Vol. 9, Núm. 1 (27-35): Enero - Marzo 2024 DOI: 10.33936/cognosis.
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Revista de Ciencias de la Educación
CoGnosis
e-ISNN 2588 - 0578
ISSN 2588-0578
Para transformar hay que transformarse primero:
la toma de riesgos en educación
To transform you must rst transform: risk taking in education
1Tany Giselle Fernández Guayana
1Corporación Universitaria Minuto de Dios
Autores
iD
Enviado: 2023-10-26
Aceptado: 2023-12-19
Publicado: 2024-01-06
Como citar el artículo:
Fernández Guayana, T. G. (2024). Para
transformar hay que transformarse primero:
la toma de riesgos en educación. Revista
Cognosis, 9(1). https://doi.org/10.33936/
cognosis.v9i1.6197
Resumen
El ejercicio de la docencia hoy nos reclama ir más allá de las formas
convencionales de la educación. No sólo se debe atender a los requisitos
académicos y laborales que nos son exigidos, sino que también debemos
responder a un ejercicio pasional: padecer con el otro. Ese dejarse tocar por la
epifanía del rostro de los estudiantes bien nos lo ilustra Javier Herrera Cardozo
Doctor en Educación, pero ante todo maestro. Con 35 años de experiencia en
el campo educativo abarcando desde la educación básica hasta la educación
superior, este profesor nos comparte algunas experiencias vividas de su
tránsito como maestro que nos hacen reexionar sobre la identidad docente.
Durante la entrevista, nos podemos contagiar de narraciones colmadas de
sentido, afectividad, pasión y responsabilidad, y a su vez, de una gran calidad
literaria. Estas anécdotas abordadas desde un enfoque epistemológico nos
invitan a la pedagogía desde otros lenguajes, a encontrar la voz propia y a
acoger la fragilidad del otro.
PALABRAS CLAVE: Educación; Responsabilidad; Docente apoyo;
Vínculo; Identidad.
Abstract
The teaching job today calls us to go beyond the conventional forms of
education. Not only must we meet the academic and work requirements
that are demanded of us, but we must also respond to a passionate exercise:
suering with the other. That letting himself be touched by the epiphany
of the students’ faces is well illustrated by Javier Herrera Cardozo, PhD of
Education, but teacher. With 35 years of experience in the educational eld,
ranging from basic education to higher education, this teacher shares with
us some experiences of his journey as a teacher that make us reect on the
teaching identity. During the interview, we can be infected with narratives full
of meaning, aectivity, passion, and responsibility, and in turn, of great literary
quality. These anecdotes approached from an epistemological approach invite
us to pedagogy from other languages, to nd our own voice and to accept the
other fragility.
Keywords: Education; Responsibility; Teacher support; Bond; Identity
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INTRODUCCIÓN
La educación puede ser una de las profesiones que más responsabilidad conlleva hasta el punto de que una
palabra, un gesto o una mirada pueden dejar marcas indenidas. De hecho, guardamos en el recuerdo las
palabras, las acciones y actitudes que nos generaron alegría o, por el contrario, las que nos hirieron o nos
minimizaron y que lamentablemente, provenían de nuestros profesores (Fernández y Orrego, 2020).
Tanta es la inuencia de un maestro que éste deja huellas imborrables. Los docentes somos más que enseñantes.
Nos convertimos en el oído que escucha, el brazo que abraza, la boca que dice “te quiero” (Fernández, 2019).
Los maestros nos transformamos entonces en mirada: una mirada que acoge al otro (estudiante), una mirada
que en su reejo recuerda que el Otro existe y que el mundo no sería el mismo sin éste (Skliar, 2008). Ejemplo
de ello son las anécdotas del maestro Javier Herrera Cardozo, quien nos demuestra que educar no se limita
al ejercicio academicista, porque jamás se olvida que los estudiantes frente a nuestros ojos nos están dejando
el legado de su testimonio como rostro (Bárcena y Mèlich, 2014). En ese orden de ideas, esta entrevista
profundiza de manera fenomenológica el sentido de la profesión de educar destacando la dadivosidad y la
entrega que son inherentes a esta labor y que, de no asumirla, nos estaríamos negando a nosotros mismos como
educadores.
