, gorda, que no sirvo
para nada” (E1) y “dice que sin él no soy nadie, se burla de mis opiniones” (E5).
Estas acciones de violencia psicológica, en algunos casos, se complementan con el control
sobre la vida de las mujeres: “me revisa mi teléfono y redes sociales, me prohíbe que tenga
amigas” (E3), “no me deja que trabaje” (E10), “quería manejar mi sueldo [aunque] no ayuda
con los gastos de la casa” (E15), o “me cogía dinero, quería poner mis bienes a su nombre
no me ayudaba con los gastos, ahora separados no me pasa pensión alimenticia” (E17).
En la discusión de los resultados trataremos de interpretar este tópico, considerando que, en
algunos casos, se acepta la violencia psicológica o física por el temor a la separación (Rivas-
Rivero y Bonilla-Algovia, 2020), como cuando no hay redes familiares de apoyo económico a
las víctimas (E18). El temor a la ruptura se origina en factores socioemocionales y da lugar,
incluso, a manifestaciones psicosomáticas. Una entrevistada expresó: “tengo un poco de miedo
a que mi relación de pareja se termine y eso me provoca un poco de dolor de cabeza” (E4). En
otro caso, se manifiesta el “miedo de que mis hijos crezcan sin un padre, siento el corazón
acelerado” (E16). Se debe agregar, además, la resistencia a la ruptura con la pareja, cuyo origen
se halla en pautas transgeneracionales, abordadas más adelante.
En nuestro estudio, la violencia sexual es reconocida por un 15% de las víctimas. Nos dijeron,
por ejemplo, que se ven presionadas a tener relaciones sexuales sin consentimiento (E6),
incluso utilizando la fuerza y “obligándome a tener relaciones de maneras que no son de mi
La violencia intrafamiliar de pareja y su repercusión en la salud mental de las mujeres. Un estudio de caso en
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agrado” (E8). Como la existencia de hijos es un elemento que “justifica” (para una, o ambas
partes de la pareja) la preservación de la relación, una entrevistada afirmó que su pareja “no
quería dejarme ligar”, por lo cual lo hizo “a escondidas” (E6).
La violencia física, frecuente u “ocasional”, es reconocida por el 75% de las entrevistadas. El
contexto de estas agresiones es variado, desde quien señala que “varias veces me ha cacheteado
cuando llega borracho” (E5), hasta quien afirmó que la golpea “siempre sin motivos” (E1). La
mayor parte de las veces, el hombre agrede cuando la mujer reclama por su conducta personal,
como no aportar nada o lo suficiente para el hogar (E15), “porque anda con otras mujeres”
(E6), entre otros. Este tipo de violencia, en la mayor parte de los casos, no aparece desde el
comienzo de la relación de pareja, sino después de otras formas de agresión. Así, una
entrevistada sostuvo que “él empezó con insultos y ahora me pega que me deja moretones”
(E19). En un caso se detectó violencia física extrema: “una vez me hirió con una punta de un
cuchillo y otra vez me apretó mucho del cuello sin poder respirar” (E20).
Todas estas situaciones, además de generar niveles de ansiedad significativos, coadyuvan a las
molestias ya señaladas en la revisión de la literatura sobre el tema, como alteración del estado
de ánimo, cambios fisiológicos como “nervios”, dolores de cabeza, taquicardia y alteración del
sueño (expresado por la mayoría de entrevistadas), así como “olvidos” (en palabras de varias
mujeres). En aquellas con mayor vulnerabilidad psicológica encontramos el uso de
medicamentos para dormir (E10) y un intento de suicidio (E7).
Percepción femenina de sus agresores
Para efectos de esta exposición, lo central es entender que los patrones de violencia y de
lealtades de mujeres y hombres en sistemas familiares (infra), están muy influidos por estas
pautas transgeneracionales (Boszormenyi-Nagy y Spark, 1983). Se generan/transmiten
discursos de reacción/aceptación de la VIP, que han pasado a ser pautas y narrativas
transgeneracionales. En algún momento, incluso, se reconoce que la presencia de estas pautas
podría tener una alta incidencia en la forma en que hombre y mujer se escogen mutuamente
(Isch y Lalama, 2015). Aquí se hace referencia a un 85% de mujeres que, después y a pesar de
la VIP, continúan viviendo con el agresor.
