Vol. 8, Núm. 4 (54-61): Octubre- Diciembre 2023 DOI: 10.33936/cognosis.
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Revista de Ciencias de la Educación
CoGnosis
e-ISNN 2588 - 0578
ISSN 2588-0578
Teoremas sociales del desarrollo: el absurdo como categoría dialéctica
Social theorems of development: the absurd as a dialectical category
1*Manuel Villarruel-Fuentes
2*Elvira Monserrat Villarruel-López
1*Henry Yasmel Mirabal Cruz
1*Sonia Alexandra Cantos Pinargote
1Tecnológico Nacional de México/Instituto
Tecnológico de Úrsulo Galván. Veracruz,
México.
2Instituto Universitario Veracruzano.
Veracruz, México.
Autores
iD
iD
iD
iD
Enviado: 2023-07-20
Aceptado: 2023-09-04
Publicado: 2023-10-05
Como citar el artículo:
Villarruel-Fuentes, M., & Villarruel-
López, E. M. (2023). Teoremas sociales
del desarrollo: el absurdo como categoría
dialéctica. CoGnosis: Revista De Ciencias
De La Educación. ISSN 2588-0578,
8(4). https://doi.org/10.33936/cognosis.
v8i4.5945
Resumen
El desarrollo, como axioma polisémico, sirve para identicar la condición
económica propia de una región, país o comunidad socialmente
establecida, sirviendo de marco referencial para entender los procesos
civilizatorios que experimentan las sociedades actuales. Desde sus
directrices se concibe como un modelo unívoco de vivir, que dicta
patrones de pensamiento y conducta, entendidas como las formas correctas
de coexistir armónicamente, con bienestar individual y colectivo. Sin
embargo, al encontrarse coligado con la propia condición humana, con
sus expectativas de éxito y fracaso, acuñadas desde referentes éticos y
morales, es necesario realizar un acercamiento reexivo a las formas no
predichas de su ostentación. Desde esta perspectiva se realiza un análisis
epistémico y conceptual congurado desde la categoría dialéctica del
«absurdo», entendido como la paradoja de aceptar algo como cierto y
satisfactorio, sin entender cabalmente por qué, y lo que es más paradójico,
sin comprender la intencionalidad que subyace al hecho. Es necesario
considerar que cuando el ser humano acepta las condiciones de vida que
el desarrollo impone como sentido de la propia vida, se ve envuelto en un
contrasentido, hecho que arropa a la realidad en un éxtasis de bonanza que
transforma al mundo en algo indiferente y carente de signicado.
PALABRAS CLAVE: Camus; Sísifo; Civilización; El Ser; La Vida.
Abstract
Development, as a polysemic axiom, serves to identify the economic
condition of a region, country or socially established community,
serving as a referential framework to understand the civilizing processes
experienced by today’s societies. From its guidelines, it is conceived as a
univocal model of living, which dictates patterns of thought and conduct,
understood as the correct ways to coexist harmoniously, with individual
and collective well-being. However, as it is linked to the human condition
itself, with its expectations of success and failure, coined from ethical and
moral referents, it is necessary to make a reexive approach to the non-
predicted forms of its ostentation. From this perspective, an epistemic and
conceptual analysis is carried out, congured from the dialectic category
of “absurdity”, understood as the paradox of accepting something as
true and satisfactory, without fully understanding why, and what is more
paradoxical, without understanding the intentionality that underlies the
fact. It is necessary to consider that when the human being accepts the
conditions of life that development imposes as the meaning of life itself,
they become involved in a contradiction, a fact that envelops reality in an
ecstasy of prosperity that transforms the world into something indierent
and devoid of meaning.