Sobre el entrevistado Javier Herrera Cardoso es nacido en Neiva-Huila, Colombia. Es maestro, investigador,
experto en escritura académica y cientíca. Doctor en Educación de la Universidad de Baja California,
México. Magíster en Educación del Tecnológico de Monterrey, México. Especialista en Lectura y Escritura de
la Universidad de San Buenaventura, Colombia y Licenciado en Educación Básica de la Universidad de Santo
Tomas, Colombia. Desde al año 1988 se ha desempeñado como profesor en los niveles de preescolar, director
de curso en 3°, 4° y 5° de básica primaria, profesor de secundaria, profesor de educación para adultos y profesor
universitario. Ha sido coordinador de básica primaria. Recibió mención de honor del Premio Compartir al
Maestro en el año 2005. Ha publicado dos libros sobre educación, ponencias, capítulos de libros y artículos de
investigación. Actualmente, es el editor de la Revista Neuronum. También, se desempeña como profesor de
la Universidad de La Sabana en las asignaturas Competencias Idiomáticas Básicas en pregrado y proyecto de
grado en la Maestría en Lingüística Panhispánica. Es par académico de revistas nacionales e internacionales.
DESARROLLO
Tany Fernández: Estimado Javier, gracias por aceptar esta entrevista. Iniciemos hablando sobre alguna
experiencia que haya tenido, donde algún estudiante lo desestabilizó tanto que generó una transformación en
usted.
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Tany Giselle Fernández Guayana
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Para transformar hay que transformarse primero: la toma de riesgos en educación
Javier Herrera: La primera experiencia que se me viene la cabeza es la siguiente: mi primera vez siendo
profesor en un colegio público de Bogotá. Eso fue en el año 2005, es decir, hace 18 años a la fecha y en un
contexto muy diferente al actual. Llegué allí después de haber nalizado mi contrato con la institución privada
donde trabajé por cinco años. Recuerdo bien que este colegio lo manejaba una fundación por concesión .
Me asignaron como director de curso del grado 3° de primaria. Reconozco que para mí fue un cambio brusco
porque llegué a un ambiente donde había 45 estudiantes cuando antes tenía a mi cargo 20. También, pude
darme cuenta del desorden en que se encontraba el aula. Cuando llegué apenas vi mi aula de relón y era un
total desastre: los chicos corrían por todas partes y había algunas mesas y sillas en el piso. No pude detenerme
en ello, porque como llegué al medio día, tuve que asumir el refrigerio de los estudiantes. Por si fuera poco,
también fue un desorden: vi frutas volar de un lado a otro y de repente, noté que un estudiante me lanzó una
granadilla a la cara, pero alcancé a esquivarla porque la giré hacia el lado contrario, así que la granadilla quedó
totalmente aplastada en el tablero.
Ante tal situación, de inmediato les dije a los estudiantes: “¡No, así no hay comida!” y los chicos salieron
despavoridos a contarle a la trabajadora social y al rector. Se quejaron armando que yo les estaba quitando el
derecho a su refrigerio . Cuando llegó el rector de inmediato manifestó que mi actitud era agresiva. Así que sin
escatimar nada le exclamé: “Si usted me desautoriza ante los estudiantes ahora mismo, yo me voy ya de aquí,
además ¿me habla de agresión? Si un estudiante me ha tirado una granadilla al rostro -la verdad es que yo vi
quién fue el estudiante que lo hizo, pero no dije nada en el momento-.
Luego del refrigerio, nos dirigimos al salón de clase . Lo primero que me aturdió, además del desorden, fueron
las 45 carpetas para el proyecto de aula todas incompletas y desorganizadas, con hojas por fuera, papeles de
todos los colores y mezcladas. El desorden se respiraba por todas partes. Yo ni corto ni perezoso, empecé a
hacer los mismo que ellos: lancé los materiales que había en el salón y las carpetas al piso y puse el salón
“patas arriba”. Nuevamente los estudiantes salieron corriendo donde el rector con la nueva de que yo estaba
loco. Cuando llegó el rector me miró y me dijo que cómo les va a hacer eso. Yo solo le dije: “pues a ellos les
gusta vivir en el desorden, pues vamos a vivir todos en el desorden”. El salón quedó vuelto nada ese día. Ese
fue mi primer día de trabajo.