Sin embargo, la narrativa de las mujeres suele ser entre crítica y justificativa de la conducta de
su pareja, ubicando la raíz de esta en el contexto familiar o el entorno laboral del agresor. Por
ejemplo, E1 es tajante al afirmar que su pareja “proviene de una familia machista, su padre es
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machista humilla mucho a las mujeres y él dice que si a la mujer no se le grita o se le pega no
entiende ni hace caso pero no se plantea la separación.
También E5 reconoce que “en su familia todos son machistas y celosos, golpean e insultan a
las mujeres”. O E6: “Él dice que a las mujeres no hay que tratarlas bien y que debo hacer todo
lo que él quiera, su madre y su padre le maltrataron desde niño y pasaba con malos amigos en
la calle”. Hay más referencias a las creencias y afirmación de las parejas agresoras, que se
reconoce vienen desde el hogar: “su madre no le enseñó a respetar a las mujeres, desde que se
fue a vivir con nosotros ella le inculca que me cele, porque ella es una mala suegra” (E13); “él
es un hombre que no es feliz, porque no se siente querido por su familia y viene a desquitarse
conmigo cada vez que tiene problemas con sus padres y hermano” (E14); “él me agredía porque
es un vago que sus padres siempre lo mantuvieron, no le gusta trabajar, por eso quería quitarme
mi dinero” (E15), y está más justificativa, al parecer: “este hombre ha sufrido mucho, fue
abandonado por sus padres y creo que por eso es así agresivo” (E18).
En otras ocasiones, la violencia de sus parejas es percibida también como el resultado de
factores más inmediatos, como el laboral. E3 piensa que “nuestros problemas vienen por temas
económicos, como no le va bien en su trabajo discute conmigo”. E9 parece tener una
percepción similar: “tenemos problemas desde que la situación económica empeoró, desde allí
discutimos constantemente y nos golpeamos” (E9). E11 muestra una argumentación más
justificativa: “creo que me maltrata porque viene muy estresado de su trabajo”.
Solo E17 se refirió al consumo problemático de sustancias, al señalar que “él tiene problemas
con las drogas, por eso perdió su trabajo y a causa de eso han sido todos los malos tratos porque
no dejo que venda o coja mi dinero”. Empero, el consumo de alcohol está presente en las
agresiones de sus parejas, al menos en la mitad de las entrevistadas.
Niveles de ansiedad de mujeres agredidas y su contexto
De las 20 mujeres estudiadas, el 55% registró ansiedad moderada (medida a través del IAH),
el 30% leve y el 15% grave. Como se indicó antes, el 85% vive con la pareja, lo cual representa
la totalidad de las mujeres con ansiedad grave y el 81,8% de quienes la tienen moderada.
Las mujeres que afirmaron no haber sido golpeadas nunca por sus parejas son las que presentan
el mayor porcentaje de ansiedad leve (69,2%); todas las mujeres con ansiedad grave han sido
golpeadas siempre, o a veces, por sus parejas. De ahí que, al calcular el (chi-cuadrado) entre la
La violencia intrafamiliar de pareja y su repercusión en la salud mental de las mujeres. Un estudio de caso en
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frecuencia con que han sido golpeadas las mujeres y su nivel de ansiedad, este haya llegado a
14,94 (altamente significativo), con una V de Cramer de 0,61*.
Al considerar el nivel de instrucción como variable independiente, con relación al nivel de
ansiedad, se encontró un significativo valor de 11,17 para el chi-cuadrado, por lo cual se calculó
la V de Cramer, obteniendo un valor moderado de 0,53. Es interesante observar que entre las
mujeres con estudios superiores no se hallaron casos de ansiedad grave, teniendo el 66,7% de
ellas ansiedad leve. Entre las mujeres con bachillerato y primaria, en cambio, el 64,3% tienen
ansiedad moderada y el 21,4% ansiedad grave.