KEYWORDS: Camus; Sisyphus; Civilization; The being,
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INTRODUCCIÓN
A la entrada del presente siglo concebir el paradigma del desarrollo como modelo civilizatorio (Recio-Andreu,
2021) es un acto sostenido en la rutinización de las ideas y la continuidad de las conductas. Sumergirse en este
nuevo laberinto signica abandonarse a sus inercias, abrazando —muchas veces sin quererlo y sin buscarlo—
las representaciones unívocas de un mundo idealizado, representado actualmente por el ser humano que vive
armónicamente en sociedad. Tálamo conceptual, pero sobre todo ideológico, que perturba las conciencias a
través de sueños de bienestar y fatuos logros de libertad. Madoery (2015) identica claramente este ideal de
logro cuando señala que el desarrollo se constituye en un imaginario colectivo conformado por aspiraciones
sociales que tienden al cambio, donde anidan un cúmulo de energías transformadoras orientadas al trabajo,
progreso, dignidad y bienestar. Promesas que el desarrollo convierte en omnipresentes, mostrándolas bajo
principios de equidad, que dejan abierta la posibilidad de que todos puedan ser partícipes de ello, sin considerar
las desigualdades sociales presentes. Aquí reside la premisa básica que lleva a presentar al desarrollo como
sustentable, con rostro humano, ocultando los atropellos y violaciones que sistemáticamente se comenten en
nombre del progreso.
Nadie quiere decirle al rey que viaja desnudo. El disenso suele verse como contrasentido y al iconoclasta
se le adjetiva como perjuro. Ante ello debe considerarse que la simple idea de pensar la condición humana
debe llevar a un análisis profundo y reexivo, que no descarta la condición singular de las personas y sus
circunstancias. La promesa de un paraíso en la tierra a través del desarrollo siempre es un atrevimiento que
debe sembrar dudas e invocar al desacato.
Pero el arquetipo del desarrollo no es producto del azar. En la sociedad toda condición es creada. Las apetencias
del desarrollo tienen una génesis fácilmente identicable: el Colonialismo como modelo de sometimiento del
ser humano sobre otros y sobre la naturaleza; el Capitalismo como modo y medio de producción, generador de
desigualdades que llevan a la extracción ilimitada de la naturaleza en calidad de recursos para producir bienes
y servicios que enriquecen a particulares; y el Positivismo impuesto como modo universal de pensamiento,
causante del epistemicidio y la colonialidad (Feo-Istúriz et al., 2020).
El desarrollo tampoco se trata de una etapa superior de vida, que antecedida por el subdesarrollo lleva a
estados elevados de existencia, respaldados por la acumulación de bienes, dirigida bajo políticas tuteladas
mediante argumentaciones económicas que subrepticiamente llaman a proponer desarrollos alternativos y no
alternativas de desarrollo (Gudynas y Acosta, 2011); dentro de la primera vía se evidencia un amplio menú
de opciones: “desarrollo humano, capacidades, desarrollo local, enfoque de derechos humanos, desarrollo
sostenible, etnodesarrollo, entre otros” (Sañudo, 2016, p. 9). Se trata de las múltiples facetas del rostro
amable del desarrollo tradicional eurocéntrico, patriarcal y antropocentrista, donde “el mito del progreso y el
crecimiento ininterrumpido e ilimitado, el gran metarrelato moderno, ha montado una máquina industrialista
productivista y publicitaria fantástica” (Alanís de la Vega, 2019, p.230).
Como alternativa existen otras vertientes dignas de explorar. Para ello es indispensable considerar que el
grado de violencia, indiferencia y oportunismo de que es capaz el ser humano (Fernández-Montesinos, 2015)
le brinda a la humanidad el sustrato perfecto para germinar el deseo y la intención por seguir sintiéndose la
especie superior en el planeta. Sentido antropogénico donde anida su vacío existencial, promovido por sus
lógicas racionales, sus visiones funcionalistas y su pragmático actuar. El ser humano ha encontrado en el
paradigma del desarrollo su alter ego, su otro yo, donde se reeja su poder transformador. Pero curiosamente
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es el mismo desarrollo quien le impone al ser humano su más potente castigo, constituyéndose en su
némesis, origen de su desarraigo por la vida, al mercantilizar todo lo que toca, con sus manos y su mente.
