
Tany Giselle Fernández Guayana
3
DOI: 10.33936/cognosis.
e-ISNN 2588-0578 Vol. 9, Núm. 1 (27-35): Enero - Marzo 2024
Para transformar hay que transformarse primero: la toma de riesgos en educación
Javier Herrera: La primera experiencia que se me viene la cabeza es la siguiente: mi primera vez siendo
profesor en un colegio público de Bogotá. Eso fue en el año 2005, es decir, hace 18 años a la fecha y en un
contexto muy diferente al actual. Llegué allí después de haber nalizado mi contrato con la institución privada
donde trabajé por cinco años. Recuerdo bien que este colegio lo manejaba una fundación por concesión .
Me asignaron como director de curso del grado 3° de primaria. Reconozco que para mí fue un cambio brusco
porque llegué a un ambiente donde había 45 estudiantes cuando antes tenía a mi cargo 20. También, pude
darme cuenta del desorden en que se encontraba el aula. Cuando llegué apenas vi mi aula de relón y era un
total desastre: los chicos corrían por todas partes y había algunas mesas y sillas en el piso. No pude detenerme
en ello, porque como llegué al medio día, tuve que asumir el refrigerio de los estudiantes. Por si fuera poco,
también fue un desorden: vi frutas volar de un lado a otro y de repente, noté que un estudiante me lanzó una
granadilla a la cara, pero alcancé a esquivarla porque la giré hacia el lado contrario, así que la granadilla quedó
totalmente aplastada en el tablero.
Ante tal situación, de inmediato les dije a los estudiantes: “¡No, así no hay comida!” y los chicos salieron
despavoridos a contarle a la trabajadora social y al rector. Se quejaron armando que yo les estaba quitando el
derecho a su refrigerio . Cuando llegó el rector de inmediato manifestó que mi actitud era agresiva. Así que sin
escatimar nada le exclamé: “Si usted me desautoriza ante los estudiantes ahora mismo, yo me voy ya de aquí,
además ¿me habla de agresión? Si un estudiante me ha tirado una granadilla al rostro -la verdad es que yo vi
quién fue el estudiante que lo hizo, pero no dije nada en el momento-.
Luego del refrigerio, nos dirigimos al salón de clase . Lo primero que me aturdió, además del desorden, fueron
las 45 carpetas para el proyecto de aula todas incompletas y desorganizadas, con hojas por fuera, papeles de
todos los colores y mezcladas. El desorden se respiraba por todas partes. Yo ni corto ni perezoso, empecé a
hacer los mismo que ellos: lancé los materiales que había en el salón y las carpetas al piso y puse el salón
“patas arriba”. Nuevamente los estudiantes salieron corriendo donde el rector con la nueva de que yo estaba
loco. Cuando llegó el rector me miró y me dijo que cómo les va a hacer eso. Yo solo le dije: “pues a ellos les
gusta vivir en el desorden, pues vamos a vivir todos en el desorden”. El salón quedó vuelto nada ese día. Ese
fue mi primer día de trabajo.
La cuestión aquí es que tanto el rector como la trabajadora social, ya me estaban poniendo problema hasta que
les dejé claro que si me seguían desautorizando ante los estudiantes renunciaba, porque a la larga sabía que
otros dos profesores renunciaron antes de mi para el mismo cargo y curso. Tuve conocimiento de que nadie
duraba más de una semana con ese grado tercero. Así que se quedaron callados y ya puertas adentro de mi
salón de clase empecé con lo mío: “bueno, ustedes se van a encargar de organizar todo esto y hasta que no se
organice, no vamos a empezar a hacer nada”. Obviamente, se demoraron toda la jornada organizando el aula,
el mobiliario y los materiales. Al otro día, llegué y el salón estaba muy ordenado, así que comencé mi jornada,
pero eso sí, a penas los estudiantes empezaban a salirse de control, yo me acercaba al estante de las carpetas y
los materiales como para tumbarlo todo y ahí se calmaban.
Ahora bien, resulta que no había podido iniciar clases de manera formal por lo mencionado anteriormente, y
cada vez que quería iniciar, ya era medio día y tocaba repartir los refrigerios. Yo venía de un colegio privado
donde la exigencia académica era diferente y al ver las dinámicas de estos niños me planteé la posibilidad
29