También se encontró un chi-cuadrado significativo al explorar la variable dependiente nivel de
ansiedad con relación al tipo de ingresos de las mujeres, 10,35, lo cual nos condujo a estimar
la V de Cramer, cuyo valor fue de asociación moderada, 0,51. Los 3 casos de ansiedad grave
se concentraron en las mujeres de ingresos bajos, sin registrar ansiedad leve. Entre las mujeres
de ingresos estables, en cambio, el 66,7% tiene ansiedad leve y el restante 33,3% es de nivel
moderado, mientras en las de ingresos intermitentes la mayoría tiene ansiedad moderada
(66,7%) y el resto es leve.
Resulta interesante analizar la asociación entre el número de hijos y los niveles de ansiedad.
Por sí solo, el número de estos, seguramente, no provoca más ansiedad, pero es indudable que,
mediado por las demás variables condicionantes, seguramente implica mayores demandas de
atención y preocupación, coadyuvando al incremento de la ansiedad. En este caso, chi-
cuadrado arrojó un valor significativo de 19,3 y la V de Cramer uno alto de 0,7. Las mujeres
con un hijo tienen mayoritariamente ansiedad leve (66,7%), con dos hijos presentan un 87,5%
de ansiedad moderada, mientras en las de tres hijos el 75% son moderada y grave. Como era
de esperarse, los dos casos de mujeres con cuatro hijos tienen un nivel grave de ansiedad.
La variable independiente con mayor asociación estadística con los niveles de ansiedad es el
tipo de redes de apoyo que tienen las mujeres violentadas. Con un chi-cuadrado de 23,98, es
decir, con significancia contundente, la V de Cramer llega a un alto 0,77, la asociación más
fuerte de todas las analizadas. La red de apoyo que conduce a mejores resultados es la
combinación de familiares y amigos, donde el 71,4% registró ansiedad leve. Es llamativo que
el solo apoyo de amigos, de la familia o de una fundación están lejos de conseguir estos
resultados.
Cuando se estableció la relación entre la convivencia actual de la pareja (viven juntos o
separados) con el nivel de ansiedad, el chi-cuadrado arrojó un valor de no significancia, sin
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duda condicionado porque, aun cuando la pareja ya no viva en el mismo hogar, el hombre sigue
usando violencia psicológica o patrimonial sobre la mujer.
Finalmente, se aborda si las mujeres violentadas utilizan recursos de asistencia psicológica o
psiquiátrica. La absoluta mayoría de mujeres, el 80%, no asiste a terapia y apenas un 15% lo
hace a veces. El 90% de mujeres a quienes se aplicó el IAH no ha aplicado a un diagnóstico
psicológico de su condición, constituyendo la totalidad de quienes muestran ansiedad grave y
el 81,8% de quienes registraron ansiedad moderada. Eso implica la ausencia de diagnóstico
profesional del trastorno de ansiedad (grave o moderado), que permita un apropiado
tratamiento psicológico o psiquiátrico a su condición. En todo caso, desde el punto de vista
estadístico, no se observó un valor significativo de chi-cuadrado para estas dos variables.
El análisis cualitativo arrojó interesantes elementos a considerar, para complementar los datos
cuantitativos de este último tópico. Aun cuando la mayoría de las mujeres ha recibido
sugerencias de asistir a un psicólogo o psiquiatra, es evidente la reticencia a. Solo una indicó
que no pudo hacerlo por falta de dinero (E16). El resto indica varios motivos. Así, E1 afirmó
que no asiste al “psicólogo a pesar de que la fundación me dice que vaya; me derivaron a
atención psiquiátrica, pero me da miedo ir”, en igual sentido se expresó E11. Para otras,
simplemente, no le parece importante hacerlo (E1y E10); incluso E5 que lo hace, pero a quien
tampoco le parece importante, fue sincera al reconocer que no ingiere los medicamentos
recetados. Otras entrevistadas dijeron que “no voy al psicólogo porque me da miedo” (E11),
que dejaron “de ir al psicólogo porque no me gustaba su manera de tratarme; me ofendía con
sus preguntas” (E18), o porque “creo que el psicólogo y el psiquiatra son para locos” (E19).
También se detectó que E20 no ha ido “a atenciones con el psicólogo de seguro mi marido no
me dejaría ir”, es decir, por un elemento de control del hombre sobre las distintas facetas de la
vida de su pareja.