DESARROLLO
Otorgar un valor de uso, un costo para todas las cosas ha trastocado el sentido de la vida, la cual incluso
es vista en función de su valía. Bajo su óptica, el desarrollo etiqueta personas, produce satisfactores y
diseña escenarios univalentes de bienestar. Quien es competente vale más que otros que no lo son. Las
jerarquías marcan destinos y estigmatizan logros. El éxito es producto de un algoritmo para la vida, que
se concreta en el trabajo bajo rutinas establecidas. Los absurdos se hacen evidentes bajo el imperio de
necesidades creadas. Pensamientos que mueven intenciones, intenciones que patentizan valores, todos
agrupados bajo una ética que los explica y justica como necesarios.
Por encima de los esfuerzos por acuñar una ética que explique el desarrollo y a su vez se explique a sí
misma en sus intenciones, el modelo desarrollista se ve confrontado por las contradicciones morales que
muestra, siendo estas el eslabón más débil de su cadena. La valoración que se hace de él se condensa
principalmente en sus propósitos, en los dilemas morales que suscita, pero sobre todo, en las perturbaciones
culturales a que da lugar (Vicario, 2007; CEPAL, 2015). Desde Denis Goulet (1965, 1999) se viene
sosteniendo la necesidad de su escrutinio a la luz de los procesos de inducción y deducción aplicados a
la naturaleza de sus escisiones: sociedades del norte y del sur, desarrolladas y subdesarrolladas —más
recientemente emergentes o en desarrollo—, aculturación y transculturación (Pérez-Brignoli, 2017),
colonialismo, descolonialismo, neocolonialismo, poscolonialismo, y sus contrapartes, interculturalidad
(Estermann, 2014) e inclusión (Villarruel-Fuentes, 2012).
El espectro del desarrollo es amplio y omnipotente, al grado de materializar las ideas en disímbolas
expresiones, incluso en las emocionales, en las aspiraciones y el deseo que de ellas deriva. El desarrollo
como detonante de la acción, teje nas semánticas que nutren la comunicación mediante una enfática
narrativa, que se expresa como forma condensada de una razón, que instrumentalizada, aséptica y
amoral, sirve de salvoconducto y protección, alejándola del disenso y la intención iconoclasta del hereje,
entendido como aquel que elije.
De sus desbordamientos conceptuales pueden dar cuenta sus metarrelatos. El desarrollo se asume como
un proceso multidimensional, dinámico, sistémico y complejo, producto de la evolución y transformación
social, que tiende a generar mejores condiciones en la calidad de vida de las personas, pero que para ello
requiere de un conjunto de subsistemas de apoyo, esto es, una red de estructuras económicas, sociales,
políticas, ambientales, culturales, geográcas, las que en armónica interacción permitan concretar un
futuro deseado, donde la utopía de un equilibrio material y espiritual en el ser humano y el planeta sea
realizable (Irausquín, Colina, Moreno y Marín, 2016).
Transformar la sociedad a través de impulsar su evolución y con ello optimizar la vida mediante el
equilibrio material y espiritual de las personas, es por mucho una utopía, exacerbada cuando se arma
reconocer el futuro deseado a partir de las aspiraciones y deseos de todos; destino que se vuelve promesa
imposible de cumplir bajo los cánones propuestos por el desarrollo. A la postre, como diría Chávez-
Gutiérrez (2011), se vive actualmente una paradoja, producto de “un encontronazo entre paradigmas
contrapuestos y, a la vez, complementarios” (p. 41). Espiral conceptual donde “el desarrollo social ha
seguido la suerte de los regímenes de bienestar con las mismas características ideológicas, valores,
creencias y formas de gestión social” (p. 41)
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Regímenes de bienestar que prometen mejores condiciones de vida a través del logro de satisfactores, muchos
de ellos materiales, mirando con ello de reojo los aspectos psicológicos, cognitivos, emocionales y culturales
en que se vive. El desarrollo se vuelve así prescriptivo.