La cuestión aquí es que tanto el rector como la trabajadora social, ya me estaban poniendo problema hasta que
les dejé claro que si me seguían desautorizando ante los estudiantes renunciaba, porque a la larga sabía que
otros dos profesores renunciaron antes de mi para el mismo cargo y curso. Tuve conocimiento de que nadie
duraba más de una semana con ese grado tercero. Así que se quedaron callados y ya puertas adentro de mi
salón de clase empecé con lo mío: “bueno, ustedes se van a encargar de organizar todo esto y hasta que no se
organice, no vamos a empezar a hacer nada”. Obviamente, se demoraron toda la jornada organizando el aula,
el mobiliario y los materiales. Al otro día, llegué y el salón estaba muy ordenado, así que comencé mi jornada,
pero eso sí, a penas los estudiantes empezaban a salirse de control, yo me acercaba al estante de las carpetas y
los materiales como para tumbarlo todo y ahí se calmaban.
Ahora bien, resulta que no había podido iniciar clases de manera formal por lo mencionado anteriormente, y
cada vez que quería iniciar, ya era medio día y tocaba repartir los refrigerios. Yo venía de un colegio privado
donde la exigencia académica era diferente y al ver las dinámicas de estos niños me planteé la posibilidad
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de trabajar desde cero. Me reero a empezar con los hábitos y a responsabilizarlos en su aprendizaje. Lo que
sucede es que cuando empezábamos una actividad se demoraban muchísimo y solo esperaban la hora del
refrigerio. Así que me tocó acudir al conductismo, que no es del todo malo. Entonces antes de dar el refrigerio
miraba a cada uno y le decía: ¿usted qué ha hecho, nada?, pues entonces no le doy refrigerio. Lamentablemente,
me tocó acudir a estas tácticas porque los estudiantes presentaban muchas falencias. Considero que nada en
la vida es gratis y nada se gana sin esfuerzo. Así duré varias semanas, incluyendo requisición en las maletas
y vestuario por navajas, cuchillos o demás elementos cortopunzantes que algunos estudiantes llevaban a la
clase. Conviene aclarar que, a pesar de ser estudiantes de grado tercero tenían entre 10 y 11 años.
Paralelo a esta anécdota, en ese curso había un chico que se la pasaba molestando. Recuerdo que un día llevó
un balón al colegio, mientras estábamos en clase y para que no interrumpiera las actividades le dije: “venga yo
se lo cuido mientras salen al refrigerio” y de repente me dio un puño en la cara, el cual lo sentí con intensidad
y con un hormigueo, hasta que se me inamó el pómulo. Veía a ese estudiante bien pequeño por el golpe y
también por la rabia que sentí, pero en mis adentro me decía: “¿con este chino yo me voy a meter? Así que le
respondí: “Usted no sabe que cuando a un hombre le pegan en la cara uno reacciona?, y me responde: “¿Qué,
no le gustó o qué?” e inmediatamente, se dispuso en posición de pelea. Tuve que dejar las cosas así.
Mientras los demás niños de tercero empezaban a regularse, resonaba siempre en mí este chico en particular.
No mejoraba nada y tampoco hacía nada. Yo notaba que él tenía aptitudes para el arte, pero empezaba una cosa
y se agotaba muy rápido. Entonces, se paraba de su sitio y empezaba peleas con sus compañeros. De hecho,
andaba agarrado con todos.
Por otra parte, con los demás del grupo observé un atraso monumental. Eran niños de tercero, pero para entonces
no sabían escribir ni siquiera su nombre. Así que tuve que empezar desde cero nuevamente a enseñarles a
escribir. Como dicen por ahí con “bolita palo, bolita palo y otros ejercicios de grafomotricidad”. Utilicé con
ellos los cuadernos para hacer planas a partir de sus nombres. Imagínese que todos días salía para la sala de
profesores con los 45 cuadernos a escribirles una plana de escritura para cada uno. Me acuerdo de que en esos
días mis compañeros de trabajo exclamaban: “¿Usted para que se mata por ellos? No vale la pena”. “¡No!
Ellos tienen que aprender a leer y a escribir de alguna manera, aunque sea su nombre”, les respondí.