Se debe destacar que la única mujer que asiste actualmente contestó que lo hace a través de la
“asesoría psicológica en la escuela de mis hijos” (E14), elemento que debería ser considerado
para lograr una mayor y mejor incorporación de las víctimas de VIP a la atención profesional.
La violencia intrafamiliar de pareja y su repercusión en la salud mental de las mujeres. Un estudio de caso en
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Discusión
Si existe un término para describir el perfil sociodemográfico de las 20 mujeres estudiadas, es
“vulnerabilidad”. Este indica una baja capacidad para responder con resiliencia y proactividad
a las presiones y desafíos del entorno, para efectos de la presente indagación a aquellos que
influyen en la ansiedad de mujeres que experimentan VIP. Con base en la información del caso
investigado, notamos que el nivel de instrucción, la fuente y estabilidad de ingresos económicos
y el número de hijos son las variables que más inciden en la misma. Así, mujeres con estudios
superiores, ingresos regulares propios y menor mero de hijos muestran tener más recursos
para gestionar las presiones y condiciones de la VIP, expresada en menores niveles de ansiedad.
Al contrario, mujeres con menor nivel instruccional, ingresos bajos e inestables y mayor
número de hijos, muestran ser más vulnerables en el sentido aquí definido.
No es posible entender la VIP y su pervivencia al margen de las estructuras patriarcales de gran
parte de nuestras sociedades. No solo en Ecuador, sino a nivel mundial, la absoluta mayoría de
acciones de este tipo de violencia son aplicadas por los hombres contra las mujeres. Estas
configuraciones involucran una relación asimétrica en la toma de decisiones de la pareja, la
separación de roles masculino (como principal proveedor y actor del espacio público) y
femenino (como proveedora secundaria y actora del espacio privado doméstico) (Rich, 1986).
En las estructuras patriarcales que contextualizan la VIP, los varones dominan (o intentan
dominar) los cuerpos, actividades personales, actividades laborales y autoestima de las mujeres
(OMS, 2016; Ovando, 2018). Las formas básicas de VIP son la psicológica y la económica-
patrimonial, presentes en todas las mujeres estudiadas, y con una mayoría que afirmó sufrirla
siempre, percibida como un afán de desvalorizarlas y de herir su autoestima, en el caso de la
primera, y de limitar y controlar sus vidas personales, en el caso de la segunda.
Tres de cada cuatro mujeres estudiadas han sido objeto de diferentes formas de violencia física
de parte de sus parejas. Estas suelen aparecer luego de un periodo de violencia psicológica y
profundiza los factores analizados en el párrafo anterior: en su base está la infravaloración de
la figura femenina, su consideración como una persona cognitiva, social y productivamente
“inferior” al hombre, lo cual “justifica” que se ejerza la fuerza física sobre ella para dominarla
y menguar sus intentos de resistencia a los diversos mecanismos de control masculino en el
seno de este tipo de relación (Cuervo y Martínez, 2013; Ovando, 2018; Rich, 1986). En algunos
casos, las mujeres responden a la violencia con el mismo mecanismo, pero eso no detiene la
conducta agresora del hombre que, como en uno de los casos estudiados, puede llegar al intento
de femicidio.
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Un elemento teórico clave sobre la relación de pareja en nuestro estudio es el de la reproducción
de patrones de conductas transgeneracionales y “lazos de lealtad”, tanto en mujeres como en
hombres. Con estas consideraciones podremos aventurar hipótesis que respondan a la pregunta:
¿Por qué se mantiene la relación en el seno de la VIP? Recuérdese que el 85% de quienes la
sufren siguen conviviendo con la pareja agresora.
Boszormenyi-Nagy y Spark (1983) está en el origen de ambos conceptos; así, Isch y Lalama
(2015) indican que:
el proceso de transmisión de patrones de una generación a otra es perceptible en todas las
familias y en todo individuo en diferentes grados de intensidad. Los modelos familiares que
incluyen transmisiones culturales, valores, códigos éticos y morales son transmitidos por las
familias de origen y posteriormente recreados en las nuevas familias que se conforman a
futuro (pág. 30).
el proceso de transmisión de patrones de una generación a otra es perceptible en todas
las familias y en todo individuo en diferentes grados de intensidad. Los modelos
familiares que incluyen transmisiones culturales, valores, códigos éticos y morales
son transmitidos por las familias de origen y posteriormente recreados en las nuevas
familias que se conforman a futuro (p. 30).
