vivienda, las deudas y la reincidencia al reingresar. Algunas investigaciones han relacionado las
visitas con mayores posibilidades de encontrar empleo (Mears et al., 2012).
Con respecto a la vida en prisión y el ajuste, las visitas a la prisión también han resultado
beneficiosas para reducir la mala conducta y la violencia en la prisión (Cochran, 2012; Tewksbury,
Connor y Denney, 2014). La regulación de la mala conducta y la violencia en las cárceles se ha
relacionado, en particular, con los programas de visitas en América Latina, donde los
administradores penitenciarios no tienen mucho más espacio, literal y figurativamente hablando,
para hacer frente a los graves e históricos déficits de infraestructura (Darke & Karam, 2016).
Sin embargo, la investigación sobre las visitas no solo se ha centrado en la cantidad sino
también en la “calidad” de dichos encuentros. Por ejemplo, los hallazgos sugieren que mientras
más visitas reducen las preocupaciones, las visitas negativas aumentan las preocupaciones sobre
el reingreso (Bales & Mears, 2008). Además, algunas investigaciones han sugerido que para
maximizar la efectividad potencial de los programas de visitas es importante considerar las
condiciones de implementación y la experiencia general tanto de los visitantes como de los
reclusos (Turanovic & Tasca, 2017). Además, algunos han descubierto que los efectos de las
visitas pueden variar según el género del recluso; el tipo de resultado considerado (qué tipo de
reincidencia se tiene en cuenta); el número de años que han pasado; o quién es el visitante (pareja
sentimental, hijos, otro familiar, amigos, etc.) (Mitchell et al., 2016; Atkin-Plunk & Armstrong,
2018).
Características del sistema penitenciario y del proceso de visitas en Chile
A pesar de que en muchas cárceles latinoamericanas existen organizaciones criminales que
en la actualidad controlan muchos recintos penitenciarios, dada la debilidad institucional
(Nuñovero, 2019), el sistema penitenciario chileno aún parece estar en mejores condiciones, donde
las fugas son mínimas, las cárceles son no se autogobierna por pandillas y el hacinamiento es
menor al que se observa en otros países de la región (Mertz, 2015).
De hecho, en comparación con los países desarrollados, las prisiones en Chile aún son
precarias. Por ejemplo, en 2018, el Instituto Nacional de Derechos Humanos publicó un informe
que habla sobre las malas condiciones en las cárceles chilenas. En este informe se señala que
alrededor del 90% de los establecimientos presentan algún grado de problemas “relacionados con
las condiciones materiales de las celdas, módulos o espacios comunes, tales como conexiones
eléctricas defectuosas o peligrosas, ventanas rotas o sin vidrios, no cuentan con muebles para
guardar efectos personales, problemas de iluminación y ventilación, humedad, filtraciones y falta
de limpieza e higiene”. (Instituto Chileno de Derechos Humanos [INDH], 2018, p.133).
Además del gran problema del hacinamiento y la superpoblación, la investigación también
ha demostrado que otras cárceles chilenas también tienen otros problemas, a saber: maltrato de
guardias a internos (Espinoza et al., 2014), violencia entre internos (Sanhueza et al., 2021), el
limitado acceso a programas de rehabilitación (Sánchez & Piñol, 2015; INDH, 2018, 2016), y