Tany Fernández: Interesante historia, allí ¿Cómo antepuso a sus estudiantes antes que usted?
Javier Herrera: He de mencionar que desde que entré a este colegio, mi intención fue que los estudiantes
progresaran así yo tuviera que hacer sacricios y arriesgarme. Algo particular que sucedió con esta anécdota,
es que yo no le hice caso al rector a pesar de que en varias ocasiones me llamó la atención cuando hacía
actividades que para él no eran académicas. Eso era lo de menos, lo realmente importante para mí eran
los muchachos que tenía, porque yo sabía que con ellos se podía hacer un cambio. Considero que en esa
institución dejé un precedente, debido a que me rebelé en varias ocasiones para hacer las cosas diferentes:
organizaba turnos para que salieran a lavarse las manos y la cara, hacíamos experimentos para separar la sal
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Para transformar hay que transformarse primero: la toma de riesgos en educación
del agua, medíamos las baldosas del salón, salían a dibujar los árboles del colegio, cantaban y escuchaban
música clásica, todos los días leían y les tomaba la velocidad lectora y hasta les enseñé a bailar vallenato y
salsa.
De hecho, recuerdo que hubo un momento que a los estudiantes más difíciles empecé a dejarles encargos
como repartir el refrigerio. Lo curioso es que se volvieron más estrictos que yo. Un día les dije: “Ojo, el que
se cole en la la o no se coma su comida completa, no le da postre”. Y desde entonces entre ellos empezaron
a autorregularse, especialmente, porque los monitores se quedaban con el postre o los postres de quienes no
seguían las reglas. Eso sí, rotaba a los monitores para que todos tuvieran la oportunidad de ejercer el rol de líder.
Con el tiempo logré que el curso se manejara por sí solo en el refrigerio, es decir que ellos autónomamente se
servían, comían todo y dejaban el resto en su lugar. Como verá, el curso estaba mejorando, pero el estudiante
del que le hablo, no. Siempre lo vi rígido y de a poco logró escribir su nombre, pero seguía haciendo de las
suyas.
Tany Fernández: Javier, con este pupilo en particular ¿Qué preocupación le generó?
Javier Herrera: Este estudiante se la pasaba peleando. Los demás estaban avanzando, menos él, así que me
cuestionaba ¿cómo hago yo para llegarle, para que no deje la escuela y no ingrese a una de las pandillas del
barrio? Él me preocupaba, porque de todos, era el único que no rendía, no cambiaba y seguía con su misma
actitud retadora y pendenciera. Yo quería que él mejorara. Así que tuve que revisar estrategias diferentes. Para
que aprendiera a escribir lo motivé por el lado del amor porque era coqueto. Resulta que la chica a quien le
escribía me mostraba las cartas, las cuales, aparte de hablar cosas cursis, estaba plagada de errores. Así que
me acerqué a él y le dije: “usted cómo le va a escribir esto a la chica que le gusta, así no va a conseguir nada”.
Por si fuera poco, tuve también que ponerme en la tarea de revisar el aseo personal. Este estudiante tampoco se
bañaba y así iba a espantar a esa compañera que le gustaba. Los demás compañeros se alejaban de él no solo
por su agresividad, sino también porque olía feo. Así que tuve que hacer rondas y devolver a los estudiantes
a sus casas para que se bañaran. Nadie entraba al salón si no llegaba limpio. Yo me sentía como la mamá, el
papá y hasta el revisor scal de todos, pero no me molestaba. Con el tiempo, ellos fueron acercándose a mí y
descubrí que la mayoría de mis estudiantes no tenían gura paterna, por lo tanto, sus madres eran la cabeza
del hogar.
Entonces cité a reunión de padres para hablar del tema. Sus características fueron notorias a la vista, eran
padres humildes que no tenían mayores recursos y de estratos 0 y 1 , pero comprendieron mi postura. Se
les indicó la importancia de llegar al aula limpios y arreglados, pero también en mantener las prácticas del
aseo durante la jornada escolar. Así que les propuse unirnos para comprar un galón de jabón de manos para
mantener el aseo entre todos. Eso permitía que los niños se lavaran las manos y el rostro. Luego pudimos
comprar dispensadores y servilletas. Nuestro salón se convirtió luego en el aula “caché” de la institución.