Con relación los lazos de lealtad, íntimamente vinculados con lo anterior, citamos a
Boszormenyi-Nagy y Spark (1983, p. 59), quienes afirman que “los sistemas de lealtad
pueden basarse tanto en la colaboración latente, preconsciente, entre los miembros, no
formulada de manera cognoscitiva, como en los ‘mitos’ gestados por las familias (…) Los
vínculos de lealtad con la sustancia de la supervivencia del grupo”.
En la mayoría de los casos analizados, la mujer percibe que la conducta de su pareja está
asociada a factores contextuales, básicamente provenientes del entorno familiar, pares
(amigos) y, en menor medida, a situaciones y problemas laborales. En las entrevistas, esta
narrativa aparece como una explicación-justificación de la violencia masculina (Deza, 2012),
sintetizado en nuestras palabras: “él es así porque en su familia se formó así”. Aquí está “una
mitad de la verdad”: la conducta del agresor no emerge súbitamente, de un momento a otro,
sino que hunde sus raíces en el modelo familiar donde se formó, reproduce patrones de
conducta y percepciones de padre, madre, abuelos y/u otros parientes de su hogar de origen.
En una investigación a mujeres víctimas de VIP en Perú, “se identificó como factor
mantenedor de la violencia el sistema de creencias que las participantes construyeron a lo
largo de sus vidas, donde predominaban ideas erróneas sobre la relación de pareja, el amor,
La violencia intrafamiliar de pareja y su repercusión en la salud mental de las mujeres. Un estudio de caso en
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sí mismas y la violencia” (Aiquipa y Canción, 2020). De ahí que “la otra mitad de la verdad”
debe explorarse en las pautas transgeneracionales de las víctimas, sobre las cuales no se cuenta
con información proveniente de las entrevistas aplicadas para el presente estudio. Mas, sin
duda, por la revisión de la literatura teórica y material empírico de otras investigaciones
(Aiquipa y Canción, 2020; Deza, 2012; Montiel, 2018), hay suficiente evidencia al respecto:
desde la pareja que escogen muchas mujeres (y hombres), hasta las estrategias de
aceptación/resistencia a la agresión de los hombres, tienden a reproducir estos modelos y
pautas conductuales de la familia de origen.
Con los lazos de lealtad parece ocurrir otro tanto: estas mujeres suelen reproducir relaciones
que han visto en sus madres, abuelas y tías, por ejemplo. De acuerdo a esta teoría
(Boszormenyi-Nagy y Spark, 1983; Isch y Lalama, 2015) las lealtades invisibles son aquellas
que, como en un libro de cuentas, se pasan de una generación a otra para saldar estas. De
manera más clara, Mendiola (2019) indica que “las lealtades invisibles son patrones de
conducta repetitivos que vienen sucediendo desde generaciones atrás, nos obligan a pagar
deudas ajenas a costa de nuestra propia vida o salud o beneficio”.
La propuesta psicoterapéutica de Boszormenyi-Negy, justamente, apunta a visibilizar estos
patrones y relaciones transgeneracionales, para modificar las estrategias de los ancestros
frente a la VIP, en nuestro caso, y romper la cadena de su reproducción.
El factor que más incide en forma directa sobre los niveles de ansiedad de las mujeres es la
violencia física, lo cual es coherente con los supuestos teóricos de nuestro estudio. Como
variables de contexto, se encontró una significativa asociación de niveles de ansiedad
moderados y graves con el nivel instruccional (primario o bachillerato), los ingresos bajos y
el mayor número de hijos. Estos tres aspectos contextuales configuran una situación de
mayor vulnerabilidad psicológica de las mujeres víctimas de VIP, lo cual se expresa en los
mayores niveles de ansiedad observados en ellas.
Las redes de apoyo son un factor de fortalecimiento de las capacidades de las mujeres
agredidas para manejar más adecuadamente la ansiedad producida por la VIP (Belén, et al.,
2007; Fonseca-Machado, et al., 2015; Labrador, et al., 2010). La combinación de redes de
familiares y amigos se asocia con menores niveles de ansiedad. Estas redes forman un tejido
de contención psicológica que, lo postulamos como hipótesis para futuras investigaciones,
podrían incorporarse como estrategias psicosociales complementarias a las psicoterapias de
las víctimas de VIP.