¿Qué tanto ha cambiado el concepto de desarrollo al paso del tiempo? De su origen en la década de los
años 40 del siglo pasado, centrado en la denominada «renta de los países», y bajo su jerarquización en
«desarrollados y subdesarrollados», fenómeno cuyo origen fue la clasicación hecha con base en la desigual
generación de ingresos per cápita, el eventual distanciamiento social —clases sociales— y la denominada
«dependencia industrial », su evolución como idea rectora ha sido poca. Si bien actualmente se habla de
redistribuir los ingresos y considerar diversos componentes sectoriales —políticos, económicos, sociales,
culturales, ecológicos— bajo criterios de igualdad —equidad e inclusión —, todavía se mantienen los mismos
estándares que han denido el núcleo duro del desarrollo. En este sentido se debe precisar que la premisa
de la igualdad no hace referencia únicamente a la disposición de los ingresos económicos. Asumiendo la
relevancia de esta dimensión, la CEPAL (2015) profundiza en la trascendencia de ese concepto, al destacar su
propiedad multidimensional. Para este organismo internacional la igualdad reere a la redistribución de activos
y recursos, mejorando con ello los ingresos, pero también hace hincapié en la autonomía, el reconocimiento
de los sujetos y su dignidad (todos los individuos deben reconocerse como iguales en derechos —civiles y
políticos— y en dignidad) (CEPAL, 2015).
La intención que subyace a estas tendencias desarrollistas, centradas en el bienestar de las personas, mantiene
su línea argumentativa bajo una relación predicha entre necesidades y satisfactores. La complejidad se hace
evidente cuando se aprecia que existen múltiples formas de concebir y abordar este binomio, particularmente
en su segundo eslabón. ¿Qué brinda satisfacción a una necesidad especíca? Desde la visión economicista y
funcional del desarrollo la respuesta es clara: lo que satisface los sentidos. Alimentarse adecuadamente, poseer
vivienda y vehículo propio, adquirir poder adquisitivo mediante mayores ingresos, tener solvencia crediticia,
entre otros, se erige como la piedra angular del bienestar , con la salvedad de que este es un conjunto estándar
de bienes y servicios, que se pretende provean satisfacción en todos los sentidos. Una especie de kit, es decir,
un “Conjunto de productos y utensilios sucientes para conseguir un determinado n, que se comercializan
como una unidad” (Real Academia Española, 2022). Desde aquí la proclamada sectorización pierde vigencia
y signicado. La persona tiende a ser cosicada, sesgándose en su ser y su sentir.
Pero dicho sesgo no implica indiferencia. El desarrollo es un metarrelato en sí mismo, al grado de mostrar
aparente interés en la condición humana. Para ello incorpora términos como motivación, capacidades, libertades,
necesidades axiológicas y prosperidad (como sinónimo de bienestar). Locuciones que en su abordaje teórico
y conceptual se alinean con los modelos cienticistas, en busca de otorgarles una lógica racional desde la
cual explicarlos. Por ello existe una pirámide que identica el grado de motivación (véase Maslow, 1962), un
decálogo que expone las habilidades para ser feliz (véase Nussbaum, 2012), o un ideario de libertades que
dictan cómo debe disfrutarse la vida (véase la obra de Amartya Kumar Sen [1997, 2000, 2001] sobre su teoría
de la elección social, el bienestar económico y el desarrollo humano).
El desarrollo, como premisa fundamental, busca en su propuesta de organización económica y política un
rostro humano. La paradoja es que centra sus preocupaciones sociales en aquellos fenómenos que él creó. Al
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respeto el Banco Mundial (2019) aclara que el desarrollo social se centraliza en la necesidad de posicionar
—empoderar— a las personas dentro de los procesos de desarrollo. La pobreza no solo deriva de los bajos
ingresos; se trata también de la vulnerabilidad y exclusión a la que están expuestas las personas, aunado a
la escasa transparencia de las instituciones, la nula distribución del poder y la exposición a la violencia. De
acuerdo con esta organización, el desarrollo social propicia la inclusión de los pobres y vulnerables dentro de
la sociedad, dotándolos de protagonismos, instaurando sociedades cohesivas y resilientes, condiciones que
mejoran la accesibilidad y la rendición de cuentas de las instituciones.