Por mi parte, tuve que agregar otros elementos como betún porque el estudiante del que le hablo, ni por más
conversaciones, pudo mejorar su aspecto, así que fui yo quien comenzó a embolarle los zapatos y a arreglarlo.
Tany Fernández: Me intriga saber ¿por qué hacía eso si no le correspondía en su labor como maestro?
Javier Herrera: Yo hacía todo eso, primero porque considero que con la educación se puede cambiar. Es que
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yo crecí como ellos, con sus mismas condiciones y si no hubiera sido por la educación no estaría aquí. Si yo
pude, ¿por qué ellos no?, si esos muchachos se educan bien, pueden salir del ambiente donde se encuentra
y buscar otros rumbos con nuevos horizontes. Mi intención con la educación, en este caso particular, era
salir de donde se encontraban, no terminar condenándolos a que sean más pobres. Yo les compartía a ellos
sobre y les indicaba que el hecho de ser pobre no signica que debían andar sucios o ser desordenados,
tampoco signicaba inútil o sin capacidades de aprender. Creo que eso fue indispensable para que ellos fueran
cambiando.
Sobre el chico complicado, pude notar que era el más resistente al cambio. Así que llamé a la mamá y le
pregunté qué pasaba. En la reunión ella confesó que su hijo mayor pertenecía a una pandilla y que su hijo
menor (mi estudiante) estaba siguiendo sus pasos por ser la imagen que seguir. Así que volví a convocar a una
reunión con el hermano mayor y la mamá para hacerles una propuesta. Les dije entonces: “¿Ustedes le han
celebrado alguna vez el cumpleaños a R ?, respondieron que nunca. Entonces les propuse realizar una esta de
cumpleaños con el curso de 3°. Yo asumí la responsabilidad de los permisos para realizarlo, porque el rector
no me daba el aval, así que tuve que escalar el tema a otras instancias. Por su parte, la mamá de R conseguía
el pastel, la bebida, en este caso la gaseosa y la decoración.
Se me ocurrió acudir a esta actividad porque pude notar que a R le hacía falta cariño. Pensé que todo esto
podría ser ganancia para él, para que exibilizara y se dejara formar. De manera que en secreto preparé a sus
compañeros para que le hicieran tarjetas y llevaran regalos. Llegó el día de la esta y con plena conciencia
solicité que R llegara tarde. Preparamos el salón con la decoración, el pastel y la música. Cuando por n entra
todos gritamos “¡Feliz cumpleaños!”. No se me olvida la expresión en el rostro de R…. se puso a llorar. Y
lo primero que hizo fue correr a abrazarme [Javier solloza]… y yo le correspondí con otro abrazo. Luego,
pasaron los compañeros a entregarle los regalos y las tarjetas. Yo creo que fue la primera esta donde el curso
vivió el compañerismo y aprendieron a convivir en grupo. De ahí en adelante se celebraron los cumpleaños
de otros estudiantes en el salón.
Pues bien, parece que mi estrategia resultó. En efecto, celebrarle el cumpleaños a R fue el motor para que
cambiara y nalizara su año escolar bien. Este estudiante no sólo mejoró su rendimiento académico, sino que
cambió conmigo, estaba más cerca de mí. Su rebeldía continuaba, pero se dejaba orientar.
Tany Fernández: Me ha contagiado las lágrimas Javier, observo que usted tuvo un impacto muy grande en la
vida de ese estudiante ¿Siguió entonces en contacto con él?
Javier Herrera: Como no continuaba con el curso en el siguiente año, la mamá de R D me pidió ser el padrino
de su primera comunión. Acepté. Desde entonces yo estuve pendiente de él más allá de lo escolar, le abrí una
cuenta en la cafetería del colegio para que pudiera pedir lo que quisiera en el recreo, también lo acompañé
cuando su mamá murió a causa de un accidente de tránsito. ¿Sabe qué es lo curioso?, días antes de su muerte
ella vino a hablar conmigo y me expresó las siguientes palabras: “ay profe, yo le encargo a mi hijo”. Y vea lo
que pasó. Por suerte, en el entierro de la señora apareció el hermano mayor -de quién no volví a saber anda- y
su padre. Así que en la conversación que tuvimos se decidió que el padre iba a hacerse cargo de R.
