
Manuel Villarruel-Fuentes, Elvira Monserrat Villarruel López
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DOI: 10.33936/cognosis.
e-ISNN 2588-0578 Vol. 8, Núm. 4 (54-61): Octubre- Diciembre 2023
Teoremas sociales del desarrollo: el absurdo como categoría dialéctica
es el mismo desarrollo quien le impone al ser humano su más potente castigo, constituyéndose en su
némesis, origen de su desarraigo por la vida, al mercantilizar todo lo que toca, con sus manos y su mente.
DESARROLLO
Otorgar un valor de uso, un costo para todas las cosas ha trastocado el sentido de la vida, la cual incluso
es vista en función de su valía. Bajo su óptica, el desarrollo etiqueta personas, produce satisfactores y
diseña escenarios univalentes de bienestar. Quien es competente vale más que otros que no lo son. Las
jerarquías marcan destinos y estigmatizan logros. El éxito es producto de un algoritmo para la vida, que
se concreta en el trabajo bajo rutinas establecidas. Los absurdos se hacen evidentes bajo el imperio de
necesidades creadas. Pensamientos que mueven intenciones, intenciones que patentizan valores, todos
agrupados bajo una ética que los explica y justica como necesarios.
Por encima de los esfuerzos por acuñar una ética que explique el desarrollo y a su vez se explique a sí
misma en sus intenciones, el modelo desarrollista se ve confrontado por las contradicciones morales que
muestra, siendo estas el eslabón más débil de su cadena. La valoración que se hace de él se condensa
principalmente en sus propósitos, en los dilemas morales que suscita, pero sobre todo, en las perturbaciones
culturales a que da lugar (Vicario, 2007; CEPAL, 2015). Desde Denis Goulet (1965, 1999) se viene
sosteniendo la necesidad de su escrutinio a la luz de los procesos de inducción y deducción aplicados a
la naturaleza de sus escisiones: sociedades del norte y del sur, desarrolladas y subdesarrolladas —más
recientemente emergentes o en desarrollo—, aculturación y transculturación (Pérez-Brignoli, 2017),
colonialismo, descolonialismo, neocolonialismo, poscolonialismo, y sus contrapartes, interculturalidad
(Estermann, 2014) e inclusión (Villarruel-Fuentes, 2012).
El espectro del desarrollo es amplio y omnipotente, al grado de materializar las ideas en disímbolas
expresiones, incluso en las emocionales, en las aspiraciones y el deseo que de ellas deriva. El desarrollo
como detonante de la acción, teje nas semánticas que nutren la comunicación mediante una enfática
narrativa, que se expresa como forma condensada de una razón, que instrumentalizada, aséptica y
amoral, sirve de salvoconducto y protección, alejándola del disenso y la intención iconoclasta del hereje,
entendido como aquel que elije.
De sus desbordamientos conceptuales pueden dar cuenta sus metarrelatos. El desarrollo se asume como
un proceso multidimensional, dinámico, sistémico y complejo, producto de la evolución y transformación
social, que tiende a generar mejores condiciones en la calidad de vida de las personas, pero que para ello
requiere de un conjunto de subsistemas de apoyo, esto es, una red de estructuras económicas, sociales,
políticas, ambientales, culturales, geográcas, las que en armónica interacción permitan concretar un
futuro deseado, donde la utopía de un equilibrio material y espiritual en el ser humano y el planeta sea
realizable (Irausquín, Colina, Moreno y Marín, 2016).
Transformar la sociedad a través de impulsar su evolución y con ello optimizar la vida mediante el
equilibrio material y espiritual de las personas, es por mucho una utopía, exacerbada cuando se arma
reconocer el futuro deseado a partir de las aspiraciones y deseos de todos; destino que se vuelve promesa
imposible de cumplir bajo los cánones propuestos por el desarrollo. A la postre, como diría Chávez-
Gutiérrez (2011), se vive actualmente una paradoja, producto de “un encontronazo entre paradigmas
contrapuestos y, a la vez, complementarios” (p. 41). Espiral conceptual donde “el desarrollo social ha
seguido la suerte de los regímenes de bienestar con las mismas características ideológicas, valores,
creencias y formas de gestión social” (p. 41)
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