Primero los pobres, su seguridad, su inclusión social y su supuesto empoderamiento. La consigna sigue:
crear sociedades cohesivas y resilientes. Lo que no se dice es que se busca sean adherentes e inclusivas
a su modelo y resilientes a sus estragos. La pobreza derivada del desarrollo es un fenómeno ampliamente
estudiado, aunque en el discurso global se asegure es la solución a dicha condición de escasez y marginación
(ONU, 2018; COPADE, 2018; Curi-Chacón, 2020). Aunado a ello los sistemas productivos promovidos por el
modelo solo han producido desiertos e ignorancia (Angulo-Sánchez, 2010; Sánchez-Barreto, 2019), mientras
gestiona sus privilegios a partir de administrar sus errores.
Pero la capacidad autopoiética del desarrollo como sistema es amplia. Para sostenerse en el tiempo y el espacio
se acuñó el término sustentabilidad, como adjetivo que calica sus principales propósitos, estimándolos de
sustentables cuando sus efectos incluyen estrategias paliativas —ecodesarrollo, ecotécnicas, etc.—. Desde
estos márgenes se arma que “La sostenibilidad es un perfecto equilibrio entre lo económico, lo social y lo
ambiental. Este equilibrio se mueve a través de diferentes niveles de acción” (Castaño-Martínez, 2013, p.25).
En biología equilibrio es igual a muerte. Ningún sistema puede mantenerse en equilibrio, menos todavía
cuando incluyen tantas interacciones en su estructura. Los sosmas alimentan el modelo. Se necesita claridad
para poder observar más allá de lo evidente. Pensar en una estructura integrada por tres dimensiones es
reduccionista (social, económica y ecológica); la ausencia de la dimensión política y cultural es evidente. Se
desestima intencionalmente que la política es amplia gestora de la cultura y la cultura cuenta como política.
La sustentabilidad se asemeja más a un mito sin razón que a una utopía razonada.
El Sísifo de Camus: lo que el desarrollo representa
El mito de Sísifo en la obra losóca de Albert Camus es la introducción perfecta para recrear las serias
contradicciones expuestas en el pensamiento moderno, a la luz de las premisas de un modelo de vida que
sostiene la esperanza de un mañana idealizado, que subrepticiamente soslaya la certeza de la muerte como
antítesis de la propia vida, mediante abstracciones que trivializan la conciencia mientras elevan a la razón a un
plano superior. Jerarquías construidas sobre la base de un absurdo categórico que dicta cánones de inducción
restándole valor a la consciencia, acotándola para reducirla a su mínima expresión. El bien y el mal nunca
fueron un binomio tan laxo en sus límites como hasta ahora.
Desde esta perspectiva, Camus considera un absurdo el diferenciar entre razón y deseo como vía para encontrar
la verdad en las cosas, como si dicha verdad fuera posible. La realidad se construye así sobre abstracciones
que objetivan el universo, constituyéndose en una entidad únicamente posible bajo principios y leyes que
desbordan la propia razón. El absurdo toma tintes infaustos cuando los seres humanos se percatan de la
falsedad de su condición —adquieren conciencia— y no hacen algo para remediarlo. La verdad no siempre es
libertaria, sobre todo cuando no se asume como una conquista, sino como algo dado.
Por ello el ser humano, a pesar del discernimiento adquirido, sigue sujeto a las viejas doctrinas impuestas
por el pensamiento dominante. Al igual que Sísifo reexiona cuando recorre cuesta abajo, pero tan pronto
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llega ahí siente el deseo de rodar la piedra hacia arriba, en un acto de enajenación, fascinado por el deber
cumplido en la tarea. ¿Qué sentido tiene esto para Sísifo? ¿Es posible llamar vida a este acto rutinario de
secuencia ininterrumpida? ¿Es el placer el detonante de esta conducta? La respuesta en todos los casos es un sí
terminante. La razón se envuelve de muchas galas, ninguna tan suprema como aquella que se viste de deseo y
aspiración. De las muchas muertes posibles en la vida, la rutinización es una de las menos perceptibles.
¿Qué ata a Sísifo a esta tarea? Como a muchos otros en su condición, es el sentido que le otorga a dicha
actividad, adquirido a partir de concebir la vida desde los márgenes de su propia existencia. «La vida es así»,
arman algunos, mientras se someten con displicencia al placer circunstancial que la reiterada actividad les
proporciona. Siempre es preferible vivir así; la otra alternativa es sucumbir a la relatividad de los hechos y
confrontar la reexión transformadora.