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Para transformar hay que transformarse primero: la toma de riesgos en educación
Eso fue primordial para él porque el papá tenía mejores condiciones de vida, vivía en un barrio mejor donde
el ambiente era agradable, de hecho, lo cambiaron de colegio. Yo seguí en contacto de R. Lo llamaba en sus
cumpleaños y lo invitaba en compañía de mi hijo para comprarle ropa u otras cosas que necesitara. La última
vez que hablamos supe que terminó el bachillerato y que se iba a prestar el servicio militar. De esta experiencia
algo que me brinda felicidad es su cambio hasta el punto de llamarme “padrino”. Lo consideré como un hijo, y
los gastos que yo hacía eran con cariño y desprendimiento. No volví a saber más de él, pero sé que debe estar
bien y es un ciudadano de bien con una vida normal.
Tany Fernández: Muy bella historia, ya debe ser todo un hombre. Ahora bien, me causa curiosidad cómo le
afectó ese encuentro a nivel personal y profesional a usted.
Javier Herrera: Yo aprendí varias cosas. Entre esas que uno no debe juzgar a nadie porque uno no sabe en
quién se convertirá a futuro. A veces como maestros terminamos etiquetando a los demás lastrando su futuro.
La verdad es que yo considero que todos los niños y jóvenes tienen la oportunidad progresar. Eso signica
que, con educación, si hay cambio. No me arrepiento de haber hecho todo lo que hice a pesar de ir en contra
de los dictámenes del Rector. La verdad, es que lo que me daba tranquilidad era saber que no arruiné una
vida. Tuve grupos de estudiantes muy grandes, no pude llegar a todos, pero si a uno, y ese uno podía llegar a
muchos otros. Por lo menos con la dedicación a ese uno, ya evito que fuese un chico de calle, un atracador, un
pandillero o quién sabe qué más. Los docentes no debemos solo dedicarnos a los buenos estudiantes. Nuestra
labor primordial está en la dedicación a los difíciles, los buenos caminan solos. Esa es la responsabilidad del
profesor, porque el que está mal termina siempre solo y no puede ser así.
Otra cosa que me dejó esta experiencia fue la siguiente: yo sabía que estaba en juego mi salario y permanencia
en la institución cuando me rebelaba ante el Rector, también cuando dejaba el gasto libre en la cafetería
para R. Pero con el tiempo me desprendí de ello. R nunca abusó pidiendo más de lo necesario en el recreo,
por el contrario, me preguntaba si estaba bien lo que él seleccionaba. A mí no me preocupaba el gasto de ir
a comprarle ropa porque en ese entonces su mamá no tenía la posibilidad. Con el tiempo aprendí también a
verlo como una persona que necesitaba apoyo, solté prejuicios y asumí un rol de cuidador. Yo no era su padre,
pero nuestra relación docente apoyo-estudiante permitió que él progresara. Era un riesgo, pero me arriesgué.
También considero que la entrega fue indispensable para lograr los cambios. Me reero a que entregué mi
paciencia, porque hubo ocasiones donde no solo la indisciplina era el problema, sino que también recibí golpes
y amenazas. Puse mi fuerza de voluntad y compromiso para motivarme cada día a querer hacer las cosas bien,
así eso implicara sacricios extras de tiempo laboral, emocionales, económicos y relacionales laborales de
mi parte. Entregué la escucha para dejar de juzgar y profundizar qué pasa con los estudiantes, luego de eso
si se establece el plan de acción pedagógico. Algo importante aquí fue comprender el “espacio vital” porque
los estudiantes de estas condiciones se sienten invadidos en sus formas de ser y estar, así que uno debe saber
acercarse a ellos.
Finalmente, aprendí a dejar de utilizar un solo estilo académico. Para las experiencias compartidas, tuve que
retornar a prácticas de preescolar con estudiantes de 3° grado. Trabajé planas y en los hábitos de higiene,
porque si ellos no aprendían lo básico, iba a ser muy difícil que avanzaran en lo personal y escolar. También,
tuve que utilizar estrategias conductistas para que trabajaran bien y terminaran las actividades, como el uso
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del cronómetro, premios y correcciones. A veces uno piensa que la educación es sólo lo académico y resulta
que en ocasiones hay que ir por otra ruta. Eso sí, fue indispensable quitarles el estigma de que por ser pobres
no podían ser inteligentes o que por ser pobres tenían que ser sucios. Todos tenemos el mismo cerebro para
aprender: No hay cerebros para ricos, ni cerebros para pobres.