Finalmente, con relación a la psicoterapia, en artículos académicos similares al presente,
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donde se ha analizado la afectación de la salud mental de las mujeres que han estado
expuestas a situaciones de VIP, autores como Viera y colaboradores (Vieyra, et al., 2009)
sostienen que las mujeres que acceden a programas de atención psicológica diseñados para
víctimas de violencia tienen menos repercusiones negativas en su salud mental. También
indican que quienes no acceden, ya sea por falta de interés, falta de soporte familiar o social,
tienen altas probabilidades de sufrir alteraciones en su salud mental.
Así mismo, los autores de este trabajo han constatado en su práctica profesional e
investigativa que las mujeres que han experimentado algún tipo de violencia, y a causa de
esta presentaron ansiedad, al asistir a tratamiento psicológico, mejoraron su calidad de vida y
lograron disminuir la dependencia emocional hacia la pareja agresora.
A pesar de que en Ecuador existen programas para atender a las víctimas de la violencia de
género, parte de las mujeres estudiadas indicaron que dejaron de asistir a la atención
psicológica por falta de recursos, o por el extenso tiempo para acceder a una consulta; quizás
esto se deba a la alta demanda de asistentes y a la escasez de psicólogos en esta área.
Sin embargo, una mayoría de estas mujeres se resisten a esta asistencia o apoyo
psicoterapéutico, por prejuicios, temores o distorsiones perceptivas del papel de psicólogos
y psiquiatras para apoyarlas. En ese marco, un tópico a abordarse, entre quienes realizan
investigaciones aplicadas sobre este tema, debería ser el análisis de las estrategias de
consejería y apoyo psicosocial que podrían incentivarlas a aceptar la necesidad de apoyo
psicoterapéutico.
Conclusiones
Este artículo expone los resultados de una investigación sobre la incidencia de la VIP en el
nivel de ansiedad de las mujeres que la sufren. Se trata de un estudio de caso, realizado con
20 madres de familia de instituciones educativas de la parroquia urbana Andrés de Vera,
ciudad de Portoviejo, provincia costera de Manabí. Las conclusiones las establecemos en
función de las preguntas complementarias de investigación (supra, “Introducción”) y
sostenemos que se cumplió con responder a las mismas, con la necesaria fundamentación
teórica y evidencia empírica.
Se construyó el perfil sociodemográfico a partir de las características de la población
estudiada, habiendo encontrado una alta vulnerabilidad psicológica y social en estas mujeres,
principalmente con relación a su nivel instruccional, estabilidad y monto de ingresos, así
La violencia intrafamiliar de pareja y su repercusión en la salud mental de las mujeres. Un estudio de caso en
Manabí, Ecuador.
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como número de hijos.
La descripción de las formas de VIP visibilizó la presencia de violencia psicológica y
económico-familiar en todos los casos, así como una alta presencia de violencia física.
El análisis de la percepción femenina sobre sus agresores nos condujo a usar los conceptos
de patrones transgeneracionales y lealtades invisibles, pues resulta claro que tanto el agresor
como la víctima manejan percepciones, conductas y elecciones que se han construido en sus
entornos e historia familiares.
Finalmente, se halló una relación directa entre el ejercicio de la VIP y altos niveles de
ansiedad de mujeres agredidas. También se encontró la asociación de las variables
contextuales identificadas antes, con la ansiedad. Los factores de contención a la violencia
son la existencia de redes de apoyo (observadas en el estudio) y el apoyo psicológico,
lamentablemente poco presente en la población estudiada.
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Contribución de los Autores:
Contribución
Lilibeth Barreto Rivero
Concepción y diseño; búsqueda bibliográfica
diseño de instrumentos metodológicos;
generación de datos; redacción y revisión del
artículo
Enrique Santos Jara
Apoyo en la concepción, el diseño y la metodología;
búsqueda bibliográfica; participación en el análisis e
interpretación de la bibliografía y datos; coredacción
y revisión final del artículo