En pleno siglo XXI la presencia de Hades y Tanatos —Dios de la guerra y la muerte respectivamente— se
ve encarnada en los modelos que recrean, para todos, el sentido utilitario de la vida, soportados por la visión
economicista que cosica la existencia, al grado de pensar en la vida útil y no en lo útil de la vida. Razón
y creencia unicadas bajo el crisol del deseo ferviente por demostrar que se es competente y que se posee
experticia en un campo del quehacer laboral, credenciales que certican la correcta alineación del ser con el
deber ser. La naturaleza anhelante y engañosa de Sísifo representa la vocación humana por lo material.
Pero Sísifo pudo a través del engaño persuadir a Tanatos para no llevarlo al inframundo, aferrándose a la vida
en libertad. Al nal, las circunstancias y el medio lo situarían en condición de sumisión, haciéndose acreedor
al máximo castigo: vivir por siempre sujeto a la ardua tarea de rodar la piedra una y otra vez. Lejos de la
mitología, el verdadero castigo no fue condenarlo a esta tarea, sino llevarlo a pensar que hacerlo serviría de
algo y le daría satisfacción, al ser aceptado como un deseo cumplido: vivir por siempre.
Esta metáfora sirve para recrear el destino heredado de quienes se ven envueltos en una vorágine de acciones
que repiten una y otra vez, en un continuo hacer que poco a poco se ha ido extendiendo actualmente, de
la juventud a la vejez, coartando la libertad de pensamiento, encasillándolo a un discurso monotemático y
totipotencial, que impone algoritmos para vivir la vida. Ante ello, el ser y la vida dejan de comulgar en lo
humano, para dar paso al quehacer como doctrina que reivindica las aspiraciones de logro y de superación,
única alternativa si se quiere ser parte de la sociedad, que generosa brinda su aval, y de una cultura que lo
justica.
CONCLUSIONES
Sobre las derivaciones hechas por Camus, se puede inferir que el ser humano se ha visto envuelto en un
absurdo absoluto cuando acepta las condiciones de vida que el desarrollo impone como sentido de la propia
vida, hecho que arropa a la realidad en un éxtasis de bienestar que transforma al mundo en algo indiferente y
carente de signicado. La realidad es una y no hay cabida para el disenso. La nueva roca está representada por
los bienes materiales que el ser humano pretende manejar, siempre cuesta arriba, asentado en un permanente
retorno teleológico: nada es suciente, todo es justicado, el esfuerzo vale la pena.
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Pero un castigo para serlo debe ser aceptado como tal. En este punto cabe preguntar si las rutinas de trabajo
basadas en la sistematización de los hechos y el deseo razonado por seguir haciéndolo son sucientes para
desarrollar conciencia sobre el entorno, mientras se construye consciencia sobre las intenciones que se ocultan
tras estos actos. Tal parece que no. El ser humano iguala la tarea de Sísifo, condenado a cargar la piedra del
desarrollo una y otra vez, investida con sus más diversas mascaradas, las cuales ocultan los propósitos y
desvelan las metas: productividad, ecacia, rendimiento, calidad, competencia, entre otras. Corinto sigue
existiendo, solo ha extendido sus fronteras, haciendo vasto su imperio. Ahora el mundo ocupa su geografía; la
gran aldea es hoy una realidad operante, nunca más imaginada.
¿Quién impondrá límites al desarrollo? Obviamente no será el ser humano quien lo haga. El desafío es mucho
y la reexión insuciente. Las asimetrías cuestan caras: el costo es la vida. La energía toma formas entrópicas
insospechadas. Nada entra al sistema, todo sale. La vorágine alimenta a la quimera. La utopía asume formas
existenciales y se alimenta de la ilusión humana. La vanidad nunca es «camino real», siempre es «vereda». La
astucia humana para burlar la muerte se iguala con la de Sísifo, pero la existencia encierra mil formas distintas
de extinguirse sin perder la vida. El dogma del desarrollo es una de ellas. Perder la vida mientras se vive es
una paradoja que reclama explicación. Otro absurdo si se observa bien.
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