Tany Fernández: Qué bonito es esto que nos comparte. Es triste pensar que no todos los docentes se dejan tocar
por sus propios educandos para transformar sus realidades, mucho menos para transformase así mismos. De lo
que se pierden ¿cierto? Gracias Javier por permitirnos conocer sobre su labor como maestro.
Javier Herrera: Ha sido un placer. Sus preguntas despertaron memorias y emociones olvidadas que hoy me
recuerdan lo maravilloso que es ser maestro. A usted muchas gracias
CONCLUSIONES
Sin lugar a duda, la educación posibilita un constante cambio. Las anécdotas de Javier Herrera demuestran
que en medio de la relación de un yo y un tú, son dos quienes salen distintos, cambiados, transformados. Es
por esa razón que en la responsabilidad educativa surge una respuesta ética ante el Otro porque se hace una
ruptura de los prejuicios que limitan y ocultan al Otro, a n de cambiarse a sí mismo (Lévinas, 2014). De esta
manera, Javier logra arriesgarse a n de lograr su mejor versión.
Transformarse para el Otro requiere entonces de una total sensibilización por dejar los estigmas que alejan al
Otro del encuentro educativo (Ochoa et al, 2023). El maestro Herrera revela la fragilidad de sus estudiantes
que han sido opacadas a causa de las circunstancias de las cuales no son culpables. Revelar signica para él
acoger la humanidad desde su más desnuda presentación reconociendo que en el proceso se pueden cometer
equivocaciones, pero se está dispuesto al aprendizaje para corregir.
Estas dos experiencias, también demuestran el genuino interés por cambiar. Una vez se dejan de lado los
prejuicios que invisibilizan a los estudiantes de 3° grado y a R surge en Javier las ganas de cambiar, tanto a
nivel profesional como el personal. De esta forma, surge la exibilidad: para cambiar de actitud frente a la
forma como se maniesta el estudiante; para cambiar las formas pedagógicas preestablecidas adecuándolas a
las particularidades del Otro y a las circunstancias reales del contexto.
Ahora bien, en la medida que Javier se encuentra dispuesto al cambio, es capaz de actuar sin medida, es capaz
de tomar decisiones contundentes, es capaz de agotar los recursos y, es capaz de hacer todo lo que está a su
alcance por la formación e integridad de sus estudiantes. Para el maestro Javier Herrera, transformarse para el
Otro implica la vivencia de un riesgo, es decir un arriesgo para el Otro. Gracias a ello se atreve a hacer cosas
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Para transformar hay que transformarse primero: la toma de riesgos en educación
que jamás pensaba con tal de dar una respuesta a la demanda del rostro del Otro (Larrosa, 2010). Lo que menos
importaba era contar con la aprobación de los demás agentes educativos, porque a larga para transformar y
transformarse hay que apostar así no se tengan garantizados los resultados.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Bárcena, F. y Mèlich J.C. (2014). La educación como acontecimiento ético. Natalidad, narración y hospitalidad.
Miño y Dávila.
Fernández, T.G. (2019). La docencia universitaria una experiencia del encuentro. Vitam Revista de Investigación
en Humanidades Año V (3), pp.27-44 https://revistavitam.mx/index.php/vitam/article/view/31
Fernández, T.G. y Orrego, J.F. (2020). Aproximación a los sentidos que los profesores le otorgan a su
responsabilidad educativa. En Revolución en la Formación y Capacitación para el Siglo XXI (3ª ed). Vol. I
Editorial Instituto Antioqueño de Investigación. DOI: http://doi.org/10.5281/zenodo.4266554
Larrosa, F. (2010). Vocación docente versus profesión docente en las organizaciones educativas. Revista
REIFOP, 4(13), pp. 43-51 https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3675464
Lévinas, E. (2014). Alteridad y trascendencia. Arena Libros
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